sábado, 19 de agosto de 2017

VIAJE CHAQUEÑO. DIA 3

Lunes 26/06
Mi segundo amanecer en Chaco. Mientras esperaba el escándalo de las charatas me di cuenta de que en el monte es todo silencio hasta que en un momento determinado, después de que se asoma el sol, es como cuando en la ciudad abren todos los comercios juntos, pues las innumerables especies comenzaban cada una su griterío. Los premios se los llevaban las charatas y los loros. Sin embargo, de la profundidad del bosque se escuchaban cantos más débiles pero que igual se expresaban a esa hora intensa. Era como un saludo al sol, el que hace posible que todo exista, que todo tenga vida.
Para esa jornada teníamos el destino previsto: ir a la Isla del Cerrito que estaba distante a 150 km de allí. Subimos a los vehículos sin llevar provisiones ya que pensábamos almorzar algo en las cercanías de la isla, donde nos dijeron que había algunos paradores. Volvimos a tomar la ruta 9 y luego la 16 hasta Resistencia. Luego, justo antes de la entrada al puente que une Chaco con Corrientes hay una ruta de camino consolidado que anuncia su bienvenida a Isla del Cerrito. Ingresamos por esta, comenzando a recorrer esta hermosa zona natural. Pudimos ver a un costado la hermosa flor del irupé.



Luego de unas horas de recorrer un poco a pie y un poco en auto, notamos que el camino pasaba de seco a parcialmente mojado hasta llegar a completamente inundado. Con ese estado de la ruta el Astra no podía pasar porque la altura del agua hacía peligrar la integridad del coche. Tuve que dejarlo estacionado en una de las entradas que hacen los pescadores al lado del rio Paraná.
Quisimos continuar la marcha con el otro vehículo a ver si llegábamos a destino, para lo cual fuimos subiendo en tandas a la camioneta la que no tenía problemas para pasar por el camino. Notábamos que el suelo era firme, eso lo comprobamos caminando con las botas, no había barro donde hundirse. El problema era la altura del agua. En un momento nos quedamos a pie con Martín y Michelle y el resto fue a hacer una avanzada de varios kilómetros para ver que tal estaba el resto del recorrido hasta llegar a la isla y de paso ver si había algún lugar donde comprar algo de comer ya que el tiempo pasó en todo este recorrido y ya era casi el mediodía. Regresaron sin embargo en poco tiempo, el camino estaba completamente inundado, y lo peor era que no había ningún puesto donde comprar comida. Volvimos entonces en tandas adonde dejamos el Astra. Por suerte yo había cargado mis bolsos en el auto. Y dentro de ellos había víveres. Teníamos agua que compré en la Shell, sardinas, tomate, galletas y dos salamines tandilenses. Almorzamos al lado del rio, bastante frustrados por no haber recorrido Isla del Cerrito. Las lluvias y las crecidas de los días previos nos habían hecho fracasar por vez primera en esta travesía en una de nuestras ambicionadas visitas. Pero todo viaje se compone también de estas frustraciones, y no sería la única según veremos.
Al regreso debíamos parar en algún comercio y aprovisionarnos para los próximos días. Hicimos un alto un supermercado en las afueras de Resistencia, el que estaba dentro de un muy paquete shopping donde los citadinos paseaban y compraban sus elegantes vestimentas. Estacionamos los vehículos y fuimos con Guille, Luciana a comprar al super, para lo cual había que pasar antes por el mall. Nuestro aspecto con ropas de fajina llenas de polvo y los borceguíes llenos de barro contrastaba con la elegancia de las vidrieras del centro de compras.
Nos cargamos seis bidones de agua, casi cincuenta latas de cerveza ( tal cual ) unas botellitas de vino ( no vaya a hacer falta ), dos buenas colitas de cuadril, frutas y galletas. En el camino compré hielo para enfriar algunas latas para esa misma noche.
El regreso hacia el parque fue tranquilo, la ruta estaba despejada. De nuevo atravesamos el pueblito de Capitán Solari, con sus callecitas de tierra, las necesidades de su gente, las casas de puertas abiertas, las gallinitas picoteando lo que podían, y los árboles de pomelo entregando sus amarillos corazones.

Arribamos al parque, comenzamos a descargar las compras y nos encontramos con dos sorpresas.
Una: había un nuevo visitante. Al lado de nuestras chozas vimos una pequeña carpa iglú plateada. Nos extrañó que, a pesar de la amplitud del sector de acampe, esa morada estuviera tan próxima a nosotros.
Dos: no había, nuevamente, agua en los vestuarios, ni en las piletas de afuera.
Esta última situación fue demasiado para nosotros. Levanté la cabeza y ví a Guille dirigiéndose a paso firme hacia la oficina del guardaparques.
Imaginando un cruce fuerte decidí secundar al amigo para apoyarlo y por si la situación se tornaba complicada. Afuera de la puerta del despacho, sentado en una silla, se encontraba un hombre a quien no habíamos visto hasta ahora. Parecía ser el que estaba al mando del lugar a esa hora. Era un hombre grueso de casi sesenta años, la piel agrietada por el sol y una torva mirada de pocos amigos. Era el patrón del lugar. Ese individuo parecía venido de otro tiempo, de la época de los caudillos. Estaba conversando con un ladero que le cebaba mate y asentía lo que su patrón le decía. A medida que nos acercábamos se veían los ojos negros de este individuo, todavía a distancia, cruzándose con la mirada que Guille le dirigía desde lejos, mientras íbamos hacia el choque inevitable. Medí fuerzas con el ladero y al ver que su talla era como la mía tome fuerzas y crucé mi mirada con la de ese muchacho y al igual que mi compañero, se la mantuve mientras me acercaba. Cuando estábamos a solo un par de metros de distancia nos detuvimos. Sin mediar una sola palabra Guille se le sentó al patrón a un metro, aprovechando el tronco cortado que servía de mesita al gordo individuo. El silencio era ahora insoportable. Me quedé de pie como para una rápida maniobra, siempre seguía vigilando yo al ladero, quien parecía no querer problemas, pero se notaba que esperaba una orden de su superior. El silencio lo rompió el encargado, quien con una socarrona sonrisa nos dijo que ya sabía cuál era nuestro problema, que faltaba el agua, pero que eso no era su culpa, sino del que estuvo antes que él, como dejando entender que no lo molestemos por esa pavada.
Pero pronto se le borró esa sonrisa al ver la mirada de Don Guillermo quien le acercó la cara hasta apenas centímetros y le dijo en tono bajo, casi tan poco audible que a mí me costó escucharlo:
-“Escuchame, gordito. O me solucionas el problema en este mismo momento, o nos instalamos en tu pocilga los siete, cagamos y meamos todo, te usamos el agua caliente hasta la última gota y te dejamos tus toallas tiradas en el piso”
El rostro del ancho hombre se transfiguró. El momento de tensión era angustiante, en la soledad de ese lugar pensé que un altercado no iba a terminar bien
Nuestro compañero agregó:
-“Acá hay damas ¿qué te crees que somos gordinflón?
Vi la cara enrojecida del hombre, las venas de su frente palpitantes, le vi hacer un movimiento lento, dirigiendo su mano a la cintura mientras clavaba sus ojos en los de mi amigo. El brillo del metal me paralizó. Vi sus dedos aferrarse al mango de hueso del puñal, pude ver como lentamente la hoja filosa se asomaba unos milímetros de su vaina.
Dirigí mi mirada hacia Guille y lo encontré inmóvil, como petrificado por la furia, los ojos clavados en el gordo. Luego lo veo llevarse también lentamente la mano a la espalda, como buscando algo en su cintura.
En ese momento decidí hacer mi apuesta ya que sabía que mi compañero no llevaba nada allí, jugado por jugado nada podíamos perder. Con mi mano le palmeé el hombro y le dije con voz segura y un tono más gruesa que lo habitual:
-“Quédese tranquilo jefe, acá estamos de vacaciones…no…trabajando”
Al instante veo que el hombre afloja su mano del puñal y veo que su semblante se pone pálido, mientras una gota de sudor se escurre por su calva cabeza. Al minuto sonríe y dice:
-“Faltaba más amigo, le aseguro que hoy a la noche tendrá agua”
Y el agua brotó toda la noche.
En verdad, no estoy seguro de que la conversación hubiera sido como la relaté. Me parece en algún momento recordar que fue distinta, mucho más amable, pero imaginación y realidad se confunden y porqué no dejar que el recuerdo se exprese así, como un cruce entre dos bravos contendientes.

Luego de las reconfortantes duchas, Osvaldo comenzó a amasar bollos para hacer pizzas. Guille, envalentonado, fabricó un horno con ladrillos que calentó con leña. Luego se introduciría en él la pizza amasada. Todo un éxito, ya que salieron crocantes y ahumadas a la vez.
Aquí van unos videos que documentan el inolvidable momento:











Mientras tanto apareció el visitante misterioso.
Al principio no sabíamos si era uno o varios, pero resultó ser uno solo. Se trataba de un hombre mayor, que estaba viajando en soledad desde Formosa y había hecho un alto en el parque. Según pudo averiguar Guille, era un médico jubilado que amaba la naturaleza y la soledad. Intercambió un breve diálogo y desapareció en la noche en el interior de su carpa.

Mientras comíamos, usamos el horno de ladrillos para cocinar las colitas, que con el calor acumulado, más las brasas de los leños que quedaban tomó un punto formidable.
Sobre el final de la noche, vi a Walter y a Michelle ansiosos de recorrer un poco. Entonces subimos al auto y encaramos hacia la entrada. Pudimos ver a un alicucú en el cartel de bienvenida al parque. Salimos del mismo y recorrimos el camino de tierra que lo unía con Capitán Solari, pero nada apareció en esa noche. Todas las criaturas se fueron a descansar, por lo tanto los tres fuimos a hacer lo mismo. 

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