La noche previa
“Ya cené temprano, ahora a mirar un poco de tele antes de dormir. Creo que puse todo en el bolso. ¿ Puse todo? Eso creo. Ya metí una frazada en el baúl por si hace falta, la cacerola la llevo, la heladerita también aunque ocupe medio baúl, mapa rutero lo llevo, una botellita de vino también, ¿brújula? pará, no seas exagerado. ¿Cómo estará el clima? ¿ y ese volcán? ¿ seguirá largando ceniza? ¿Cómo se llama? ah sí, el volcán Calbuco. Che, ¿ los vientos no irán para el lado de la pampa? A ver…….dicen que afectará a Neuquén y sur de la pampa. Ya me veo que vamos a andar cubiertos de ceniza volcánica, qué meados por los guanacos que estaríamos. Bueno, son las diez y me voy a acostar. ¿Cómo marchará todo? ¿los alojamientos serán pasables?¿podré ver al cardenal amarillo? ¿atravesará un puma nuestro camino? …..Pucha, son las doce y todavía no pude dormir, dale tratá de dormir... tratá de dormir...tratá….... Ahora son las tres y media de la mañana. Por suerte estoy bien despabilado. Yo no sé, o lo que dormí es suficiente o tengo una ansiedad que me abre los ojos como un lechuzón”.
Abrazo Interminable
Salí de casa a las cuatro de la mañana. Sin parar en ningún semáforo atravesé numerosos municipios del conurbano. Esa noche con el fuerte viento y el cielo cargado de blancas nubes ( las nubes negras se ven blancas en la oscuridad), el aspecto de la metrópoli, que aún dormía, era sombrío.
En el lugar indicado de antemano, a las cinco en punto me encontré con el grupo de amigos con el que iba a encarar esta travesía.
Como si hiciera mucho tiempo que queríamos juntarnos para hacer un viaje así, nos fundimos en un abrazo interminable bajo el cielo amenazante de la noche, hermanados en esa esquina a merced del viento sibilante sobre nuestras cabezas. Estábamos dispuestos a vivir a pleno esos momentos que tanto nos gustan: ver cualquier bicho que ande por ahí, explorar lugares nuevos y descubrir todo lo que nos sea dado descubrir.
La tortuga Manuelita
Salimos de inmediato pues no era cuestión de perder tiempo con esos sentimentalismos. Siendo de noche todavía, tomamos por la Ruta 5 y pasamos sin detenernos por Mercedes, Chivilcoy y Bragado. A la altura de Nueve de Julio la lluvia que se anunciaba no se hizo rogar y se largó bastante fuerte, el limpiaparabrisas tuvo que moverse a alta velocidad y rápidamente el asfalto se cubrió de agua. Los pueblos se iban sucediendo en el camino.
Al llegar a Pehuajó la lluvia había cesado, lo que nos permitió ver el
monumento a la tortuga Manuelita, bastante pequeño en mi opinión pero muy
simpático. Luego vimos que más adelante había otro monumento similar, y luego otro más,
por lo tanto imaginé que la ciudad estaba llena de innumerables de ellos. Es
más, pensé que cada vecino tendría su propia Manuelita en su casa, lo que por
supuesto debía constituir un derecho inalienable de cada vecino de Pehuajó.
Don Tomás
Don Tomás
Todo anduvo muy bien el resto del camino, por suerte la lluviá paró. Atravesamos la línea interprovincial y arribamos a la capital de la provincia de La Pampa. Raudamente perforamos el área urbana continuando en una imaginaria línea recta la marcha que veníamos trayendo por la ruta 5 para desembocar en el Parque Don Tomás, un enorme lugar de esparcimiento que tienen los santaroseños. Su nombre hace honor al fundador de la ciudad de Santa rosa, Tomás Manson. Tiene una amplia laguna en su interior donde por lo que vimos practican la pesca del pejerrey. Detrás del parque se encuentra el casco de la estancia La Malvina que perteneció al fundador de la ciudad, donde finalmente detuvimos nuestra ajetreada marcha. Eran las dos de la tarde.
La Malvina
Comenzamos a recorrer esta pequeña pero muy hermosa área natural donde
abunda, como lo veríamos en toda esta
región, la especie arbórea del caldén. La Malvina se
encuentra en una elevación del terreno. Desde sus dos
miradores hay una inmejorable vista de la ciudad de Santa Rosa, la que está muy cerca, casi pegada a la reserva. El cielo se mantenía muy encapotado, amenazando de tormenta
nuestro recorrido.
Entre las aves que pude observar me regocijé obteniendo
buenas imágenes de un curutié blanco y de una calandrita, pajaritos difíciles de
fotografiar. Estaban presentes también la monterita de collar, el calancate
común, el cachalote castaño, el piojito trinador, cachudito pico amarillo, cachudito pico negro, canastero chaqueño,
canastero coludo, diuca común, los inambú común, montaraz y pálido entre otras
especies.
Olor a curry
Después de una hora de recorrida, regresé yo solo al centro de interpretación y me senté a descansar y a almorzar. Mientras masticaba mis sándwiches me dediqué a escuchar a las calandrias. Había de las tres especies: la grande, la real y la mora.
En el sitio donde descansaba había un sendero educativo con maceteros donde en cada uno se cultivaba una hierba aromática: el alcanfor, el orégano, la albahaca, el tomillo, el curry.
A este último nunca lo había visto, me acerqué para olerlo y al hacerlo su aroma inconfundible penetró como un haz en mi memoria para llevarme trasportado a esas mesas donde humeaba un plato de arroz sazonado con esta especia.
Monteritas
En todo este espacio de tiempo que duró digamos desde las dos de la tarde hasta las cinco, perdí todo contacto con el resto del grupo. Solo a las horas los encontré: estaban en medio del pastizal buscando monteritas de collar. Me uní a ellos, me señalaban las monteritas pero yo no podía pescar ni una de tan rápido que se movían.
Después de una hora de recorrida, regresé yo solo al centro de interpretación y me senté a descansar y a almorzar. Mientras masticaba mis sándwiches me dediqué a escuchar a las calandrias. Había de las tres especies: la grande, la real y la mora.
Calandria mora |
En el sitio donde descansaba había un sendero educativo con maceteros donde en cada uno se cultivaba una hierba aromática: el alcanfor, el orégano, la albahaca, el tomillo, el curry.
A este último nunca lo había visto, me acerqué para olerlo y al hacerlo su aroma inconfundible penetró como un haz en mi memoria para llevarme trasportado a esas mesas donde humeaba un plato de arroz sazonado con esta especia.
Monteritas
En todo este espacio de tiempo que duró digamos desde las dos de la tarde hasta las cinco, perdí todo contacto con el resto del grupo. Solo a las horas los encontré: estaban en medio del pastizal buscando monteritas de collar. Me uní a ellos, me señalaban las monteritas pero yo no podía pescar ni una de tan rápido que se movían.
Llegamos a uno de los miradores y contemplamos la ciudad de Santa Rosa, luego comenzamos el descenso. Y así seguimos avanzando, esta vez cuesta abajo.
Inquietud
La
luz se iba atenuando, volvíamos hacia la casona que estaba a la entrada de la
Reserva. Esta edificación había sido la casa del fundador de Santa Rosa, además
fue una de las primeras construcciones de la capital pampeana. En el camino
cruzamos a un par de individuos, que no parecían dedicarse a la observación del paisaje, caminando a esa hora por la reserva. Dudábamos
sobre que tan seguro sería ese lugar. Al llegar a los vehículos nos preguntamos
por una parejita a quienes hacia varias horas que no veíamos. La zona
desconocida, la tarde gris, el silencio imperante, los llamados a un celular
desconectado, todo nos deparaba inquietud. Finalmente de un codo del camino
salen los tórtolos , también preocupados ellos porque nada sabían de nosotros.
Al final, todos reunidos otra vez nos dispusimos a tomar unos mates bien
calientes para combatir el frio que se comenzaba a sentir. Una cocinita de campaña aportó el fuego que hacía falta. Mateamos y
comimos bajo la mirada de ojos curiosos ya que muchos nidos de cotorras se
ubicaban sobre nuestras cabezas.
Hotel City
Final
del día. Dejamos la Estancia La Malvina y el Parque Don Tomás y retornamos por
la ruta 5. Sobre esa ruta, en las afueras de la ciudad y casi frente al casino,
estaba el hospedaje City, que era el que yo había reservado previamente y donde
pasaríamos la noche. Me recibió Patricia, una mujer muy amable que hablaba sin descanso. Era
muy atenta pero un poco ansiosa, insegura en todo momento por saber si el lugar
nos agradaba. Me llevó a ver la habitación y todo estaba tal cual lo hablamos. Era
un cuarto con seis camas y un colchón en el piso,
para poder dormir los siete juntos.
Compartíamos el hotelito con unos cuantos
obreros de la construcción, ya que se estaba realizando una obra en la zona
contigua al casino y se ve que los patrones los habían alojado allí. Nos cruzábamos
con ellos en los angostos pasillos. Esos hombres vestían ropas polvorientas y
gastadas por la actividad, tenían el pelo cubierto también por el polvo y las manos cuarteadas por los áridos materiales. Pero
todo ese inevitable desaliño tenía su antítesis en la humildad y la amabilidad
de ellos quienes al pasar a nuestro lado nos saludaban amablemente con un “buenas tardes”. Gentiles
modales eran los de estos obreros quienes seguramente estaban muy lejos de sus
hogares. Educada y silenciosamente retornaban del trabajo para pasar una noche
de descanso.
Inspección perruna
Luego
de que el grupo estuviera instalado en la habitación, y a pesar de la visión de
un espejo roto en tres partes ubicado en reverso de la puerta, lo que para los
supersticiosos es señal de mala fortuna pero no para nuestro equipo, salimos a ver que tal estaba el restaurant del ACA para cenar. Ya era de noche y notamos
en nuestras mejillas el aguijoneo de una pertinaz llovizna. Las nubes habían
bajado mucho. El restaurant tenía linda pinta, nos pareció un buen lugar para comer. Volvimos
hacia el hospedaje, envueltos en una densa bruma, siempre con las coloridas
luces del casino que nos invitaban maliciosamente desde el lado de enfrente de
la ruta.
Un suceso simpático ocurrió en este corto trayecto de regreso al
hotel. Un grupo de perros custodiaba la esquina por donde habíamos pasado y por
donde debíamos volver a pasar. Ya nos
habían mirado la primera vez. Al
pasar de regreso todos nos rodearon. Fuimos sometidos a una exhaustiva inspección por parte de estos señores de la esquina, los que pasando sus narices por
nuestros pantalones de arriba a abajo y resoplando sin parar parecían deducir
cuales eran nuestras intenciones al atravesar sus dominios. Nos estudiaron un
rato, imagino que debatieron entre ellos en idioma canino y nos dieron el visto
bueno porque volvieron perezosamente a su montículo de tierra olvidándonos al
instante para entregarse a su perruno sueño.
Once milanesas
Pasamos
un toque por el mercado-rotisería de Jorge, que a la vez era el dueño del
hotel. Compramos la comida para el otro día: once milanesas, casi dos kilos de pan,
tomate, mostaza, mayonesa y algo de fruta. Mientras me cobraban el pedido, el hijo del
dueño me preguntó si ibamos a Parque Luro, le contesté que sí, que mañana lo
visitaríamos y que luego, al atardecer, nos iríamos a Lihuel Calel por la ruta
152. Me comentó frunciendo el entrecejo que esa ruta estaba en muy mal estado,
que no me convenía hacerla en la oscuridad, lo que me dejó preocupado esa
noche, ya que según su relato había baches de tal profundidad como para dejar
una rueda girando dentro de ellos.
Patricia
gentilmente me guardó las milanesas para el otro día en la heladera. A las nueve nos fuimos a cenar al
ACA. El restaurant es bastante lindo y toda la comida estuvo muy buena. Hicimos
el primer brindis por haber llegado y por el primer día que terminaba. Regresamos al City y nos fuimos a dormir. Le dimos una mirada
de soslayo al espejo roto en la puerta, y a esperar entre sueños la llegada del
segundo día.
Problemas de suspensión
La
noche para mí no fue tan dichosa ya que de a ratos me despertaba dado que la habitación estaba calurosa con siete almas roncando en ella, y para empeorar este cuadro un maldito mosquito se empecinaba en zumbar en mis oídos y en aguijonearme las manos.
Por otro lado la cama donde dormía tenía problemas de suspensión y rechinaba estridentemente a cada giro de mi anatomía, por lo que tuve que quedarme inmóvil largo tiempo para no molestar al resto, lo que para mí representaba un gran esfuerzo por mi pasión de dar vueltas en la cama como un derviche.
Por otro lado la cama donde dormía tenía problemas de suspensión y rechinaba estridentemente a cada giro de mi anatomía, por lo que tuve que quedarme inmóvil largo tiempo para no molestar al resto, lo que para mí representaba un gran esfuerzo por mi pasión de dar vueltas en la cama como un derviche.
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