sábado, 30 de mayo de 2015

VIAJE A LA PAMPA. DIA 1





La noche previa

“Ya cené temprano, ahora a mirar un poco de tele antes de dormir. Creo que puse todo en el bolso. ¿ Puse todo? Eso creo. Ya metí una frazada en el baúl por si hace falta, la cacerola la llevo, la heladerita también aunque ocupe medio baúl, mapa rutero lo llevo, una botellita de vino también, ¿brújula? pará, no seas exagerado. ¿Cómo estará el clima? ¿ y ese volcán? ¿ seguirá largando ceniza? ¿Cómo se llama? ah sí, el volcán Calbuco. Che, ¿ los vientos no irán para el lado de la pampa? A ver…….dicen que afectará a Neuquén y sur de la pampa. Ya me veo que vamos a andar cubiertos de ceniza volcánica, qué meados por los guanacos que estaríamos. Bueno, son las diez y me voy a acostar. ¿Cómo marchará todo?  ¿los alojamientos serán pasables?¿podré ver al cardenal amarillo? ¿atravesará un puma nuestro camino? …..Pucha, son las doce y todavía no pude dormir, dale tratá de dormir... tratá de dormir...tratá….... Ahora son las tres y media de la mañana. Por suerte estoy bien despabilado. Yo no sé, o lo que dormí es suficiente o tengo una ansiedad que me abre los ojos como un lechuzón”.

Abrazo Interminable

Salí de casa a las cuatro de la mañana. Sin parar en ningún semáforo atravesé numerosos municipios del conurbano. Esa noche con el fuerte viento y el cielo cargado de blancas nubes ( las nubes negras se ven blancas en la oscuridad), el aspecto de la metrópoli, que aún dormía, era sombrío.
En el lugar indicado de antemano, a las cinco en punto me encontré con el grupo de amigos con el que iba a encarar esta travesía.
Como si hiciera mucho tiempo que queríamos juntarnos para hacer un viaje así, nos fundimos en un abrazo interminable bajo el cielo amenazante de la noche, hermanados en esa esquina a merced del viento sibilante sobre nuestras cabezas. Estábamos dispuestos a vivir a pleno esos momentos que tanto nos gustan: ver cualquier bicho que ande por ahí, explorar lugares nuevos y descubrir todo lo que nos sea dado descubrir.

La tortuga Manuelita

Salimos de inmediato pues no era cuestión de perder tiempo con esos sentimentalismos. Siendo de noche todavía, tomamos por la Ruta 5 y pasamos sin detenernos por Mercedes, Chivilcoy y Bragado. A la altura de Nueve de Julio la lluvia que se anunciaba no se hizo rogar y se largó bastante fuerte, el limpiaparabrisas tuvo que moverse a alta velocidad y rápidamente el asfalto se cubrió de agua. Los pueblos se iban sucediendo en el camino.  
Al llegar a Pehuajó la lluvia había cesado, lo que nos permitió ver el monumento a la tortuga Manuelita, bastante pequeño en mi opinión pero muy simpático. Luego vimos que más adelante había otro monumento similar, y luego otro más, por lo tanto imaginé que la ciudad estaba llena de innumerables de ellos. Es más, pensé que cada vecino tendría su propia Manuelita en su casa, lo que por supuesto debía constituir un derecho inalienable de cada vecino de Pehuajó.

Don Tomás

Todo anduvo muy bien el resto del camino, por suerte la lluviá paró. Atravesamos la línea interprovincial y arribamos a la capital de la provincia de La Pampa. Raudamente perforamos el área urbana continuando en una imaginaria línea recta la marcha que veníamos trayendo por la ruta 5 para desembocar en el Parque Don Tomás, un  enorme lugar de esparcimiento que tienen los santaroseños. Su nombre hace honor al fundador de la ciudad de Santa rosa, Tomás Manson. Tiene una amplia laguna en su interior donde por lo que vimos practican la pesca del pejerrey. Detrás del parque se encuentra el casco de la estancia La Malvina que perteneció al fundador de la ciudad, donde finalmente detuvimos nuestra ajetreada marcha. Eran las dos de la tarde.

La Malvina


Comenzamos a recorrer esta pequeña pero muy hermosa área natural donde abunda, como lo veríamos en toda esta región, la especie arbórea del caldén. La Malvina se encuentra en una elevación del terreno. Desde sus dos miradores hay una inmejorable vista de la ciudad de Santa Rosa, la que está muy cerca, casi pegada a la reserva. El cielo se mantenía muy encapotado, amenazando de tormenta nuestro recorrido. 

Entre las aves que pude observar me regocijé obteniendo buenas imágenes de un curutié blanco y de una calandrita, pajaritos difíciles de fotografiar. Estaban presentes también la monterita de collar, el calancate común, el cachalote castaño, el piojito trinador, cachudito pico amarillo, cachudito pico negro, canastero chaqueño, canastero coludo, diuca común, los inambú común, montaraz y pálido entre otras especies.


Caldén




Calandrita

Curutie blanco


Olor a curry

Después de una hora de recorrida, regresé yo solo al centro de interpretación y me senté a descansar y a almorzar. Mientras masticaba mis sándwiches me dediqué a escuchar a las calandrias. Había de las tres especies: la grande, la real y la mora. 

Calandria mora

En el sitio donde descansaba había un sendero educativo con maceteros donde en cada uno se cultivaba una hierba aromática: el alcanfor, el orégano, la albahaca, el tomillo, el curry. 
A este último nunca lo había visto, me acerqué para olerlo y al hacerlo su aroma inconfundible penetró como un haz en mi memoria para llevarme trasportado a esas mesas donde humeaba un plato de arroz sazonado con esta especia.

Monteritas

En todo este espacio de tiempo que duró digamos desde las dos de la tarde hasta las cinco, perdí todo contacto con el resto del grupo. Solo a las horas los encontré: estaban en medio del pastizal buscando monteritas de collar. Me uní a ellos, me señalaban las monteritas pero yo no podía pescar ni una de tan rápido que se movían. 



Llegamos a uno de los miradores y contemplamos la ciudad de Santa Rosa, luego comenzamos el descenso. Y así seguimos avanzando, esta vez cuesta abajo.



Inquietud




La luz se iba atenuando, volvíamos hacia la casona que estaba a la entrada de la Reserva. Esta edificación había sido la casa del fundador de Santa Rosa, además fue una de las primeras construcciones de la capital pampeana. En el camino cruzamos a un par de individuos, que no parecían dedicarse a la observación del paisaje, caminando a esa hora por la reserva. Dudábamos sobre que tan seguro sería ese lugar. Al llegar a los vehículos nos preguntamos por una parejita a quienes hacia varias horas que no veíamos. La zona desconocida, la tarde gris, el silencio imperante, los llamados a un celular desconectado, todo nos deparaba inquietud. Finalmente de un codo del camino salen los tórtolos , también preocupados ellos porque nada sabían de nosotros. 

Al final, todos reunidos otra vez nos dispusimos a tomar unos mates bien calientes para combatir el frio que se comenzaba a sentir. Una cocinita de campaña aportó el fuego que hacía falta. Mateamos y comimos bajo la mirada de ojos curiosos ya que muchos nidos de cotorras se ubicaban sobre nuestras cabezas.


Hotel City

Final del díaDejamos la Estancia La Malvina y el Parque Don Tomás y retornamos por la ruta 5. Sobre esa ruta, en las afueras de la ciudad y casi frente al casino, estaba el hospedaje City, que era el que yo había reservado previamente y donde pasaríamos la noche. Me recibió Patricia, una mujer muy amable que hablaba sin descanso. Era muy atenta pero un poco ansiosa, insegura en todo momento por saber si el lugar nos agradaba. Me llevó a ver la habitación y todo estaba tal cual lo hablamos. Era un cuarto con seis camas y un colchón en el piso, para poder dormir los siete juntos.
Compartíamos el hotelito con unos cuantos obreros de la construcción, ya que se estaba realizando una obra en la zona contigua al casino y se ve que los patrones los habían alojado allí. Nos cruzábamos con ellos en los angostos pasillos. Esos hombres vestían ropas polvorientas y gastadas por la actividad, tenían el pelo cubierto también por el polvo y las manos cuarteadas por los áridos materiales. Pero todo ese inevitable desaliño tenía su antítesis en la humildad y la amabilidad de ellos quienes al pasar a nuestro lado nos saludaban amablemente con un “buenas tardes”. Gentiles modales eran los de estos obreros quienes seguramente estaban muy lejos de sus hogares. Educada y silenciosamente retornaban del trabajo para pasar una noche de descanso.

Inspección perruna

Luego de que el grupo estuviera instalado en la habitación, y a pesar de la visión de un espejo roto en tres partes ubicado en reverso de la puerta, lo que para los supersticiosos es señal de mala fortuna pero no para nuestro equipo, salimos a ver que tal estaba el restaurant del ACA para cenar. Ya era de noche y notamos en nuestras mejillas el aguijoneo de una pertinaz llovizna. Las nubes habían bajado mucho. El restaurant tenía linda pinta, nos pareció un buen lugar para comer. Volvimos hacia el hospedaje, envueltos en una densa bruma, siempre con las coloridas luces del casino que nos invitaban maliciosamente desde el lado de enfrente de la ruta. 

Un suceso simpático ocurrió en este corto trayecto de regreso al hotel. Un grupo de perros custodiaba la esquina por donde habíamos pasado y por donde debíamos volver a pasar. Ya  nos habían mirado la primera vez. Al pasar de regreso todos nos rodearon. Fuimos sometidos a una exhaustiva inspección por parte de estos señores de la esquina, los que pasando sus narices por nuestros pantalones de arriba a abajo y resoplando sin parar parecían deducir cuales eran nuestras intenciones al atravesar sus dominios. Nos estudiaron un rato, imagino que debatieron entre ellos en idioma canino y nos dieron el visto bueno porque volvieron perezosamente a su montículo de tierra olvidándonos al instante para entregarse a su perruno sueño. 

Once milanesas

Pasamos un toque por el mercado-rotisería de Jorge, que a la vez era el dueño del hotel. Compramos la comida para el otro día: once milanesas, casi dos kilos de pan, tomate, mostaza, mayonesa y algo de fruta. Mientras me cobraban el pedido, el hijo del dueño me preguntó si ibamos a Parque Luro, le contesté que sí, que mañana lo visitaríamos y que luego, al atardecer, nos iríamos a Lihuel Calel por la ruta 152. Me comentó frunciendo el entrecejo que esa ruta estaba en muy mal estado, que no me convenía hacerla en la oscuridad, lo que me dejó preocupado esa noche, ya que según su relato había baches de tal profundidad como para dejar una rueda girando dentro de ellos.

Patricia gentilmente me guardó las milanesas para el otro día en la heladera. A las nueve nos fuimos a cenar al ACA. El restaurant es bastante lindo y toda la comida estuvo muy buena. Hicimos el primer brindis por haber llegado y por el primer día que terminaba. Regresamos al City y nos fuimos a dormir. Le dimos una mirada de soslayo al espejo roto en la puerta, y a esperar entre sueños la llegada del segundo día.

Problemas de suspensión

La noche para mí no fue tan dichosa ya que de a ratos me despertaba dado que la habitación estaba calurosa con siete almas roncando en ella, y para empeorar este cuadro un maldito mosquito se empecinaba en zumbar en mis oídos y en aguijonearme las manos. 
Por otro lado la cama donde dormía tenía problemas de suspensión y rechinaba estridentemente a cada giro de mi anatomía, por lo que tuve que quedarme inmóvil largo tiempo para no molestar al resto, lo que para mí representaba un gran esfuerzo por mi pasión de dar vueltas en la cama como un derviche. 




VIAJE A LA PAMPA. DIA 2


Desayuno buffet

El jueves 30 nos despertamos a las siete.Teníamos que ir a desayunar exactamente a las ocho.  Cuando asomé al nuevo día me llené de amargura por el panorama que veía. En vez del día radiante que esperábamos, seguía lloviznando, todo estaba brumoso. Bajo la tenue lluvia miraba el cielo gris, la ciudad gris, los autos que pasaban por la ruta haciendo el característico y odioso sonido de neumáticos rodando en lo mojado. Frente a mí estacionó un camión que traía la carne para el negocio de José. Un hombre bajó una media res pasando muy cerca mío, tambaleando por el suelo húmedo y por el peso de media vaca sobre sus hombros. Por suerte apareció uno de los amigos y me hizo una seña, podíamos desayunar ya mismo, cuando aún no eran las ocho. Nos sentamos. El desayuno era buffet, había alfajorcitos de maicena y facturas varias. Un buen café con leche caliente y esos bocados le mejoran el ánimo a cualquiera.

El Bajo Giuliani

Nada más faltaba. Los bolsos estaban en el auto, retiramos las milanesas de la heladera, agradecimos por la atención brindada y nos pusimos en marcha. La ruta a seguir era la 35 con dirección sur para llegar al Parque Luro, a casi 30 km de Santa Rosa. Al dejar la zona urbana, la ruta iba quedando inmersa en la niebla. La visibilidad se reducía kilómetro tras kilómetro. 
Atravesamos un espejo de agua llamado el Bajo Giuliani. Vimos en él la sobrecogedora imagen de la nostalgia: un conjunto de árboles sumergidos con sus ramas oscuras sobresaliendo como ateridos brazos de las aguas plateadas y tras ellos el horizonte difuminado por la niebla que todo lo abarcaba. Nos gustó mucho a todos contemplar esa imagen, por desgracia no pudimos detener la marcha ya que estábamos sobre un angosto puente y a esa hora el tránsito era fluido. Nos conformamos entonces con retener esa conmovedora visión para que perdure por siempre en nuestras mentes.

Parque Luro

Ibamos contemplando el paisaje, que se llenaba de árboles por todos lados. El caldén se hacía presente con todo su esplendor. A los costados de la ruta se podían ver los carteles que trataban de crear conciencia sobre la importancia de esta especie arbórea: “Ud está transitando por un bosque de caldén que es único en el mundo”. Ya debo decir que en Santa Rosa casi la mitad de los comercios (hoteles, restaurantes, parrillas, talleres mecánicos, farmacias) se llaman Caldén o Los Caldenes, por lo tanto los pobladores locales homenajean a su modo a este árbol.

Así marchando, llegamos casi a las nueve a la puerta de entrada del Parque Provincial Luro. Este lugar primero fue parte del territorio de los tehuelches y de los ranqueles, luego fue una estancia que perteneció a Pedro Olegario Luro, quien creó un coto de caza en él, donde se cazaba ciervo colorado y jabalí, especies introducidas a tal fin. Por lo que veíamos íbamos a ser los primeros visitantes del día. Puntualmente los guardaparques, con armas en la cintura, nos abrieron las puertas. Luego de registrar nuestra entrada empezamos a recorrer por la derecha y fuimos hacia el sendero de la laguna.



Sendero Laguna

Allí nomás avistamos los primeros ciervos, un formidable macho con una cornamenta llamativa atravesó corriendo nuestro camino. Descendimos de los autos y recorrimos todo el sendero. Vimos la laguna, la que comprobamos que era de una salinidad muy alta. Me pegué un buen resbalón y caída en el terreno fangoso. Pudimos ver en el recorrido un gaucho común, escuchar no muy lejos un caburé, ver grandes bandadas de coscorobas atravesar la mañana brumosa y un grupo de patos gargantilla casi inmóviles en medio de la laguna.




Algarrobo




Gaucho común
Coscorobas



Jerarquía entre calancates

Salimos finalmente del sendero de la laguna, continuamos desplazándonos por el camino asfaltado hasta llegar al museo del castillo. Encontramos sobre un árbol, bastante arriba, a una pareja de calancates común. No se molestaron por nuestra presencia. No sabemos si era una pareja pero lo cierto es que uno de ellos estaba subido a la punta más alta del árbol y el otro a pocos centímetros de él parecía querer desplazarlo de su jefatura. El de la cúspide defendía a picotazo limpio su lugar de privilegio y el de abajo no se resignaba a su papel de segundo en esta jerarquía. Una vez que se volaron los calancates me fui a contemplar el castillo.


El castillo

Esta construcción era el centro social del coto de caza, construido por Pedro Luro. Para ese momento el cielo se veía nublado, pero la niebla se había levantado definitivamente. Las nubes aparecían mostrando sus contornos, su acostumbrada fisonomía de algodón. Todavía no se abría paso el cielo azul pero la claridad del mediodía iba aumentando, lo que nos alegró ya que alejaba toda posibilidad de lluvias y permitió hacer mejores tomas. El castillo que ahora contemplamos fué reformado hace ya un tiempo, antes de su restauración el techo era de pizarra y había un ala construida con estilo normando.




Caminé por la escalinata de acceso, le tomé varias fotos a sus balcones y a su particular escudo. Luego dí la vuelta por la magnífica construcción y me fui a la parte de atrás, donde continuaban los jardines. Contemplé la pileta, completamente circular, el ranario y la sala de calderas. Desde esta perspectiva pude tomar lindas fotos del castillo con un bello fondo de nubes.







Ñandú y el baño de las cotorras

Finalizada la sesión de fotos nos fuimos a buscar un lugar para almorzar. Y que mejor sitio que la zona del camping. Había allí una buena cantidad de mesas y por suerte casi ninguna persona. Trajimos las milanesas, hicimos sándwiches con tomate y sobró una buena cantidad para la cena. Pudimos disfrutar de una linda sobremesa viendo la lucha de dos especies por comer los restos: los renegridos y las cotorras, con total predominio de estas últimas.
Estábamos comiendo la fruta cuando uno de los integrantes del grupo dice que vió un Ñandú. Salimos a buscarlo y vimos que eran dos. Estuvimos un largo rato fotografiándolos.



Al volver a buscar los autos puede contemplar como se daban un baño un grupo de seis o siete cotorritas, flanqueados por sus enemigos de comida los señores tordo renegridos. 




Los inambúes no salen desde un techo.

Continuamos. Dejamos los autos al lado del museo San Huberto dispuestos a recorrer el sendero del bosque. Uno de los muchachos nos dijo que se quedaba porque quería preservar sus pies para el día siguiente. Se adelantaron los muchachos comenzando la caminata por el sendero, yo me llevé uno de los handy para probarlos a la distancia con el que se había quedado cerca de la camioneta. 
Comencé a marchar, apuntando hacia el sendero, y de golpe escucho un sonido de fuerte aleteo, un gran batir de alas. Giré la cabeza y ví salir un ave mediana volando desde el techo del museo, describiendo una parábola en el aire y aterrizando a veinte o treinta metros de distancia. No repuesto de mi sorpresa ví salir una segunda ave, seguramente de la misma especie que la anterior. Lo curioso es que nuevamente partía desde el techo del museo y se volvía a perder en el bosque. 
Remonto luego el sendero hasta encontrarme con un compañero bastante conocedor de aves, le cuento lo que ví, le dije que me parecía un inambú, pero este amigo me dijo que es imposible que un inambú saliera del techo de un museo.
No pude aportar más datos de la especie además del sonido de batir de alas que comenté. Seguimos caminando y llegamos a un descanso, en el punto más alejado del sendero, al lado de una laguna. Allí decidí probar el alcance del handy  lo llamé al amigo que se había quedado cerca del museo. Me dijo que todo estaba bien y que había visto dos martinetas. 
Nos pareció fantástico por él y nos quedamos en el sendero buscando aves. Llegamos a un lugar donde había presencia de ellas, pudimos ver un chinchero grande, dos carpinteros campestre, el coludito copetón, la monterita doble collar y escuchamos al suirirí común. Yo me quedé un buen rato tratando de fotografiar a unos cortarramas quienes volaban constantemente a través del intrincado ramaje. Parecían presas de un frenesí, revoloteaban como cumpliendo un rito, como si estuvieran danzando. A veces uno perseguía al otro hasta darle alcance y luego era el perseguido el perseguidor. Salí de mi ensimismamiento cuando me llamaron, juntos continuamos con el grupo el camino hasta llegar al punto de partida.

Carpintero campestre

Chinchero grande

Cortarramas macho


Cortarramas hembra


Enigma resuelto

Allí nos encontramos con todo el resto del grupo que estaba debajo de un caldén y tomando unos mates. Hacía ya tiempo que la tarde estaba espléndida, el sol brillaba dando esa luz oblicua tan hermosa que tiñe de dorado todo aquello que acaricia. Sentado en medio del grupo, el amigo que se había quedado a descansar nos muestra una foto de lo que había observado. Se trataba no de una martineta sino del esquivo inambú montaraz, el que yo tanto había perseguido en Córdoba. Cuando le preguntamos donde lo había visto nos cuenta que estaba en el jardín interior del museo San Huberto. Había entrado a visitarlo y de repente vió un movimiento en el jardín y allí estaban. Eran dos. Se acercó más,  tomó la foto y en un instante estos tinámidos, primero uno y luego el otro, levantaron vuelo pasando por encima de la pared perimetral que separaba al museo del exterior y se perdieron en el bosque. 
Fue entonces cuando por fin resolví el enigma de lo que había visto unos momentos antes. Mientras mi camarada recorría el interior de esa casona, yo iba rumbo al sendero y pasaba por el costado del edificio. Es entonces cuando ví volar a los dos inambúes, al no saber la existencia de un jardín interior, supuse equivocadamente que habían despegado desde el techo. Una gran alegría produjo en mí el enigma resuelto.

Halconcito gris

La tarde se caía en picada y nos quedaba un viaje de casi tres horas hasta nuestro próximo destino que era la zona de Lihue Calel. Teníamos la intriga de saber cómo estaría la ruta ya que nos habían advertido sobre su mal estado. Terminamos la mateada y fuimos a buscar los coches. Ya todos a bordo de los vehículos emprendimos una retirada parsimoniosa, como dándonos la oportunidad de encontrar al cardenal amarillo. 
No lo vimos finalmente, sin embargo, y ante el inevitable momento de la retirada, siempre tiene algo más para entregar cualquier sitio natural como éste. En lo alto de la copa de un árbol, para felicidad de quienes nunca lo vieron, un halconcito gris permanecía inmóvil, lo cual es su habitual conducta. Nos acercamos bastante y se quedó allí como esperándonos, para luego ocultarse dentro del follaje.

Explosiva corrida

Pero en ese mismo momento, cuando buscábamos a la rapaz entre las hojas, hubo algo que nos llamó mucho más la atención. Un llano se extendía ante nuestra vista, el bosque de caldén dejaba un espacio vacío para la mirada. Era un claro cubierto por un pastizal que, iluminado por los rayos del sol vespertino, se veía color platino. Allí, a casi doscientos metros de distancia vimos una manada de ciervos muy numerosa. Observamos la presencia de un macho de porte formidable, quien agrupaba a su harén hacia el centro de esa pradera. Luego vimos que había otro macho. 
Con un amigo dijimos que no nos podíamos ir de Parque Luro sin una buena foto de ciervos y nos empezamos a acercar, semiocultos entre las espesas hierbas. Les tomamos algunas fotografías a la distancia y continuamos avanzando. Pero a pesar de la lejanía estos cérvidos ya nos habían visto y comenzaban a alejarse lentamente. Un paso dábamos y cuatro pasos se alejaban. Teníamos que optar por un recurso extremo y fulminante. Ibamos a entrar en el bosque que bordeaba el prado y entonces ocultos en su interior nos pondríamos a correr velozmente para sorprender a la manada por uno de los flancos. 
Esto hicimos. Fuimos en cuclillas hasta el bosque y una vez dentro comenzamos la explosiva corrida. Hubo que esquivar peligrosas ramas y tener cuidado de no doblarse los tobillos ya que el suelo era blando y estaba poceado por las pisadas de los mismos ciervos. Al avanzar corriendo yo llevaba mi equipo de casi tres kilos zarandeándose en mis manos por lo que tenía que tener el triple cuidado de no caerme, no incrustarme ninguna rama en la garganta y no golpear la cámara o el lente contra nada sólido. Corrimos esos doscientos metros pero todo ese esfuerzo fue inútil, veíamos como a toda prisa se escapaba la manada. No entendíamos al principio como nos habían descubierto. 
La explicación fue muy sencilla y la descubrimos al instante. Había otro grupo de ciervos descansando adentro del bosque, por donde nosotros corríamos como desaforados. Cuando nos vieron echaron a correr y alejaron con su huida a los que estaban en el abierto. Detuvimos nuestra carrera y mientras recuperábamos el resuello percibimos el fuerte olor del ciervo, estábamos parados justo en el lugar donde ese grupo había estado hacía un instante. Parecía como si estos hermosos animales nos hubieran jugado una buena broma, privándonos de su presencia, pero dejando su intenso aroma para que los recordáramos siempre. Volvimos no obstante muy contentos por haberlos visto y por estar tan cerca de ellos, subimos a los coches y nos fuimos ahora sí del Parque Luro.




Puerta de la patagonia

Tomamos la ruta 35 hasta Acha, cargamos combustible a tope y emprendimos por la 152 rumbo al pueblo de Puelches. La tarde se despedía y la luz se iba extinguiendo en la pampa. 


Tal como nos habían advertido, poco a poco la ruta se comenzó a deteriorar. Los carteles no animaban mucho al conductor. Desde los habituales pero inespecíficos que decían precaución, pasamos por otros que rezaban con letra catástrofe “PELIGRO CALZADA DEFORMADA”. Piensen lo que la imaginación forjaba en nuestras mentes esa noche ante un camino desconocido. ¿Cómo estaría de deformada la calzada ? ¿Con una especie de espinazo central en forma de cresta como si circuláramos sobre el lomo de algún animal antediluviano?  ¿O sería por el contrario un asfalto derretido como si lo hubiera pasado por encima un rio de lava incandescente? Lo cierto es que la ruta tenía un poco de esas imágenes de nuestra mente, pero por suerte nada tan terrible como para dejar parte de nuestra carrocería en la pampa. Decidí por precaución reducir la velocidad y bajar a 60 km/h.
Luego de una hora nos encontramos en un costado de la ruta, donde pudimos disfrutar de una noche serena. Desde el oeste llegaba el último fulgor azulado-rojizo, luego todo quedó lentamente en oscuridad. La sensación de infinitud sobrecogía ( perdón por la palabra ) el espíritu, y se nos avivaban las pulsaciones ante tanta dosis de libertad. Por suerte éramos siete amigos para disfrutarla juntos. Fue la última vez que los ví en esa ruta hasta llegar a destino.
Yo seguí con mi marcha lenta precautoria esquivando los pozos del asfalto. En nuestra zigzageante marcha vimos un atajacaminos y la luna como un estandarte guiaba nuestro camino. 
Al pasar por la entrada del Parque Nacional Lihue Calel nos impresionaron las portentosas sombras de las sierras demarcando sus moles contra el cielo nocturno, tenuemente iluminadas por la luz de la luna. 
Sentimos un cambio en el aire, nos dimos cuenta de que estábamos atravesando la puerta de la patagonia. El camino en ese momento pasó de malo a peor, agravado por las subidas y bajadas que la orografía del lugar imponía. Pasamos por el parador de las sierras que es un punto iluminado en medio de la nada y continuamos por una línea recta que parecía no tener fin.

Puelches

Veinte o treinta minutos después avistamos a lo lejos las luces del pueblo de Puelches, el verdadero centro geográfico de nuestro país, adonde íbamos a pasar las próximas dos noches. Atravesamos el antiguo puente sobre el rio Salado y entramos al pueblo, que se extendía a lo largo de la ruta. Pude ver que este pueblo es parada obligada de los camiones, varios de ellos estaban con su carga estacionados a un costado.

Enseguidita vimos a los compañeros con la camioneta estacionada al lado del parador de ómnibus. Al llegar me dicen que ya estaba todo arreglado: habían hablado con Juanita, la dueña del hospedaje donde nos alojaríamos y ya estaban ubicados en los aposentos que estaban exactamente enfrente del parador. 
Se trataba de una cabaña de madera con capacidad para cuatro personas y de una habitación donde había tres camas. El interior de ambos lugares era muy confortable, los colchones muy cómodos y cada cama tenia colocada dos frazadas para sobrellevar la fría noche del lugar. Había un equipo de calefacción en la pared por si acaso pero no hizo falta para nosotros.
En el caso de la habitación, que ocupábamos los varones que viajábamos solos, el punto débil era el baño. Parecía que se hubieran olvidado de proyectarlo y lo hubieran construido de apuro en el menor espacio posible. El inodoro casi estaba debajo del lavatorio y la cortinita de la ducha a escasos centímetros de ambos. Tal vez la ventaja era que uno podía hacer sus necesidades y al mismo tiempo afeitarse y ducharse siendo todo tan compacto. Fuera de esto el lugar estaba muy bien. 
Aprovechamos y nos cruzamos a una parrilla que estaba enfrente a encargar la comida del día siguiente. Nos atendió Sonia, su dueña y nos preparó empanadas y los conocidos sándwiches de milanesas. 
Esa noche los ocupantes de la cabaña, que eran las parejitas, se tuvieron que hacer cargo de la cena. Por suerte estaba la cocinita de campaña, les aporté la olla que había traído y cocinaron unos fideos con salsa fileto y salchichas que por cierto estaba de rechupete. Descorchamos un tintillo Pacheco Pereda secuestrado de mi casa y brindamos por el segundo día. Terminamos con el postre: un buen dulce de membrillo a falta del de batata. Totalmente exhaustos pero regocijados por la jornada vivida nos fuimos a descansar, soñando con lo que veríamos al otro día en el Parque Nacional Lihuel Calel.

VIAJE A LA PAMPA. DIA 3



Un camión solitario

"¡Que bien dormí ! La noche estuvo fresca y yo estuve de lo más calentito debajo de las dos frazadas. Son las seis. Remoloneo unos minutos y me levanto. Empiezo a preparar los equipos para salir, los ubico en la mochila y me asomo a la noche. Todavía ni un rayo de luz del amanecer despunta. Siento el frío patagónico en la cara. Veo la Ruta 152 iluminada por las luces de mercurio, todo el pueblo duerme. Y claro, hoy es 1° de Mayo. Un camión solitario, muy solitario, avanza lento llevando pesadamente decenas de toneladas. Atraviesa todo a lo largo el pueblito dormido. El conductor me ve parado allí con ambas manos en el bolsillo. Le levanto una mano. Me hace un juego de luces. Son tres haces de luz, los dos primeros son cortos, el tercero más largo. Para él es un saludo, aunque sea mínimo, con alguien esta fría madrugada. Voy a la cabaña para calentar agua y llenar el termo. Para aprovechar al máximo las horas vamos a matear en los autos. Mientras espero el agua pruebo dos rodajas de dulce de membrillo.
Salimos con los autos para Lihuel. Dejamos Puelches. La ruta sigue oscura y, aunque el cielo se ve estrellado, a lo lejos hay una línea que separa el firmamento en dos partes: arriba las constelaciones y debajo la peor de las oscuridades. Me doy cuenta de que avanzamos en un plano, veo como la ruta se transforma en una recta perfecta. Puedo ver la luz roja del camión que había atravesado el pueblo, el del camionero que me había saludado. Se ve lejano, a muchos kilómetros, como un punto rojo, una gran estrella roja en medio de la densa oscuridad. El mate bien cebado me anima el espíritu. Abrimos un paquete de galletitas.
Se comienza a iluminar esta pampa con las primeras claridades, es la primera vez que la veo porque ayer llegamos de noche. Parece realmente infinita. Me ceban otro, me caliento las manos con el mate. Al fondo de este plano veo la sierra de Lihue Calel…. Ahora si confirmo mi temor, la línea que dividía el cielo en dos es un frente de nubes denso, gris, que avanza. Ni un rayo de sol atraviesa su interior. Las nubes son tan bajas que las cimas de las sierras quedan ocultas bajo la oscuridad. Seguimos marchando y nos metemos debajo de las nubes. No es muy  lindo el  panorama, pero al fin llegamos… y entramos al PN."

Parque Nacional Lihue Calel

Nos dirigimos de inmediato a la oficina de informes. Era poco antes de las ocho, los guardaparques nos recibieron y nos explicaron los caminos que podíamos tomar en nuestra recorrida. Dejamos los autos en el camping y emprendimos la que iba a ser la marcha más rigurosa de todo el viaje: caminar por el sendero peatonal bordeando la sierra. Eso nos iba a llevar la mitad de la jornada. La mañana estaba brumosa y fría, la lluvia parecía inminente aunque sabíamos que en este lugar las precipitaciones son escasas. 


Comenzamos la caminata, a poco de andar escuchamos al gallito copetón. Este animalito nos acompañaría  todo el camino, por suerte es una especie muy presente en el PN. Tiene un canto corto y potente, cuando lo hace más repetido es fija que sube a algún arbusto y lo podemos ver. Sin embargo este sonido es muy engañoso, cuando creemos escucharlo a la derecha el ave aparece por la izquierda. Otras veces lo vemos corriendo, atravesando el camino, como un verdadero gallito.



Nuestro compañero experto en botánica estaba frente a un arbusto, nos esperó un momento a que llegáramos y nos dijo que nos iba a mostrar “una curiosidad botánica”. Ahí nomás estaba la planta jarilla brújula. En esta especie vegetal el margen de la hoja queda hacia arriba, de esa forma las altas temperaturas del mediodía no le dan de lleno a la hoja evitando así perder mucha humedad por evaporación. En cambio, aprovecha bien la luz de la mañana y la de la tarde. Nos pareció por demás interesante el dato.


 A medida que avanzábamos había que tener mucho cuidado con un par de plantas cuyas espinas podían desgarrar la ropa y provocar heridas de gravedad: la traicionera y el alpataco.

Traicionera

La niebla continuaba siendo densa. Detrás de ese velo blanco vimos un aguilucho común rondando por los aires, seguimos y luego lo vimos posado en una roca, muy cerca de nosotros.


En la parte más baja se forma un cañadón muy angosto donde la vegetación arbustiva se eleva a unos cuantos metros del suelo. Se pueden ver incluso caldenes. Ese es el sector más reparado del parque y el elegido por muchos pájaros para anidar. Al pasar por un sector de ese cañón estrecho, vimos en lo alto de la montaña un extraño agujero en la roca. No sabíamos si era natural o artificial ya que se veía muy perfecto. Allí pude ver una bandurrita chaqueña, el silvestrín, yal negro, halconcito colorado, curutié blanco, cabecitanegra austral y gavilán ceniciento.




Silvestrin

Bandurrita chaqueña
Curutié blanco

Halconcito colorado

Yal negro hembra


En un momento escuchamos una risa socarrona muy estridente y lejana. Levantamos la vista y a lo lejos vimos a la primera familia de guanacos. Estos camélidos se comunican entre sí con estos sonidos. Cuando nos vieron que avanzábamos en hilera por el sendero se quedaron quietos y se dedicaron a contemplarnos desde la seguridad de la altura.





Sierra de la vida


A pesar de las múltiples interpretaciones que hay sobre la toponimia del término Lihue Calel, la que más me gusta, o en la que prefiero creer, es la que afirma que significa  “sierra de la vida”  ya que la presencia de estas sierras concentra el agua haciendo de este lugar un vergel en medio del desierto. En nuestro camino cruzábamos pequeños cursos de agua que lo atravesaban. Las sierras exprimen el agua de las nubes para hacerla deslizar por sus laderas tierra abajo. Puedo comprender entonces por qué los antiguos habitantes veneraban este lugar: les proveía de caza, de agua, de refugio. Entre estas rocas dejaron grabadas sus pinturas y una de sus colinas fue elegida como lugar solemne para el descanso de sus muertos.












Temblor de la tierra

Tomamos después el camino que nos llevaría hasta las pinturas rupestres. En esa área los cursos de agua aparecían por doquier ya que era el sector más bajo. Caminábamos tranquilamente disfrutando de la vista de esos pequeños arroyos cuando de repente la tierra tembló y quedamos todos paralizados. Las vibraciones se sentían bajo nuestros pies. Junto con ese temblor oímos unos golpes secos contra el suelo rocoso que nos hicieron temer lo peor ¿Que terrible suceso estaba ocurriendo?  No era el desmoronamiento de una roca sino el avance enloquecido de un inmenso jabalí, que a pocos metros de nosotros inició su huida atravesando el pajonal. Llegamos a ver su lomo gris y la imponencia de su cabeza. Fue un instante y desapareció de nuestra vista, pero seguimos escuchando sus potentes pisadas sobre la tierra varios segundos más. No queríamos pensar lo que podría haber pasado si esa topadora hubiera venido de frente hacia nosotros. Continuamos nuestro camino pero ahora un poco más atentos.


Pinturas rupestres

Finalmente llegamos hasta una enorme roca donde los antiguos pobladores, tehuelches o araucanos, dejaron dibujadas imágenes que aún perduran. Fue un momento de reflexión quedarse un rato mirando esos garabatos inentendibles pero que significarían la vida cotidiana de esas personas. Allí estaba su historia siendo observada a través del tiempo por un humilde habitante del siglo veintiuno. A través del silencio, en el marco de ese sistema serrano, establecimos contacto ellos y yo. En ese momento yo sentía el mismo frío, veía el mismo sol, tal vez en el fondo tenía los mismos pensamientos con aquellos hombres. Seguramente lo esencial de la existencia fuera igual para ellos y para mí, tan solo nos separaba la dimensión del tiempo.

Araña pollito

Volvimos sobre nuestros pasos y llegamos a una zona donde la piedra rojiza se mostraba en todo su esplendor, cuentan que esta roca se originó hace casi 240 millones de años. Provenía del interior de la tierra, en forma de magma, ascendiendo a gran velocidad por la gran cantidad de gases retenidos y luego fue expulsada hacia el exterior a través de fisuras en la corteza.
En todo este trajín estábamos entretenidos cuando tomamos cuenta de que era el mediodía. Una buena hora para regresar al camping y almorzar. Pegamos la vuelta y a los pocos metros escuchamos el fuerte llamado de un compañero. Corrimos hacia donde él estaba pensando que había visto al tan buscado puma. Cuando llegamos vimos el motivo de su llamado. Una araña pollito macho buscando a una hembra cruzaba por el camino. De más está decir que el hallazgo era interesante, pero de ninguna manera justificaba semejante grito para llamarnos. Bueno para nosotros no lo justificaba pero si para nuestro amigo que sabemos de su pasión por el mundo de los arácnidos. 

Amigo zorro

Llegamos finalmente bastante cansados al camping luego de caminar en subidas y bajadas toda la mañana. Hambrientos nos sentamos y engullimos los sándwiches de milanesa y las empanadas de carne fritas. Nos hizo compañía un zorro gris que seguramente sería un visitante asiduo del lugar ya que, inteligentes como son estos mamíferos, sabía que cuando había personas en el lugar había también comida. Tal era su confianza en obtener este alimento fácil de nuestras manos que no dirigió una sola mirada a las docenas de martinetas que caminaban tranquilas alrededor de las mesas.





Lugar de paz


Yo estaba con mi espalda muy mortificada por llevar durante toda la mañana mi mochila y mi equipo fotográfico completo. Por tal motivo decidí dejar el lente pesado en el auto y salir con el más ligero a recorrer una parte del sendero vehicular. Esa tarde la recorrida fue menos exigente. Uno de los amigos se fue con la camioneta a explorar caminos para hacer la nocturna. Los demás caminamos un par de kilómetros donde vimos una paloma cordillerana y un cacholote pardo. Continuamos así en subida un par de horas más. Llegamos hasta un lugar bastante elevado, desde donde podíamos contemplar el parque nacional hasta que la vista se perdiera en el horizonte. Nos sentamos al costado del camino y nos sentamos a tomar unos mates y a disfrutar del paisaje que teníamos ante nuestros ojos. Estábamos en una elevación del terreno, el tiempo había mejorado mucho y ya podía verse en el cielo sectores azules. Sentíamos la paz de ese lugar. 



Buscando señal

Recordé que tenía que hacer algo indispensable. Me aparté del grupo, volví al camping y me fui hasta la entrada del parque en el auto para buscar señal de celular. Tenía que llamar a Sonia, la dueña de la parrilla, para encargar la cena. Pero resultó que no había señal en la entrada del parque como me dijeron, tuve que andar cinco kilómetros por la ruta para poder al fin hablar por teléfono. Me atendió la misma Sonia, me preguntó que apetecíamos para cenar. Le dije que pollo al horno con papas estaría más que bien. Encargada la cena llamé a Juanita para avisarle que le pagaría el total del alojamiento esa noche, ya que al otro día salíamos al amanecer para seguir nuestro viaje y ya no regresaríamos a Puelches. Luego de dejar todo arreglado, volví  junto a mis compañeros.

La nocturna

El día terminaba vertiginosamente, los vuelos de los pájaros cruzando en el atardecer anunciaban la rápida llegada de la noche. Comenzamos la recorrida nocturna. Primero fuimos por el camino vehicular del PN iluminando con nuestros reflectores. No hubo demasiado avistaje. Solo pudimos ver dos puntitos rubíes a los lejos a media altura, que se elevaron de inmediato. Sabemos que era un atajacaminos, sospechamos tal vez del ñanarca. Además vimos un zorrino pampeano. Luego salimos del parque, cruzamos la ruta en medio de la noche y comenzamos a recorrer un camino. Era una especie de U que nos devolvería a la ruta. En ese trayecto pudimos ver solamente a una lechucita vizcachera, oímos algo a lo lejos pero no pudimos identificarlo. Sin mayores novedades nocturnas volvimos hacia Puelches.

Juanita

Llegamos por fin a nuestro lugar de alojamiento. Lo primero que hice fue ir a pagarle a Juanita a su negocio polirrubro. Eran $ 1200 justos. Una bicoca por dos noches para siete en un lugar acogedor y muy limpio. Crucé la solitaria ruta, devolví un par de envases de cerveza en el almacén contiguo y golpeé la puerta del polirrubro. La luz estaba apagada, pero a través de los vidrios veía el rosto de Juanita en el fondo quien estaba sentada a su mesa mirando televisión. Parecía que había terminado de cenar. Entonces para no ponerme a golpear más fuerte dado el silencio del lugar la llamé por teléfono. De inmediato vino a recibirme, encendió las luces de su negocio y me hizo pasar. Juanita es una abuela muy pequeñita, su pelo de color castaño está coquetamente cortado. Me impresionó las tupidas cejas de su cara, su tono de voz es dulce y pausado. Me preguntó con mucha amabilidad como nos había ido. Le conté con detalles y le interesó de sobremanera. Me recomendó también que visitara Casa de Piedra y un pueblo llamado Gobernador Duval. Sin ninguna pausa comenzó a explicarme las diversas técnicas que utilizan para el riego de los viñedos que hay allí, con términos tan exactos que me sorprendió el conocimiento y el interés de esta mujer. Supe después que había sido maestra rural. 
Mientras le entregaba el dinero por el hospedaje que como suponía jamás contó, me puse a mirar el polirrubro de paredes naranjas. Había artículos de librería, juguetes, botones, medias, golosinas, herramientas, garrafas y varias cosas más que no tuve tiempo de apreciar. La despedí con un beso, me inspiraba mucha ternura esta mujer que dirigía un negocio y un hospedaje en medio de la pampa. Al cerrar la puerta la escucho que me llama con una elevación de la voz inimaginable para una abuelita. Vuelvo a entrar al negocio pensando que quería avisarme algo importante. Me pregunta, mientras tomaba una bolsita:

- ¿Son siete ustedes verdad?
- Sí, Juanita.
- Entonces llevate caramelos para todos, mañana va a hacer mucho frío en Lihuel Calel.

Dicho esto pasó sus pequeños dedos por los huecos de un enorme caramelero, de esos que son de vidrio y que tienen varios frascos abiertos, y llenó la bolsita. La cargó de caramelos de naranja, de durazno, de leche y algunas gomitas. Tomé la bolsita agradeciéndole este gesto y me fui cerrando suavemente la puerta de vidrio, mientras Juanita apagaba la luz del negocio y se volvía a sentar a la mesa a seguir viendo su programa de televisión. Atravesé de nuevo la oscura y solitaria ruta, emocionado por el gesto de Juanita quien nos dio lo que podía como regalo para seguir este viaje.

Historia de una foto

Entré a mi habitación, eran un poco más de las diez y yo le había dicho a Sonia que estaríamos a las diez y media para la cena. Veo a mi compañero fotógrafo que preparaba la cámara, lente y trípode dispuesto a salir.

- ¿ Adónde vas amigo ?
- Voy a sacarle fotos al puente, voy a hacer una foto nocturna de larga exposición ¿Querés venir?
- Dale, me prendo.  
Siempre había querido hacer una foto de esas, además ya había visto el puente de hierro y pensaba hacerle alguna toma al día siguiente.


Fuimos con el auto y nos pusimos frente al puente. Lo que teníamos que lograr era hacer la foto cuando pasara un camión de esos que vienen iluminados como una calesita para que alumbre la estructura. Teníamos que usar el disparo automático para no mover la cámara con los dedos. En ese tipo de disparo, primero se pulsa el disparador y luego de diez segundos se abre el obturador y se toma la fotografía. En el caso de una foto de larga exposición, debemos programar la cámara para dejar el obturador abierto unos cuantos segundos, todos los que dura el tránsito del camión por el puente.
Pasó uno lindo, pero calculé mal, el obturador se abrió tarde y me salió el puente iluminado por la mitad. Esperamos a que pasara otro pero nada sucedía. Era el 1 de Mayo y son muy pocos los camiones que se mueven en ese día. Los minutos pasaban y ya eran las diez y media. Yo pensaba en la cena que estaría lista, los demás con hambre, con sueño y nosotros buscando la maldita foto y los más malditos camiones que no pasaban. Mi amigo me decía que nos vayamos. Le dije que esperáramos un par de minutos más y si no pasaba nada huíamos. No llegó a pasar ni un minuto y de repente se oyó lejísimo, pero venía hacia acá, el sonido típico del motor diesel de esos formidables camiones de varias toneladas, acelerando a fondo. 
Con la máxima adrenalina en nuestros deditos, ya que sabíamos que era la última oportunidad, volvimos a enfocar el puente y a corregir los parámetros. Calculamos que debíamos oprimir el botón de disparo cuando el rodado pasara por una columna de iluminación que estaba metros antes. El rugido del motor era ensordecedor, pero para mí era el camión más maravilloso que había visto en mi vida. 
Traspuso la columna y oprimí el botón de disparo, siguió avanzando y cuando encaró el puente ¡ click ! se abrió el obturador….Entonces las luces del camión comenzaron a recorrer toda la estructura de hierro, filtrándose por cada ángulo, pintando con sus rayos cada centímetro, iluminándolo todo en la noche oscura y dejando la estela de las luces rojas a su paso para que todo se grabe para siempre en el alma de la cámara y en la mía también. 


Chocamos nuestras manos, la misión foto estaba cumplida. Esta es la sencilla historia detrás de una fotografía, guardamos los equipos y volvimos a las cabañas.

Vino escondido

Todos estaban listos para ir a cenar. Había que cruzar nuevamente la ruta. 
Dejando atrás la calma que había hace un instante, el viento, señor de todas estas planicies, comenzó a soplar con bastante intensidad.
Detrás de un enorme camión estacionado estaba la parrillita donde cenaríamos. Vimos a través de su ventana que una mesa estaba ubicada en el centro del pequeño salón de paredes verdes, con siete cubiertos puestos. Al entrar saludamos a un grupo de parroquianos que cenaba en el lugar. La calefacción a leña que provenía de un hogar ubicado a uno de los lados le daba un confort especial a este comedor, dejando la ventisca fuera de sus límites. Enseguida llegó Sonia quien nos recibió con una amable sonrisa y nos invitó a que nos sentáramos. Nos comentó la entrada: había vizcacha en escabeche o lengua a la vinagreta. Le dijimos que trajera de ambas. Al mismo tiempo nos invitó a servirnos las bebidas directamente de las heladeras que estaban en un costado. Un amigo se acercó a buscar un vino eligiendo entre los que estaban en una pequeña bodeguita de madera. En ese momento uno de los lugareños le pegó el grito diciéndole:

-¡Pida el vino que la doña tiene guardado, que es mejor!
Al oír esto volvió a sentarse y al regresar Sonia le dijo amablemente:
-Los señores la delataron, me dijeron que hay un buen vino guardado.  
Sonia sonrió y dijo que tenía un Emilia de Nieto Senetiner, que no lo tenía en exhibición porque era un poco más caro.
-No importa, traiga ese buen vino por favor.


Pollo al horno y el Dr. Freud

Los muchachos se sirvieron cerveza Heineken. Brindamos por ese día que finalizaba y acompañamos la bebida con unos buenos bocados de las entradas. Muchos no habían probado la vizcacha, y para colmo habían visto una de ellas vivita ese día. “¿Nos tenemos que comer a una igualita a la que vimos?”, se preguntó desconcertado uno de los compañeros. Pero lo cierto es que el hambre no tiene contemplaciones. Luego de comerla todos coincidieron en que estaba exquisita, lo cual abrió más nuestro apetito para el plato principal. Sonia y su ayudante llegaron con tres formidables bandejas de uno de los mejores pollo al horno con papas que probé en décadas.
Las horas iban pasando y los temas de lo vivido en estos días se iban sucediendo hasta divagar sobre asuntos diversos llegando hasta la interpretación de los sueños de Freud y hasta se mencionó a Lacan. Evidentemente el vino, la cerveza y el cansancio habían hecho su trabajo. Mientras debatíamos acaloradamente el dueño del lugar agregaba un enorme trozo de leña al fuego, manteniendo alejado al frío que a esa hora se pegaba en los vidrios.
Aproveché el momento para encargar a nuestra anfitriona la comida para el día siguiente, en este caso iba a ser algo sencillo ya que nos quedaban empanadas del día anterior. Unos sandwiches de jamón y queso serían suficientes. Terminamos la cena con el postre: duraznos en almíbar o ensalada de frutas con dulce de leche para todos. Le agradecimos a Sonia toda su hospitalidad y en especial su sonrisa con la que nos hizo sentir como en casa. Volvimos a la noche, otra cruzada a la 152, pero ahora con unas copas encima. Menos mal que no pasaban autos. Esta vez íbamos a entregarnos al mejor sueño de todos, ya que comenzó a llover y las gotas golpeaban en el techo de chapas a la vez que el viento del sur zumbaba fuerte por todas partes.