Hola estimadísimos y muy sufridos lectores de este superable intento de blog. En estas páginas relato una de las mejores experiencias naturalistas que viví junto a mis grandes compañeros de viaje.
Se trata de una recorrida por la región chaqueña, adonde deseaba ir hacia ya mucho tiempo.
¿Les interesa venir ? ¡¡¡Vamos que salimos !!!
Sábado 24/06.
El día señalado llegó. Comenzaba un viaje programado con toda pasión durante los seis meses anteriores. Atrás quedaban las reuniones previas con sus consabidas cervezas, atrás quedaban también los innumerables mensajitos y las fotos intercambiadas con Fede como adelantado del grupo.
Ese día, con las mejores expectativas, nos juntamos a las tres menos cuarto de la madrugada.
Se trata de una recorrida por la región chaqueña, adonde deseaba ir hacia ya mucho tiempo.
¿Les interesa venir ? ¡¡¡Vamos que salimos !!!
Sábado 24/06.
El día señalado llegó. Comenzaba un viaje programado con toda pasión durante los seis meses anteriores. Atrás quedaban las reuniones previas con sus consabidas cervezas, atrás quedaban también los innumerables mensajitos y las fotos intercambiadas con Fede como adelantado del grupo.
Ese día, con las mejores expectativas, nos juntamos a las tres menos cuarto de la madrugada.
Creo que muy pocos de nosotros habíamos dormido más de
un par de horas. Consulté por última vez el pronóstico del tiempo en el cual se
anunciaba lluvia para esa noche, aunque mejoraría durante el transcurso del día.
En los autos nos ubicamos repitiendo el reparto del viaje pampeano del 2015, o sea: en el Astra viajábamos Martín, Michelle y yo. Y en la gran Cherokee los demás, Walter, Luciana, Osvaldo y Guillermo. Como íbamos de campamento, la camioneta acarreaba el trailer con las vituallas, heladeritas, cacerolas y demás objetos imprescindibles para los viajeros.
En los autos nos ubicamos repitiendo el reparto del viaje pampeano del 2015, o sea: en el Astra viajábamos Martín, Michelle y yo. Y en la gran Cherokee los demás, Walter, Luciana, Osvaldo y Guillermo. Como íbamos de campamento, la camioneta acarreaba el trailer con las vituallas, heladeritas, cacerolas y demás objetos imprescindibles para los viajeros.
Todo listo: mil doscientos kilómetros nos separaban de
nuestro destino.
Y por fin ...¡arrancamos!
El recorrido fue cansador pero por suerte tranquilo. Ninguna demora en el camino. No hubo embotellamientos, no fuimos detenidos por gendarmería ni por la policía.
Al mediodía nos detuvimos a almorzar en la ruta, al lado de un rio.
El recorrido fue cansador pero por suerte tranquilo. Ninguna demora en el camino. No hubo embotellamientos, no fuimos detenidos por gendarmería ni por la policía.
Al mediodía nos detuvimos a almorzar en la ruta, al lado de un rio.
Luego seguimos camino. Hubo un solo intento de parada para probar los chipás en la YPF Cuatro Bocas, en Corrientes, pero decidimos seguir y dejarlo para el regreso. Queríamos llegar al Parque Nacional Chaco antes de que la luz del día se apagara.
¡Que impresionante el cruce del Paraná! Lo hicimos a la hora del atardecer por el majestuoso puente que une Corrientes con Resistencia.
¡Que impresionante el cruce del Paraná! Lo hicimos a la hora del atardecer por el majestuoso puente que une Corrientes con Resistencia.
Ya en la provincia del Chaco, tomamos por
la ruta 16 hasta la intersección con la 9, luego derecho por esta ruta. Hicimos casi cincuenta kilómetros más y al salir de
una curva abierta apareció ante nosotros el pueblo de Capitán Solari. Es este
un pequeño poblado del chaco profundo, donde notorio era observar que es más lo
que falta que lo que sobra. Avanzando por sus pedregosas callejuelas veíamos
que las casas estaban recubiertas por una negra capa causada por la humedad. Cada
vivienda era por demás humilde. Al paso de nuestros vehículos, los pobladores
nos veían con detenimiento, sentados, entre gallinas y pomelos, sabiéndonos de
inmediato extraños a su comunidad. Atravesando ese pueblito salimos a un camino
de ripio, ya muy empobrecido de guijarros. Ese camino conducía al parque.
Hicimos el ingreso al PN casi a las seis de
la tarde, luego de 15 horas de manejo. Cruzamos un puente sobre el rio Negro y
saludamos a unos obreros que se encontraban allí haciendo algo parecido a una
excavación. La primera emoción nos la dio el entrañable muitú que se encuentra
viviendo cerca del centro de visitantes. Es una hembra y está allí hace
bastante tiempo, sola, a la espera de que le acerquen el macho con quien olvide
sus horas de soledad.
Estacionamos y nos quedamos de pie,
contemplando el magnífico lugar, lleno de árboles de gran porte, respirando
profundo el aire chaqueño.
Esperamos unos minutos y apareció el responsable del lugar. Era un hombre delgado y de tez morena. Apenas nos
miró y enseguida nos hizo pasar a la oficina del centro de visitantes. Nos tomó
algunos datos y sin mediar sonrisas nos dio unas breves instrucciones y
explicaciones sobre el lugar. Algo raro pasaba. Era evidente que le molestaba
nuestra presencia. Luego supimos que el parque estaba inmerso en un caos
administrativo, no estaba designado el intendente, y cada uno se gobernaba a su
antojo, generándose no pocas rencillas entre el personal. Este guardaparque
disgustado que nos atendía era el que allí vivía, y por lo tanto no le quedaba otra
alternativa que recibirnos a esa hora en la que ya no se trabajaba. La molestia
se dejaba ver en su semblante.
No obstante, a los pocos minutos de conversar fuimos entrando en confianza, se aflojaron sus facciones y su tono de voz cambió a otro
más amigable. Nos hizo una breve descripción de los caminos, nos dijo que el de
Panza de Cabra estaba inundado y nos explicó sobre el estado delos demás senderos. Luego
nos refirió sobre las instalaciones, asegurándonos que había agua caliente para
bañarnos y se despidió, alejándose rápidamente hacia su morada para continuar sus quehaceres,
dispuesto a que no lo molestemos más durante toda nuestra estadía, lo que no
iba a ser así según veremos.
Acomodamos los vehículos y empezó entonces la
no muy liviana tarea de ir bajando todos los enseres que traíamos y acomodarlos
en el sector donde había una mesa. Directamente tomamos posesión del camping ya
que no había nadie más allí. En un
santiamén armamos las carpas, mientras el día iba acabando. La noche temprana
nos envolvía con el objetivo cumplido: instalados en el parque y con las carpas
armadas.
Pero había algo que empezaba a molestar: ¡¡¡¡mosquitos!!!!!
Eran miles que aguijoneaban nuestros
descuidados cuerpos. Primero recurrimos a los repelentes, eso los alejó por un
momento, pero a los minutos era necesario reforzar la aplicación. Por
suerte, en un par de horas más, la llegada de la noche los haría desaparecer
por completo, eran mosquitos "crepusculares".
Luego llegó el momento de probar las
instalaciones sanitarias. A primera vista el edificio del vestuario se veía
prolijo, del lado de afuera estaban las piletas para lavar y en el espacio
interior donde estaban las duchas gozaba de muy buena limpieza. Dado el calor
que sentía yo a esa hora, fruto de la rapidísima acción de armado
de la carpa, me dispuse bajo el chorro de la ducha a efectos de darme ese
reparador baño. El agua caliente prometida era en cambio una cascada de agua
natural a temperatura digamos como el agua de los océanos. Sin embargo, para mí
el baño fue igualmente reparador, ya que sentía bastante calor, y me aliviaba
las picaduras que los mosquitos me habían dejado. Reanimado me sequé y me puse
ropa nueva. Salí a la noche y disfruté de ese especial aroma, desconocido, de
tantas novedosas especies arbóreas, vientos nuevos para mis sentidos que se
abrían anhelantes a la foresta en que me hallaba.
Pasaron así un par de horas y ya era noche
cerrada. Los mosquitos ya no estaban. Mientras improvisábamos la frugal cena,
Guille me preguntó que tal estaba la ducha. Le aclaré que no había agua
caliente, pero que igual había estado linda. Se vé que esa última palabra
entusiasmó a nuestro amigo ya que decidido fue hacia el vestuario con toalla en
mano. Volvió poco menos que tiritando y me encaró diciendo con los labios
azules como carajo es que estaba linda si estaba helada. Evidentemente la hora
más avanzada de la noche cambió la percepción de la temperatura del agua, o yo
había tenido mucho calor. La cosa es que todos nos matamos de risa y nos
sentamos a comer lo que cada uno había traído de su casa, a lo que sumamos unos
choris a la leña.
Aunque parezca poco, para ese día ya era
suficiente. Fueron quince horas de viaje, casi sin dormir la noche anterior,
mil doscientos kilómetros, una cara seria de guardaparque, armado de carpas en
tiempo récord, enjambres de miles de mosquitos y dos duchazos fríos. Demasiado
para seguir activos, por lo que nos dejamos caer dentro de las chozas, siendo
que eran casi las nueve y media.
Nada se oyó en el monte minutos después.
“Acostado
en la soledad de mi carpa, contemplo la noche. El cielo oscuro salpicado por
miles de puntos brillantes, titilantes. Parece que estuviera separado de la
galaxia tan inmensa solo por la delgada tela del mosquitero. Puedo contemplar
como nunca las nubes de Magallanes, con las sombras de los árboles poniéndole un
marco natural a semejante cuadro.”