Siempre es un paseo
obligado darme una vuelta por el puerto de San Clemente. Al llegar veo que la
marea está baja, las pequeñas lanchas de pesca están encalladas en el lodo.
Recorro el breve muelle. En la rambla un grupo de casi veinte motociclistas
hablan, gesticulan y ríen sin parar.
Llego al final del puerto,
no son más de dos cuadras. Le tomo fotos a un barco abandonado donde artistas
desconocidos para mí trataron de darle un nuevo sentido a su oxidada estructura.
Más allá, en las aguas
someras, un grupo de flamencos descansa. Continúo, veo un tero real y becasas con plumaje
nupcial. Varias gaviotas juveniles descansan agrupadas
Un grupo de caballos me
pasa muy cerca al galope por ese campo. Entro a un pequeño astillero, donde
pintan y reparan algunos barquitos. A lo lejos, al lado de un charquito, veo un
sobrepuesto. Es un pájaro muy lindo, aprovecho para tirarme al suelo y fotografiarlo.
Vuelvo sobre mis pasos e
increíblemente la marea ya subió y los barquitos se florean exultantes
meciéndose en el agua bajo el sol del mediodía.
Siempre que pase por San Clemente volveré a darme una vuelta por este puerto. Me parece increíble que haya sido el sitio de una fría despedida. Le doy una última mirada a
la belleza de su ría, a la lejanía que se pierde tras el pastizal, a sus
flamencos y gaviotas y acudo al llamado de Osvaldo que me avisa algo
impostergable: se habían dispuesto en el restorancito Puerto Rico y ya estaban
pidiendo las lisas y las corvinas.
Como despedida, esta foto
con Lu y Walter, queridos amigos y compañeros de tantos viajes. Y junto a Xolmis
quién nos acompañó en esta linda salida regalándonos toda su ternura.
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