sábado, 27 de junio de 2015

VIAJE A PUNTA RASA: El faro y las constelaciones


La luz del faro


Estamos ahora lejos de la costa. Nos fuimos con los autos hasta la zona del mirador de aves. En la reserva de Punta Rasa hay un extenso pastizal nativo, donde se encuentra entre otras especies la cortadera. Esta última es la que posee esos conocidos penachos dorados. Tan llamativos son que muchos llaman a esta planta plumerillo. Toda la vasta extensión que tenemos ante nuestros ojos está tapizado por esos penachos.
El atardecer en estos días de invierno es brevísimo. Si queremos tomar alguna foto del faro con el cielo rojizo debemos apurarnos. Sacamos las cámaras y armamos los trípodes. Hay poco viento en este lugar más reparado y eso es muy bueno para fotografiar con poca luz ya que la cámara no se moverá.
El faro San Antonio enciende su antorcha, da una vuelta cada diez segundos. Su destello tiene un alcance de 40 kilómetros. Nos avisa que estamos en un extremo del continente. No es un faro tradicional con la típica torre en medio de la nada. Este faro tiene una bonita lámpara pero su base son tres columnas unidas en forma de trípode, lo que lo deja como esquelético a la vista.





En el atardecer su luz al principio es imperceptible, pero ahora que la oscuridad se hizo absoluta el haz de luz recorre toda la extensión por donde estamos, va iluminando los penachos a su paso y nos atraviesa a nosotros parados allí. Es como una ola luminosa que avanza en un mar de cortaderas y al pasarnos en vez de romper como el agua sobre nuestro cuerpo nos encandila haciéndonos cerrar brevemente los ojos.





Todos tenemos un faro que nos guía en la noche, aquel que nos señala un rumbo cuando estamos perdidos. Lo necesitamos para que nos marque el camino. Cuando la oscuridad o la desesperanza nos rodee, siempre será posible recurrir a nuestro faro para evitar quedar encallados en nuestras propias limitaciones.


Las constelaciones


Como bien decía, la noche llega muy rápido en invierno. Son las siete y ya nada queda de ese maravilloso atardecer que presenciamos. Ahora una inacabable sucesión de puntitos luminosos cubre el firmamento. Como siempre observar el cielo estrellado en una noche clara es majestuoso, como mirar a los ojos a una mujer enamorada. Es sobrecogedor para los que vivimos en una gran ciudad, donde nuestras luminarias, y no precisamente me refiero a los intelectuales, nos privan del regocijo de tamaña contemplación.
Vemos la Nube de Magallanes, que son galaxias observables en el hemisferio sur. Martín me señala la constelación de escorpio, dicha figura se forma uniendo con la vista y la imaginación una serie de estrellas una más brillante que la otra. Es ésta una de las constelaciones más conocidas del cielo (menos para mí) y más bellas dada la forma del aguijón del escorpión.

Me señala Saturno, al que en vano trato de verle sus anillos. Tenemos el lucero de Venus dominando con su brillo la noche estrellada. Miro una estrella cualquiera y al descansar la vista en ella, miles de pequeñísimos soles van apareciendo alrededor, los que desaparecen cuando fijo el foco en ellos. Guillermo señala un punto que se mueve a una velocidad muy alta. Es un satélite, el único objeto humano que hay en esa atmósfera. Acomodo la cámara y hago algunas fotos, Osvaldo me da unas indicaciones para el enfoque. Logro tomar una foto más o menos pasable, con satélite incluido.



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