sábado, 19 de agosto de 2017

VIAJE CHAQUEÑO. DIA 4

Martes 27/06
Era un día de amanecer espléndido. Aproveché la claridad y por primera vez me fui a caminar tranquilo por el margen del rio Negro. Me anticipé en unos minutos al barullo ensordecedor de las charatas. 



Pero luego de unos instantes de paz y silencio total, todo el bosque explotó de sonidos. Era, sin embargo, un batifondo agradable.
En medio de ese bosque pletórico de cantos me crucé con el visitante, el médico jubilado quien también salió a dar un paseo. Amablemente nos saludamos con un golpe de cabeza y cada cual siguió su camino. No hice más que unos metros y me encontré con otro paseante, mejor dicho con otra, porque atravesó delante de mí, muy tranquila y confiada la hembra de muitú que se aquerenció en este lugar del parque. Caminaba graciosamente y emitía un suave sonido a cada paso, como para advertir que aquí venía y que le dejara paso. Luego de contemplarla un buen rato y de que se alejara de mi vista, regresé a la mesa donde ya estaba servido el desayuno. Mateamos y me comí un buen bocado de dulce de membrillo para llenar el estómago. Luego tomé mi equipo y me fui a explorar por ahí, entendiendo que esa mañana, al no estar programado nada, sería libre para que cada uno recorriera por donde le plazca.
Así tomé por el camino de acceso dispuesto a ir hasta el pequeño pastizal que había a pocos metros. En el camino me encontré con Martín y Michelle quienes habían decidido seguir el mismo rumbo. Pronto nos encontramos en el pastizal, donde se escuchaban las voces de los burritos. Pudimos ver al burrito común un par de veces, pero deseábamos ver al colorado. Desafortunadamente no fue posible verlo ni escucharlo.
El tiempo se pasaba agradablemente en ese tranquilo lugar. El cielo estaba ya a esa altura del día cubierto por delgadas nubes, pero la claridad no obstante era muy buena. Michelle se detenía a observar especies vegetales, Martín hacía lo mismo y yo aguzaba mis oídos con la esperanza de ver al colorado. En eso estábamos cuando escuchamos a lo lejos un motor. Martín dijo sin dudar que era la camioneta de Guille, y a los pocos minutos aparecen todos nuestros amigos a bordo del vehículo. Nos habían estado esperando y como no sabían nada de nosotros nos habían dejado una notita en el camping. Iban hacia el final de ese camino, que conduce a la laguna Yacaré y Carpincho. Quedamos en seguirlos, por lo tanto dimos por terminado ese bucólico paseo por el pastizal y nos fuimos en caminata rápida a buscar el auto. Lo abordamos y fuimos recorriendo el sendero para hacer el último vistazo al parque. Llegamos al final del camino y yo me fui a los miradores de las lagunas. En uno de ellos pude ver a lo lejos a un macá gris.



La mañana se pasó rápido perdida en esos senderos, como si la energía del monte nos confundiera y de alguna forma hiciera que nuestra percepción del tiempo se alterara ya que para nosotros solo habíamos estado minutos. En cambio, nuestros relojes demostraban el transcurso de varias horas. Regresamos rápido al mediodía para almorzar y levantar el campamento, ya que ese día nos marchábamos. Dejábamos Chaco y nos íbamos hacia Formosa, al límite con el Paraguay.
Primero levantamos las carpas, acomodamos los vivieres en el carrito y algunos en el auto y luego nos sentamos a comer. Osvaldo cortó en lonjas las dos colitas. Luego hizo lo propio cortando en rodajas el tomate, Walter cortó el pan, alguno dispuso maléficamente algo de salamín y nos dedicamos a comer tranquilamente unos sabrosos sándwiches.
El visitante mientras tanto usaba el fogón, aprovechando unos troncos que todavía ardían desde la noche. Puso una ollita muy pequeña en ese fuego y al ver que el agua hervía, descargó un puñado de arroz sobre el agua turbia obtenida en ese lugar. En breves momentos su almuerzo estaba listo. Se sentaba a comer solo, o tal vez con la distante compañía de nosotros, como fondo a sus meditaciones. Nunca elevaba la vista más que unos instantes, pareciera que su atención se concentraba en ese plato de arroz, y en sus personalísimos recuerdos. Finalizamos con postre, en mi caso con una naranja. Ultimo empaque y nos fuimos del parque saludando con dos bocinazos al médico solitario, quien devolvió con dos golpes de cabeza y siguió recordando y tal vez soñando. Nos fuimos del lugar, previa parada para hacer la foto grupal en el cartel de entrada.



Para ir al PN Pilcomayo seguimos el trayecto que nos indicaron los guardaparques al despedirnos. Esto era: tomar la ruta 9 hasta Colonias Unidas, luego la ruta 7 hasta Gral San Martín donde hicimos carga de combustible. Desde San Martin por ruta 90 hacia El Colorado, se transpone el límite con Formosa y luego por la ruta 1 se desemboca en la ruta 11 y se llega a la Capital de este estado provincial. En el camino seguía siendo una constante la gente caminando por la ruta y las motitos de baja cilindrada a muy lenta velocidad. Por lo tanto recomiendo ir con los ojos atentos y tranquilos. Pasamos un puñado de pueblos y veíamos que en todos ellos los hospitales y escuelas tenían exactamente la misma edificación: una construcción moderna de ladrillos a la visa y chapas acanaladas color azul. Todas las rutas por las que pasamos, tanto en Chaco como en Formosa estaban en excelente estado. No obstante al llegar a la periferia de la ciudad de Formosa estaban realizando obras, razón por la cual atravesar esos kilómetros nos demoró mucho, ya que había una importante congestión vehicular dado que ya eran pasadas las cinco, la gente salía de sus trabajos y los alumnos del colegio. Para colmo la señalización era bastante deficiente y en un par de ocasiones equivocábamos el camino y nos alejamos de la ruta que debíamos tomar, que era de nuevo la ruta 11 hacia Clorinda para empalmar luego con la 86 hacia Laguna Banca, nuestro destino final.
Todas estas demoras y nuestro error de cálculo de distancias y tiempos hizo que nos ganara la noche.
Llegamos muy tarde a Laguna blanca. Eran más de las ocho y era de noche hacia rato. Al llegar a esa ciudad un camino de ripio nos conduciría hasta el destacamento Estero Poí, uno de los dos que componen el PN Pilcomayo. Yo como siempre iba rezagado dejando que la Cherokee vaya un par de kilómetros adelante así no me tragaba tanto polvo. Pero cuando llegamos a la puerta del destacamento vi que la camioneta estaba detenida. Ahí tomé noticia que una barrera impedía el paso. Se leía un cartel que decía “Cerrado. Camino intransitable por lluvia”. Me pareció bastante extraño, ya que por mis consultas previas al viaje, había anotado que hacía varias semanas que no llovía. Pensé que me había fallado la investigación. Sin otro remedio, y estando en medio del chaco formoseño, con las estrellas lejanas como mudos testigos, no nos quedó otra opción más que regresar por la ruta unos kilómetros hasta el otro destacamento. Por fortuna, al llegar a ese lugar vimos que estaba abierto, pero ya eran pasadas las 21, y por supuesto no había nadie que nos recibiera. El silencio y la oscuridad reinaban.
Esperamos un rato y nadie salía a nuestro encuentro. Aparcamos en lo que creíamos el estacionamiento. El grupo de la jeep salió a explorar linternas en mano para buscar un lugar donde acampar. El grupo del Astra en cambio, decidimos ir hacia la única casita lejana desde donde partía un poco de luz. La elección fue correcta ya que como respuesta a nuestros poderosos haces de luz salió una muchacha, iluminándose con la débil lumbre de un celular.
Su nombre era Malvina y nos dio la bienvenida al parque Pilcomayo, siendo una de las cuidadoras del lugar. Me pidió solo un favor, que no iluminara tanto con mi linterna ya que era muy potente. Me costó comprender el motivo del pedido, pensé que no molestábamos a nadie en estas soledades con nuestra luz, pero luego, al rato de conversar con ella, me interiorizó sobre la gravedad de un problema que enfrentan en ese parque: la actividad de cazadores furtivos, quienes por la noche frecuentan armados el territorio para cazar pecaríes, corzuelas o todo lo que se mueva.
Al rato llegaron los muchachos que estaban recorriendo por otro lado y nos presentamos todos. Al conversar, supimos que Malvina conocía a nuestro compañero Emmanuel, evidentemente el mundo de los guardaparques es muy pequeño y todos se conocen. Le contamos decepcionados lo que nos había pasado en Estero Poí, pero nos tranquilizó diciendo que los guardias de ese lugar cierran de noche por un tema de seguridad. No era cierto lo del camino intransitable, eso lo ponían para que nadie pase.
Más tranquilos, le preguntamos si podíamos hacer las carpas allí por esa noche. Con gran amabilidad Malvina nos acomodó al lado de la oficina de ellos, nos mostró el baño, la ducha, y nos hizo la gentileza de proveernos de electricidad desde la oficina. Nos pidió por último que hiciéramos silencio ya que había otro acampante a unos metros de allí. Entonces gire la vista y vi como a 30 metros un vehículo rojo, un escarabajo, con una carpa en el techo.
Armamos así nomás nuestros toldos, rompimos una bombita, nos disgustamos por el uso de las linternas, y por fin nos instalamos. El espíritu del grupo no había decaído pero debo decir que fue el momento de mayor contrariedad y fastidio, ya que nada había salido como estaba previsto, se nos había consumido el día completo, y no estábamos en Estero Poi.

Pero ese estado de ánimo estaba abonado por otra novedad. Los caminos a la estancia Los Picazos, que era el destino que preveíamos para el final del viaje, estaban esos sí intransitables por las lluvias, según le acababa de confirmar a Walter el encargado de ese lugar. Eran demasiadas cosas negativas para un mismo día, mejor dormir y empacar todo al día siguiente. Con la luz del día todo se vería mejor. Se cenó salamín con tomate, queso y alguna otra cosita que por allí quedaba y cada uno a su carpa. Buenas noches para todos.

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