sábado, 30 de mayo de 2015

VIAJE A LA PAMPA. DIA 4



Amanecer en la pampa

El sábado se inició muy ventoso pero con el cielo despejado, por suerte muy lejos se habían ido los densos nubarrones. Pude disfrutar de un amanecer con azules y magentas, pude ver las formas del pueblo surgiendo de la oscuridad pero sintiendo como el viento helado me congelaba la piel. Era una muestra, para este pequeño grupo de forasteros, de las duras condiciones de vivir en estas latitudes. 
Nada protege contra el viento, a la redonda todo es tan plano como una mesa de billar. El pueblo dormía, aproveché ese momento para tomar unas pocas fotos. Por lo ajustado de nuestro tiempo no pude recorrer el poblado a pie como me gusta hacerlo cuando llego a estos alejados lugares, tal vez el destino me tenga aparejado volver y entonces sí pasaré frente a cada casa, deambularé por las calles de Puelches, atisbando un poco de su vida cotidiana. 

Con el sol ya asomando a nuestras espaldas vimos que el pueblo terminaba justo detrás de nuestras cabañas, más allá el dominio de los caciques en otros tiempos, más allá lo insondable, el imperio de la tierra.


Calentamos agua y cargamos los termos. Salimos a descontar por última vez esos 30 km que nos separaban del PN Lihuel Calel.
Llegamos cuando el sol ya había asomado. 



El día iba a ser radiante, pero todo tiene su contracara, un espléndido día de luz, pero también de mucho viento y mucho frío. El pampero había llegado desde el sur y había limpiado de nubes el firmamento, pero ahora las ráfagas zumbaban en nuestros oídos, los pastos del jarillar se sacudían de un lado a otro sin parar. Las aves, pensamos, se iban a refugiar muy bien y nos sería harto difícil verlas.

Cerro Sociedad Científica

 Lo primero que hicimos esa mañana fue subir por el sendero que llega a la cima del cerro Sociedad Científica Argentina, un particular nombre que le dieron al cerro más alto del lugar que alcanza los 590 metros. No llegamos a subir hasta la cima, porque queríamos ver aves y ninguna se avistaba en estas alturas. No obstante llegamos hasta un punto elevado, desde donde pudimos apreciar una magnífica vista de las sierras y de toda la región del monte pampeano. Para aquel aventurero que vaya a hacer esta subida le aclaro que las piedras son muy resbaladizas, los carteles advierten y les aseguro que no es broma. Están cubiertas con una capa de algo parecido a la cera de pisos. Como ven, entre las filosas espinas y las resbalosas piedras siempre es vital mantener la concentración en nuestra marcha. A pesar de la magnificencia del lugar, de las ganas que tiene uno de aspirarse todos los perfumes, de descubrir algún animal oculto, de distinguir nuevos sonidos, nunca hay que descuidar donde apoyamos el pie. Pisada firme, goce asegurado. Una enseñanza que me dio una vez un montañista, cuando ascendía el volcán Copahue, consistía en subir la pendiente con pasos muy cortos. Aunque tardemos más, pisaremos más seguro y lo que es mejor no fatigaremos innecesariamente nuestras piernas.



Cuises y martinetas

De vuelta en el camping pude ver innumerables cuis chicos. Pasaban tan cerca de mis pies, eran tan curiosos, que si hubiera querido habría atrapado uno con mis manos. En la cercanía de las mesas de madera vimos otra vez a nuestro zorrito amigo del día anterior, esperando algo más suculento en esta oportunidad porque en el asador del camping un grupo de lugareños estaba preparando un asado a la cruz. Vuelta también a ver la enorme bandada de martinetas picoteando por todos lados. Estas aves deberían estar entre los pastos y sin embargo preferían el refugio del camping y la comida servida también. Su protección era el número, siempre estaban juntas, ninguna se separaba del resto, tanto que era muy difícil sacarle una fotografía a alguna de ellas en solitario.






La casona

Debatimos un rato como continuar la mañana. Optamos seguir por el sendero vehicular con los coches hasta donde se pudiera, luego seguiríamos por el sendero peatonal para llegar al lugar que se llama La Casona.
Era esta la casa del primer dueño de este lugar, el Sr. Luis Gallardo, llamada Estancia Santa María, de la que hoy solo irreconocibles ruinas quedan. Estaba construida completamente de adobe, solamente se había usado cemento para los cimientos. Caminamos un rato por lo que quedaba de sus paredes. Pensamos lo duro que debía haber sido hace tantos años vivir en este sitio que era el verdadero el confín de la tierra. Seguimos avanzando, subiendo y bajando por el camino que copiaba la ladera de la sierra.






El Chenque

En un momento llegamos al Chenque, que es una colina donde los antiguos pobladores de distintas tribus y distintos tiempos enterraban a sus seres queridos. Caminaban kilómetros hasta este cementerio, cargando los cuerpos de sus difuntos, sin contar con la ayuda de caminos, atravesando estos pastos filosos como hojas de afeitar, puntiagudos como alfileres, capaces de desgarrar la carne del animal mejor protegido. Caminé por esta colina mortuoria. Un cúmulo de cuerpos yacía bajo mis pies. Me quedé un largo rato pensando y sintiendo el dolor de quienes traían a sus compañeros de vida hasta este sitio tan lejano. Uno tiende a imaginar a aquellos nativos como hombres duros, resistentes a la inclemencia, dispuestos a soportar el hambre y la fatiga con estoicismo. Pero nada me hace dudar de su sufrimiento, de las penas que debían soportar al perder a un padre, a un hijo, a un amigo, esas pérdidas que dejan su marca para siempre. Y pensaba que debía ser este el lugar donde le daban el último adiós, el del descanso eterno. Miré las montañas con millones de amaneceres en sus laderas y comprendí porque era éste el mejor lugar para hacerlo.





Dejamos el chenque y emprendimos el regreso para almorzar. En nuestro camino vimos una águila mora volando, dando enormes círculos en el cielo. De repente apareció un aguilucho. Al encontrarse estas dos especies no se demostraron amistad alguna, el aguilucho la embestía tratando por todos los medios de alejar al águila a quien parecía preocuparle muy poco lo que quisiera el aguilucho.

Aguilucho común



Aguilucho común


Pensamientos

Cabe decir ahora lo que se experimenta cuando caminamos por estos amplios lugares, sintiendo el viento que azota fuerte sobre nuestras cabezas, lejos ya de nosotros la confortable urbanidad.
Los pensamientos vienen a nosotros, llegan como parte del viento, se muestran y se ocultan, parece que se van y luego vuelven. Algunos son hermosas reflexiones, alegres como el canto de los pájaros, y otros son pensamientos que nos llenan de pesadumbre, como olas de un mar embravecido.  Mientras se siente la fatiga en el cuerpo, y los pies van molestando a cada paso, la mente tritura y procesa los goces, y también los pesares. Estos últimos son los verdaderos escalones, los difíciles de superar y no los del terreno por el que avanzamos. 
Cuando nos atraviesa alguna pena, cuando el alma se desalienta, como en esos momentos, caminamos, elevamos la vista, nos entregamos y empezamos a ser simplemente observadores. Poco a poco a fuerza de mirar y de sentir el silencio, nos vamos transformando nosotros mismos en aquello que contemplamos:  en parte de la naturaleza. 
Se llega entonces a comprender que todo, la más maravillosa alegría y la tristeza más honda, forman parte de la misma existencia. De eso tomamos conciencia en estos lugares. No hay una sin la otra. Todo se reduce a lo elemental, que es vivir, como lo hace el ave que vuela en el cielo. Menguan los pesares, y aparece nada menos que la vida, que está allí, para ser disfrutada con sus claroscuros, para ser tomada como un vaso de agua fresca. 




A calentar el espíritu



Me despabilé pronto de tales pensamientos de porteño melodramático al llegar al camping. Era la hora del almuerzo. Mi estómago se alegraba por la inminencia de los bocados que le llegarían. Debo decir que, aunque ya habíamos atravesado largamente el mediodía, la sombra de los caldenes atenuaba la luz del sol y como el viento no cesaba comencé a sentir mucho frío, sobre todo en las piernas ya que el delgado pantalón que me cubría no era el más apto para ese clima casi de montaña.

Por suerte se descorchó una botella de Carcassone para calentar el espíritu. Comimos los emparedados de jamón y queso y las últimas empanadas soufflé que quedaban. Me sentí reconfortado por la comida y por el vino. Acomodé ni bufanda y mi gorro y pronto salimos a hacer nuestro último tramo en el parque nacional.



Gallito copetón

Loica común hembra

Loica común macho


Pepitero de collar

El omnipresente puma


Fuimos de nuevo a la zona de la hondonada que habíamos transitado el día anterior, donde las montañas se acercan formando un valle muy estrecho. Entendíamos que allí había más reparo del ventarrón, por lo que consideramos que los animales buscarían abrigo allí. Teníamos la esperanza de no irnos sin ver al puma. En un momento pasamos por un sendero por donde habíamos estado una hora antes y ninguno de nosotros vio huella alguna. Al volver por allí vimos la pisada fresca del enorme felino. 
Nos estaba vigilando. Lo sentíamos a nuestra espalda. Oteábamos las rocas que se ubicaban sobre nuestras cabezas viendo si algo se movía por allí. Pero la astucia del animal iba a hacernos imposible poder descubrirlo. Cada tanto se movía algún guanaco que eran los mamíferos que nos acompañaban en nuestra marcha, a lo lejos vimos una pareja de ciervos, pero el felino siempre estuvo ausente.






Llegamos incluso a encontrar su comedero, vimos los restos de su última comida, sus heces y hasta la hierba había quedado aplastada por su cuerpo. En ese lugar seguramente había estado echado hacía un rato. No pudimos verlo pero sentimos la sombra de este formidable cazador. El puma es como un dios en este terreno, es omnipresente, inspira temor y respeto, se siente que todo lo ve, todo lo conoce, que nos deja transitar por su territorio. Tal vez sea él quien nos estudia, el que quiere saber algo más de nosotros, tal vez se pregunte como hacemos para caminar con dos piernas, o porqué tenemos distintos colores en el cuerpo o que son esos sonidos que emitimos, algo que seguramente nunca antes había escuchado.












Ocaso en Lihue Calel

El día se acababa definitivamente, las sombras caían sobre la sierra de Lihue Calel. Volvimos a los autos y preparamos nuestros termos con la cocinita. Mientras el fuego de la hornalla calentaba la pavita, en silencio mirábamos la lejanía y le dábamos la sentida despedida al lugar. Con la última luz cayendo por detrás de las montañas saludamos a este sitio único en la pampa y nos dirigimos hacia Gral. Acha distante a 157 km, recorriendo nuevamente la maltrecha Ruta 152.
Les había dicho a los muchachos de la camioneta el nombre del hotel que había reservado para pasar la noche en Acha, se trataba de La Posada. Como les dije que quedaba sobre la ruta y que no podían dejar de verlo, no me preocupé por ellos y les dejé tomar la delantera. Me detuve tranquilo con mi auto a un costado del camino sacando fotos a las sierras para tomarlas en contraste contra el cielo anaranjado por las luces del ocaso. Retomamos la marcha con la noche ya cerrada y pusimos proa hacia General Acha.





Un gatito

Al llegar al hotel me recibió Beatriz, le pregunté por mis amigos ya que no veía ninguna camioneta en el estacionamiento. Me dijo que mis amigos ya habían llegado y que estaban confortablemente instalados en uno de los departamentos del lugar que estaba a unos metros de la recepción. Mientras me tomaba los datos para el registro y me cobraba la noche de alojamiento muy seriamente me recomendó que cambiara de amigos dado la sacada de cuero que me había comido por parte de mis compañeros, consejo que tomé debidamente en cuenta por supuesto. Estaban todos ubicados en las camas del departamento, descansando del viaje, excepto uno que andaba foteando vaya uno a saber qué.
En el departamento había dos habitaciones y el living. Era muy confortable. Recibimos la visita de un gatito blanco que no paraba de inspeccionar nuestras cosas. Bastaba con abrir la puerta del auto para que de un salto se metiera y ¡¡ andá a sacarlo!!! Se acurrucó tan bien en mi asiento trasero que tuve que hacer sonar el papel de mi paquete de galletitas para que sintiera curiosidad y saliera. Luego se metió en una de las camas del departamento, se acurrucó entre los almohadones y bolsos y se puso a dormir tranquilamente. Era evidente que buscaba compañía y sobre todo calor ya que la noche estaba fría a esa hora.




Loros barranqueros

Después de acomodar mis cosas me di una reconfortante ducha caliente. Cuando salí del baño ví a mi amigo fotógrafo que preparaba de nuevo su cámara y no pudiendo con su genio sale a fotografiar en medio de la noche, vuelve al rato y dice que hay una lechucita vizcachera y miles de loros barranqueros sobre los cables que pasaban por al lado de la ruta. No pudiendo con nuestro genio tampoco, junto con un compañero, fotógrafo también, tomamos el armamento y salimos los tres a caminar en la fría noche de Gral Acha. Encontramos a la lechucita vizcachera sobre el cartel de entrada del hotel. El ave, curiosa, nos miraba. Soportó sin inmutarse nuestros destellos. 




Luego cruzamos la ruta 35 y nos fuimos a buscar a los loros por las calles del pueblo. Debo decir que fue una suerte que nadie llamara a la policía al ver a tres sujetos caminando en la penumbra con tremendos cañones en las manos fotografiando loros. Debo decir más bien espantando loros y provocando el bullicio más ensordecedor del que tenga memoria pues estos psitácidos levantaban vuelo de inmediato y eran cientos. Vimos que ocupaban en línea los cables porque ya no entraban más en los árboles. Obviamente esta especie suele alimentarse en los campos adyacentes, seguramente a kilómetros de allí y vienen a dormir en el reparo de la ciudad. Un espectáculo sobrecogedor para quien no vive allí, pienso que debe ser difícil para los vecinos de ese lugar tener la casa debajo de una ciudad de loros.




Pizza de anchoas

Volvimos al departamento y salimos todos a cenar. Fuimos al centro de Acha y comimos unas pizzas. Nos dimos el gusto de entrarle a la pizza de anchoas que estaba bastante buena. Hicimos el último brindis, por esta última cena y por todo lo que habíamos disfrutado de este viaje. Volvimos, cargamos nafta, y nos fuimos a dormir. Mañana sería el largo regreso.

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