sábado, 30 de mayo de 2015

VIAJE A LA PAMPA. DIA 5


Veinte litros de agua caliente

Dormimos muy bien. Por suerte regulé el calor que hacía en la habitación abriendo un poco la ventana de la misma, ya que la estufa estaba al máximo. A las ocho nos fuimos a desayunar. Nos atendía Coca quien, después de acomodarnos en el comedor, nos preguntó tímidamente si podíamos ayudar a unos pasajeros que estaban alojados allí mismo, a quienes no le arrancaba el auto. Fuimos a ver que le pasaba al vehículo. Se trataba de un matrimonio mayor, la señora una gordita muy sonriente y él un hombre bajito y calvo. Vemos que este señor venía caminando hacia donde estaba detenido el coche, un Dacia del año en que empezó el uno a uno, cargando un balde de veinte litros lleno de humeante agua caliente, dispuesto a echarlo sobre la batería, ya que según él no arrancaba porque se congelaron los bornes o algo así. Cuando lo vió uno de nuestros amigos, y notando que estaba intentando encender el auto con el selector de GNC activado, le dice a este buen hombre muy amablemente que lo pasara a nafta y que pruebe darle arranque. Fue el santo remedio. La solución era, como muchas veces nos ocurre, la más simple de todas.

Desayuno bien largo

El desayuno transcurrió con normalidad, había café con leche en abundancia y muchas tostadas bien calientes las que untábamos con manteca y mermelada de damasco o dulce de leche según las preferencias. Lo hicimos bien largo mientras mirábamos el día, el que estaba clarísimo, con un cielo muy celeste y bastante frío. Vimos que los loros habían abandonado los cables que cruzaban la ruta y supusimos con acierto que encontraríamos a las bandadas en nuestro camino.




Ruta intransitable

A las nueve salimos a la ruta con destino a Carhue, transitábamos así los últimos kilómetros de la provincia de La Pampa. En ese tramo nos detuvimos varias veces tratando de encontrar a la loica pampeana. Creímos verla posada en un alambrado, pero cuando nos acercábamos vimos  que era nuestra conocida loica común. Nos despedimos finalmente de la provincia de La Pampa, con sus inmensas estepas y con la amabilidad de su gente y cruzamos la línea interprovincial entrando por la ruta 60. Apenas ingresamos a la ruta bonaerense pasamos a un asfalto muy deteriorado, en peores condiciones que la ruta 152 del desierto pampeano. Cuando habíamos hecho una buena distancia nuevamente zigzagueando para evitar los baches, vimos un cartel en el camino. No  podíamos creer lo que decía esta señal. En letras negras desgastadas rezaba: “PELIGRO RUTA INTRANSITABLE”. Sentía una mezcla de risa y fastidio, parecía que ese cartel se burlaba de nosotros ¿Para qué nos servía saberlo si ya estábamos en el medio de la ruta y no podíamos tomar un camino alternativo? No me quedó otra opción que bajar la velocidad a 60 o 70 km/h y encomendarme para no encontrar un bache de los importantes. Por fortuna todo anduvo bien.

Carhué

Entramos a Carhué  para hacer una carga de GNC. Atravesamos las calles de este lindo pueblo y vimos el monumental edificio de la municipalidad, construido en estilo art decó por el arquitecto Francisco Salamone, quien realizó muchas construcciones por toda la zona sur de la provincia. Mientras esperábamos en la estación de servicio a que la camioneta se llenara de gas, le contaba en el auto a mis acompañantes la historia de la Villa Epecuén, el pueblo que quedó sumergido bajo las aguas del lago del mismo nombre, allá por el año 1985. Les decía que ahora las aguas se habían retirado y que se podía ver la desolación misma en lo que quedó al descubierto. Al rato viene uno de los amigos y me consulta mi opinión para darnos un vistazo por esa villa, ya que seguramente pasaría mucho tiempo hasta que volviéramos a pasar por allí “¡Por supuesto!” le dije, andaba con ganas de visitarla y de paso tomar algunas fotos del lugar.

Maca  plateado

 Nos dirigimos hacia allá. Llegamos al lago Epecuén y comenzamos a bordearlo. Estas aguas son muy salobres y son conocidas por sus propiedades curativas. Había innumerables flamencos cerca de la costa. De repente, al atravesar un pequeño puente vimos a un macá plateado a escasos metros. Nos bajamos para mirarlo y tomarle fotos. Lo cierto es que es un macá de extraordinaria belleza, sobre todo por el intenso color rojo de sus ojos. Me alegró mucho ver uno tan cerca, ya que solo lo había visto a mucha distancia.







Matadero

Llegamos por fin al pueblo de Villa Epecuén. Tomamos un camino de enormes, altísimos eucaliptus muertos, las cortezas eran blancas como una osamenta. 





Llegamos a lo que quedaba del matadero municipal. Nos bajamos y fuimos caminando hacia la destruida construcción. A medida que nos acercábamos podía apreciarse la soberbia de ese estilo art decó con sus grandes volúmenes. Era otro de los edificios de Salamone. Giramos la cabeza en todas direcciones. Esta obra se elevaba en el medio de la nada, era como una catedral en medio de un campo muerto. Ya de lejos contrastaba su torre central irguiéndose frente al cielo. Esa torre con su cuchilla alzada en el extremo se veía como una imposición fálica del poder del hombre sobre la vida y la muerte. Rodeamos el edificio viendo su chimenea, sus paredes vetustas, los ladrillos que ahora estaban a la vista. Nos pusimos casi debajo de esas letras gigantescas y el sol quedó oculto por la masa de la torre central. En un momento me pareció ver que esas letras estaban ensangrentadas. La tipografía que formaba la palabra de la matanza no debió ser elegida por casualidad. Esas letras imponían miedo. Sorprendentemente la mampostería de la construcción se había caído en muchas partes, pero ni una sola de las letras terribles se había visto afectada por el tiempo. Muchas manos las habían tocado luego, exorcizándolas con sus garabatos, tratando de que su significado no fuera tan terrible, tan premonitorio. No puede quien vea este mausoleo no preguntarse cuál es el matadero, donde comienza y donde termina, si entre estas derruidas paredes o si hemos convertido al orbe entero en él y si esta no sería la remota entrada al mismo. Tomamos las últimas fotos y me quedé pensando en la obra de Salamone, mientras volvemos al auto con la inquietante palabra a nuestras espaldas y esas preguntas nunca respondidas.











La ciudad fantasma

"Llegamos a la entrada de la ciudad destruida. Hay que pagar para ingresar a verla, pago y me dan un folleto, los demás dudan pero entran también. La calle principal es muy ancha, al fondo está el lago, a los costados de la avenida aparecen las primeras edificaciones, un hotel a la izquierda, una casa a la derecha. Me paro en un edificio de azulejos blancos. Un hombre se para a mi lado. “Parece una carnicería”. “Si, allá atrás se ven los rieles para las reses”. Continúo. Poca gente camina en este domingo de sol, con este frío. La gente que camina habla poco, nadie sonríe. Hay árboles muertos por todos lados, hay una sucesión de escombros por doquier, veo rejas, carretillas oxidadas, palanganas, caños podridos. Sigo caminando y veo lo que fue el baño de una casa. El toallero todavía se distingue. Por las calles laterales pequeños cursos de agua, serpenteantes, reflejan el cielo. Todo es soledad y devastación. Las ramas están peladas, ninguna hoja las cubre, los pájaros no están, nada se mueve, solo pequeñas olas del gran lago que está en el fondo, ese leviatán que se deglutió todo y luego de fragmentarlo, de digerirlo, de disolverlo durante años lo está regurgitando lentamente. Me detengo a la vista de lo que fue la entrada a una casa. Siento la desesperación de perderlo todo, bajo las aguas, y pasar ocho años o más. Esperar y esperar a que el agua baje alguna vez, no con la esperanza de recuperar algo, sino para volver a caminar por donde estaba la casa de la infancia, para volver a pisar la esquina del bar y recordar charlas, los amigos, las tardes de verano. Veo las cabezas bajas, buscando por los rincones el corazón que se quedó bajo las aguas. Me voy de Villa Epecuén, veo las últimas imágenes, escaleras en pie que ascienden a la nada, los marcos de las puertas como si fueran cruces de un cementerio, me voy en silencio dejando en paz los recuerdos, dejo a los espectros de pobladores y turistas de otro tiempo conversando amablemente bajo el sol de la ciudad fantasma".



























Y aquí doy por terminado este imperfecto relato del viaje a la pampa, y un pedacito del sur de Buenos Aires, un lindo recorrido que hice con mis amigos. Mi deseo es que tal vez te sirva si vas de visita a algunos de estos interesantes lugares y por qué no tal vez seas vos el que me cuentes tus sensaciones al visitarlos. Un abrazo grande a todos mis compañeros de viaje, como digo siempre, nada hubiera sido igual sin ellos acompañándome. Hasta cualquier nueva crónica de viaje.

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