La luz del faro
Estamos ahora lejos de la
costa. Nos fuimos con los autos hasta la zona del mirador de aves. En la
reserva de Punta Rasa hay un extenso pastizal nativo, donde se encuentra entre
otras especies la cortadera. Esta última es la que posee esos conocidos penachos
dorados. Tan llamativos son que muchos llaman a esta planta plumerillo. Toda la
vasta extensión que tenemos ante nuestros ojos está tapizado por esos penachos.
El atardecer en estos días
de invierno es brevísimo. Si queremos tomar alguna foto del faro con el cielo
rojizo debemos apurarnos. Sacamos las cámaras y armamos los trípodes. Hay poco
viento en este lugar más reparado y eso es muy bueno para fotografiar con poca
luz ya que la cámara no se moverá.
El faro San Antonio enciende
su antorcha, da una vuelta cada diez segundos. Su destello tiene un alcance de
40 kilómetros. Nos avisa que estamos en un extremo del continente. No es un
faro tradicional con la típica torre en medio de la nada. Este faro tiene una
bonita lámpara pero su base son tres columnas unidas en forma de trípode, lo
que lo deja como esquelético a la vista.
En el atardecer su luz al
principio es imperceptible, pero ahora que la oscuridad se hizo absoluta el haz
de luz recorre toda la extensión por donde estamos, va iluminando los penachos
a su paso y nos atraviesa a nosotros parados allí. Es como una ola luminosa que
avanza en un mar de cortaderas y al pasarnos en vez de romper como el agua sobre
nuestro cuerpo nos encandila haciéndonos cerrar brevemente los ojos.
Todos tenemos un faro que
nos guía en la noche, aquel que nos señala un rumbo cuando estamos perdidos. Lo necesitamos para que nos marque el camino. Cuando la oscuridad o la desesperanza nos rodee, siempre será
posible recurrir a nuestro faro para evitar quedar encallados en nuestras
propias limitaciones.
Las constelaciones
Como bien decía, la noche llega
muy rápido en invierno. Son las siete y ya nada queda de ese maravilloso
atardecer que presenciamos. Ahora una inacabable sucesión de puntitos luminosos
cubre el firmamento. Como siempre observar el cielo estrellado en una noche
clara es majestuoso, como mirar a los ojos a una mujer enamorada. Es
sobrecogedor para los que vivimos en una gran ciudad, donde nuestras
luminarias, y no precisamente me refiero a los intelectuales, nos privan del
regocijo de tamaña contemplación.
Vemos la Nube de
Magallanes, que son galaxias observables en el hemisferio sur. Martín me
señala la constelación de escorpio, dicha figura se forma uniendo con la vista
y la imaginación una serie de estrellas una más brillante que la otra. Es ésta
una de las constelaciones más conocidas del cielo (menos para mí) y más bellas
dada la forma del aguijón del escorpión.
Me señala Saturno, al que
en vano trato de verle sus anillos. Tenemos el lucero de Venus dominando con su
brillo la noche estrellada. Miro una estrella cualquiera y al descansar la
vista en ella, miles de pequeñísimos soles van apareciendo alrededor, los que
desaparecen cuando fijo el foco en ellos. Guillermo señala un punto que se
mueve a una velocidad muy alta. Es un satélite, el único objeto humano que hay
en esa atmósfera. Acomodo la cámara y hago algunas fotos, Osvaldo me da unas
indicaciones para el enfoque. Logro tomar una foto más o menos pasable, con
satélite incluido.
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