sábado, 30 de mayo de 2015

VIAJE A LA PAMPA. DIA 1





La noche previa

“Ya cené temprano, ahora a mirar un poco de tele antes de dormir. Creo que puse todo en el bolso. ¿ Puse todo? Eso creo. Ya metí una frazada en el baúl por si hace falta, la cacerola la llevo, la heladerita también aunque ocupe medio baúl, mapa rutero lo llevo, una botellita de vino también, ¿brújula? pará, no seas exagerado. ¿Cómo estará el clima? ¿ y ese volcán? ¿ seguirá largando ceniza? ¿Cómo se llama? ah sí, el volcán Calbuco. Che, ¿ los vientos no irán para el lado de la pampa? A ver…….dicen que afectará a Neuquén y sur de la pampa. Ya me veo que vamos a andar cubiertos de ceniza volcánica, qué meados por los guanacos que estaríamos. Bueno, son las diez y me voy a acostar. ¿Cómo marchará todo?  ¿los alojamientos serán pasables?¿podré ver al cardenal amarillo? ¿atravesará un puma nuestro camino? …..Pucha, son las doce y todavía no pude dormir, dale tratá de dormir... tratá de dormir...tratá….... Ahora son las tres y media de la mañana. Por suerte estoy bien despabilado. Yo no sé, o lo que dormí es suficiente o tengo una ansiedad que me abre los ojos como un lechuzón”.

Abrazo Interminable

Salí de casa a las cuatro de la mañana. Sin parar en ningún semáforo atravesé numerosos municipios del conurbano. Esa noche con el fuerte viento y el cielo cargado de blancas nubes ( las nubes negras se ven blancas en la oscuridad), el aspecto de la metrópoli, que aún dormía, era sombrío.
En el lugar indicado de antemano, a las cinco en punto me encontré con el grupo de amigos con el que iba a encarar esta travesía.
Como si hiciera mucho tiempo que queríamos juntarnos para hacer un viaje así, nos fundimos en un abrazo interminable bajo el cielo amenazante de la noche, hermanados en esa esquina a merced del viento sibilante sobre nuestras cabezas. Estábamos dispuestos a vivir a pleno esos momentos que tanto nos gustan: ver cualquier bicho que ande por ahí, explorar lugares nuevos y descubrir todo lo que nos sea dado descubrir.

La tortuga Manuelita

Salimos de inmediato pues no era cuestión de perder tiempo con esos sentimentalismos. Siendo de noche todavía, tomamos por la Ruta 5 y pasamos sin detenernos por Mercedes, Chivilcoy y Bragado. A la altura de Nueve de Julio la lluvia que se anunciaba no se hizo rogar y se largó bastante fuerte, el limpiaparabrisas tuvo que moverse a alta velocidad y rápidamente el asfalto se cubrió de agua. Los pueblos se iban sucediendo en el camino.  
Al llegar a Pehuajó la lluvia había cesado, lo que nos permitió ver el monumento a la tortuga Manuelita, bastante pequeño en mi opinión pero muy simpático. Luego vimos que más adelante había otro monumento similar, y luego otro más, por lo tanto imaginé que la ciudad estaba llena de innumerables de ellos. Es más, pensé que cada vecino tendría su propia Manuelita en su casa, lo que por supuesto debía constituir un derecho inalienable de cada vecino de Pehuajó.

Don Tomás

Todo anduvo muy bien el resto del camino, por suerte la lluviá paró. Atravesamos la línea interprovincial y arribamos a la capital de la provincia de La Pampa. Raudamente perforamos el área urbana continuando en una imaginaria línea recta la marcha que veníamos trayendo por la ruta 5 para desembocar en el Parque Don Tomás, un  enorme lugar de esparcimiento que tienen los santaroseños. Su nombre hace honor al fundador de la ciudad de Santa rosa, Tomás Manson. Tiene una amplia laguna en su interior donde por lo que vimos practican la pesca del pejerrey. Detrás del parque se encuentra el casco de la estancia La Malvina que perteneció al fundador de la ciudad, donde finalmente detuvimos nuestra ajetreada marcha. Eran las dos de la tarde.

La Malvina


Comenzamos a recorrer esta pequeña pero muy hermosa área natural donde abunda, como lo veríamos en toda esta región, la especie arbórea del caldén. La Malvina se encuentra en una elevación del terreno. Desde sus dos miradores hay una inmejorable vista de la ciudad de Santa Rosa, la que está muy cerca, casi pegada a la reserva. El cielo se mantenía muy encapotado, amenazando de tormenta nuestro recorrido. 

Entre las aves que pude observar me regocijé obteniendo buenas imágenes de un curutié blanco y de una calandrita, pajaritos difíciles de fotografiar. Estaban presentes también la monterita de collar, el calancate común, el cachalote castaño, el piojito trinador, cachudito pico amarillo, cachudito pico negro, canastero chaqueño, canastero coludo, diuca común, los inambú común, montaraz y pálido entre otras especies.


Caldén




Calandrita

Curutie blanco


Olor a curry

Después de una hora de recorrida, regresé yo solo al centro de interpretación y me senté a descansar y a almorzar. Mientras masticaba mis sándwiches me dediqué a escuchar a las calandrias. Había de las tres especies: la grande, la real y la mora. 

Calandria mora

En el sitio donde descansaba había un sendero educativo con maceteros donde en cada uno se cultivaba una hierba aromática: el alcanfor, el orégano, la albahaca, el tomillo, el curry. 
A este último nunca lo había visto, me acerqué para olerlo y al hacerlo su aroma inconfundible penetró como un haz en mi memoria para llevarme trasportado a esas mesas donde humeaba un plato de arroz sazonado con esta especia.

Monteritas

En todo este espacio de tiempo que duró digamos desde las dos de la tarde hasta las cinco, perdí todo contacto con el resto del grupo. Solo a las horas los encontré: estaban en medio del pastizal buscando monteritas de collar. Me uní a ellos, me señalaban las monteritas pero yo no podía pescar ni una de tan rápido que se movían. 



Llegamos a uno de los miradores y contemplamos la ciudad de Santa Rosa, luego comenzamos el descenso. Y así seguimos avanzando, esta vez cuesta abajo.



Inquietud




La luz se iba atenuando, volvíamos hacia la casona que estaba a la entrada de la Reserva. Esta edificación había sido la casa del fundador de Santa Rosa, además fue una de las primeras construcciones de la capital pampeana. En el camino cruzamos a un par de individuos, que no parecían dedicarse a la observación del paisaje, caminando a esa hora por la reserva. Dudábamos sobre que tan seguro sería ese lugar. Al llegar a los vehículos nos preguntamos por una parejita a quienes hacia varias horas que no veíamos. La zona desconocida, la tarde gris, el silencio imperante, los llamados a un celular desconectado, todo nos deparaba inquietud. Finalmente de un codo del camino salen los tórtolos , también preocupados ellos porque nada sabían de nosotros. 

Al final, todos reunidos otra vez nos dispusimos a tomar unos mates bien calientes para combatir el frio que se comenzaba a sentir. Una cocinita de campaña aportó el fuego que hacía falta. Mateamos y comimos bajo la mirada de ojos curiosos ya que muchos nidos de cotorras se ubicaban sobre nuestras cabezas.


Hotel City

Final del díaDejamos la Estancia La Malvina y el Parque Don Tomás y retornamos por la ruta 5. Sobre esa ruta, en las afueras de la ciudad y casi frente al casino, estaba el hospedaje City, que era el que yo había reservado previamente y donde pasaríamos la noche. Me recibió Patricia, una mujer muy amable que hablaba sin descanso. Era muy atenta pero un poco ansiosa, insegura en todo momento por saber si el lugar nos agradaba. Me llevó a ver la habitación y todo estaba tal cual lo hablamos. Era un cuarto con seis camas y un colchón en el piso, para poder dormir los siete juntos.
Compartíamos el hotelito con unos cuantos obreros de la construcción, ya que se estaba realizando una obra en la zona contigua al casino y se ve que los patrones los habían alojado allí. Nos cruzábamos con ellos en los angostos pasillos. Esos hombres vestían ropas polvorientas y gastadas por la actividad, tenían el pelo cubierto también por el polvo y las manos cuarteadas por los áridos materiales. Pero todo ese inevitable desaliño tenía su antítesis en la humildad y la amabilidad de ellos quienes al pasar a nuestro lado nos saludaban amablemente con un “buenas tardes”. Gentiles modales eran los de estos obreros quienes seguramente estaban muy lejos de sus hogares. Educada y silenciosamente retornaban del trabajo para pasar una noche de descanso.

Inspección perruna

Luego de que el grupo estuviera instalado en la habitación, y a pesar de la visión de un espejo roto en tres partes ubicado en reverso de la puerta, lo que para los supersticiosos es señal de mala fortuna pero no para nuestro equipo, salimos a ver que tal estaba el restaurant del ACA para cenar. Ya era de noche y notamos en nuestras mejillas el aguijoneo de una pertinaz llovizna. Las nubes habían bajado mucho. El restaurant tenía linda pinta, nos pareció un buen lugar para comer. Volvimos hacia el hospedaje, envueltos en una densa bruma, siempre con las coloridas luces del casino que nos invitaban maliciosamente desde el lado de enfrente de la ruta. 

Un suceso simpático ocurrió en este corto trayecto de regreso al hotel. Un grupo de perros custodiaba la esquina por donde habíamos pasado y por donde debíamos volver a pasar. Ya  nos habían mirado la primera vez. Al pasar de regreso todos nos rodearon. Fuimos sometidos a una exhaustiva inspección por parte de estos señores de la esquina, los que pasando sus narices por nuestros pantalones de arriba a abajo y resoplando sin parar parecían deducir cuales eran nuestras intenciones al atravesar sus dominios. Nos estudiaron un rato, imagino que debatieron entre ellos en idioma canino y nos dieron el visto bueno porque volvieron perezosamente a su montículo de tierra olvidándonos al instante para entregarse a su perruno sueño. 

Once milanesas

Pasamos un toque por el mercado-rotisería de Jorge, que a la vez era el dueño del hotel. Compramos la comida para el otro día: once milanesas, casi dos kilos de pan, tomate, mostaza, mayonesa y algo de fruta. Mientras me cobraban el pedido, el hijo del dueño me preguntó si ibamos a Parque Luro, le contesté que sí, que mañana lo visitaríamos y que luego, al atardecer, nos iríamos a Lihuel Calel por la ruta 152. Me comentó frunciendo el entrecejo que esa ruta estaba en muy mal estado, que no me convenía hacerla en la oscuridad, lo que me dejó preocupado esa noche, ya que según su relato había baches de tal profundidad como para dejar una rueda girando dentro de ellos.

Patricia gentilmente me guardó las milanesas para el otro día en la heladera. A las nueve nos fuimos a cenar al ACA. El restaurant es bastante lindo y toda la comida estuvo muy buena. Hicimos el primer brindis por haber llegado y por el primer día que terminaba. Regresamos al City y nos fuimos a dormir. Le dimos una mirada de soslayo al espejo roto en la puerta, y a esperar entre sueños la llegada del segundo día.

Problemas de suspensión

La noche para mí no fue tan dichosa ya que de a ratos me despertaba dado que la habitación estaba calurosa con siete almas roncando en ella, y para empeorar este cuadro un maldito mosquito se empecinaba en zumbar en mis oídos y en aguijonearme las manos. 
Por otro lado la cama donde dormía tenía problemas de suspensión y rechinaba estridentemente a cada giro de mi anatomía, por lo que tuve que quedarme inmóvil largo tiempo para no molestar al resto, lo que para mí representaba un gran esfuerzo por mi pasión de dar vueltas en la cama como un derviche. 




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