sábado, 27 de junio de 2015

VIAJE A PUNTA RASA: El atardecer


Les comparto ahora imágenes y momentos de mi visita a San Clemente y Punta Rasa, en un fin de semana de junio muy frío pero de cielo brillante, acompañado por grandes amigos de aventuras. Llegué cuando terminaba el sábado 13, con las últimas luces de ese día.


Atardecer en Punta Rasa



Cae lentamente el sol mientras lo contemplo parado en la playa de la Punta. Es el sitio extremo donde el Rio de la Plata y el mar se conocen. Camino despacio en la arena firme de este suelo pensando en los pies de un minotauro. La marea está muy alta, vigilo donde dejé el auto, no vaya a ser que crezca demasiado. El gran dios comienza su ceremonia de descenso hacia los confines donde creían antiguamente que se refugiaba para descansar. 


Toda la tierra y el mar se transforman a medida que el astro atraviesa la atmósfera. El cielo comienza a cambiar de color, primero pierde por partes el tono celeste, comienza paulatinamente a amarillear. Luego de unos minutos todo parece ser naranja: el cielo, la playa, mis manos. El agua terrosa toma un tinte azulado-rojizo.
En Punta Rasa el sol sale por el mar y se oculta por el rio. Su ardiente disco ahora se empieza a colorear y aumentar de tamaño. Las aves surcan ese escenario, parecen celebrar a su modo el ocaso. Evidentemente algo las conmueve porque todas las gaviotas atraviesan el aire. 



Un grupo de flamencos vuela en hilera, con un batir de alas lento. Pasan justo por delante del fulgor que estoy mirando. Se ven perfectamente sus picos curvos y su particular figura. Están totalmente oscuros, son unas sombras que se recortan contra el naranja del fondo, el intenso color de estos flamencos se oculta para dejar lugar al profundo tono del éter.



Ahora el Inti se puso enorme, casi puedo verlo directamente, sin tener que cerrar los ojos. En un momento queda posado sobre el horizonte, unas nubes que andan por allí se cruzan por delante, creo ahora reconocer en él la imagen del tigre. Descansando como está en el borde del rio se expande hacia los costados, parece blando y flexible como una yema viviente, sus contornos se ponen más rojos. Ahora es un círculo bermellón delgado envolviendo una esfera naranja. 




Pienso en la temperatura inconcebible que hay en su interior, en que nosotros y todos los seres de este mundo dependemos de él, de su poderosa energía. Se queda un instante, solo un segundo más descansando, contemplando su obra. Observa a todas las aves que vuelan y lo saludan, a estos espectadores que lo comprenden y lo admiran. Complacido inicia el descenso, absorbido por miles de amaneceres . 




Finalmente ya solo queda de él una línea reluciente en el horizonte, pareciera como si una brasa hubiera caído al agua y lejos de apagarse brillara mientras las aguas la acunan. Luego la paz y el silencio se apoderan del río y del cielo. Este queda completamente color mandarina y se empieza a oscurecer.

VIAJE A PUNTA RASA: El faro y las constelaciones


La luz del faro


Estamos ahora lejos de la costa. Nos fuimos con los autos hasta la zona del mirador de aves. En la reserva de Punta Rasa hay un extenso pastizal nativo, donde se encuentra entre otras especies la cortadera. Esta última es la que posee esos conocidos penachos dorados. Tan llamativos son que muchos llaman a esta planta plumerillo. Toda la vasta extensión que tenemos ante nuestros ojos está tapizado por esos penachos.
El atardecer en estos días de invierno es brevísimo. Si queremos tomar alguna foto del faro con el cielo rojizo debemos apurarnos. Sacamos las cámaras y armamos los trípodes. Hay poco viento en este lugar más reparado y eso es muy bueno para fotografiar con poca luz ya que la cámara no se moverá.
El faro San Antonio enciende su antorcha, da una vuelta cada diez segundos. Su destello tiene un alcance de 40 kilómetros. Nos avisa que estamos en un extremo del continente. No es un faro tradicional con la típica torre en medio de la nada. Este faro tiene una bonita lámpara pero su base son tres columnas unidas en forma de trípode, lo que lo deja como esquelético a la vista.





En el atardecer su luz al principio es imperceptible, pero ahora que la oscuridad se hizo absoluta el haz de luz recorre toda la extensión por donde estamos, va iluminando los penachos a su paso y nos atraviesa a nosotros parados allí. Es como una ola luminosa que avanza en un mar de cortaderas y al pasarnos en vez de romper como el agua sobre nuestro cuerpo nos encandila haciéndonos cerrar brevemente los ojos.





Todos tenemos un faro que nos guía en la noche, aquel que nos señala un rumbo cuando estamos perdidos. Lo necesitamos para que nos marque el camino. Cuando la oscuridad o la desesperanza nos rodee, siempre será posible recurrir a nuestro faro para evitar quedar encallados en nuestras propias limitaciones.


Las constelaciones


Como bien decía, la noche llega muy rápido en invierno. Son las siete y ya nada queda de ese maravilloso atardecer que presenciamos. Ahora una inacabable sucesión de puntitos luminosos cubre el firmamento. Como siempre observar el cielo estrellado en una noche clara es majestuoso, como mirar a los ojos a una mujer enamorada. Es sobrecogedor para los que vivimos en una gran ciudad, donde nuestras luminarias, y no precisamente me refiero a los intelectuales, nos privan del regocijo de tamaña contemplación.
Vemos la Nube de Magallanes, que son galaxias observables en el hemisferio sur. Martín me señala la constelación de escorpio, dicha figura se forma uniendo con la vista y la imaginación una serie de estrellas una más brillante que la otra. Es ésta una de las constelaciones más conocidas del cielo (menos para mí) y más bellas dada la forma del aguijón del escorpión.

Me señala Saturno, al que en vano trato de verle sus anillos. Tenemos el lucero de Venus dominando con su brillo la noche estrellada. Miro una estrella cualquiera y al descansar la vista en ella, miles de pequeñísimos soles van apareciendo alrededor, los que desaparecen cuando fijo el foco en ellos. Guillermo señala un punto que se mueve a una velocidad muy alta. Es un satélite, el único objeto humano que hay en esa atmósfera. Acomodo la cámara y hago algunas fotos, Osvaldo me da unas indicaciones para el enfoque. Logro tomar una foto más o menos pasable, con satélite incluido.



VIAJE A PUNTA RASA: Albatros ceja negra


“Acuérdate del albatros: ¿ de donde vienen esas nubes de asombro espiritual y terror pálido, en que ese blanco fantasma navega por toda imaginación? " ( Herman Melville. Moby Dick)



Estamos en la playa de Punta Rasa. Hoy es domingo. Cuando me desperté en San Clemente pensé que no iba a estar ventoso. Craso error. El viento es muy fuerte. El rio o mar, según de qué lado se lo mire, se levanta en pequeñas barras terrosas y oscuras, las que sucesivamente una tras otras avanzan enloquecidamente hacia la costa. Llegan cada una formando una cresta blanquecina y al abrazar la playa  esparcen un manto de espuma sobre su arena. Pocas aves se ven en el lugar, a diferencia del sábado según cuentan los amigos.

Xolmis no cree en la inmensidad que tiene ante sus ojos y se lanza a correr libremente, alejando a los chorlitos que caminan por la arena. No puedo más por el viento y me coloco unas ridículas antiparras que son para nadar pero que me sirven para proteger mis ojos.






Seguimos caminando en el viento. Mirando hacia el sur veo ondas doradas que se desplazan por el suelo. Es el movimiento sinuoso de miles, y que digo miles, millones de granitos de arena que se juntan y se mueven con un ritmo danzante sobre el suelo. En contemplar esas sinuosidades estoy cuando creo haber escuchado un grito.




En realidad es un fragmento de grito arrojado por el viento, casi inaudible para mis oídos, pero apenas lo suficiente para identificar algo familiar en el timbre de la voz. Ese pedazo suelto de sonido es la inconfundible voz de Martín. Me doy vuelta. El rugido del viento que se filtra por los minúsculos poros de mi gorro hace imposible distinguir lo que dice. Veo que señala algo, bien adentro del mar. Osvaldo acude, Guillermo investiga con sus binoculares, Walter y Luciana vienen corriendo. Yo llego al lado de ellos y miro donde ellos miran. Entonces veo a lo lejos una silueta que se balancea hacia arriba y hacia abajo. Desaparece un momento tras las olas y luego resurge. Se eleva unos metros y luego vuelve a bajar. Es un albatros ceja negra.



Con solo ver ese dominio del aire se distingue de las gaviotas que lo rodean. Vemos su vientre blanco, su dorsal negro, su pico gigante bien amarillo. Está dando un espectáculo y nosotros somos su auditorio, unos pobres mortales que lo contemplamos muertos de frío en una solitaria playa. Después de cada subida a contracorriente del viento viene una bajada en picada, para estabilizarse en forma horizontal y paralelo a las aguas. En esa posición con un giro en el cuerpo evita que una ola toque sus formidables alas. Tiene una extensión de más de dos metros y es tan buen volador que parece jugar con el viento, ese azote tan hostil para nosotros. Y es que el albatros necesita del viento, si no lo tiene se pasa horas sentado sobre las aguas a la espera de poder volar.




Esta pelágica tiene una membrana tendinosa que bloquea el ala cuando está totalmente abierta. Por eso no se cansa al tenerla extendida. Puede estar así por horas y es el vuelo casi un descanso, de esta forma la distancia que recorre en busca de comida no le exige un mayor gasto energético. En verdad el mayor esfuerzo se produce en el despegue, aterrizaje y en la captura de alimento.

¿Y que come? Algunas especies de albatros basan su alimentación en calamares, krill o peces. A veces capturan peces vivos, pero son también carroñeros buscando peces muertos. Hay albatros que comen en superficie y otros se sumergen a varios metros.

Pero lo cierto es que esta ave formidable sigue siendo misteriosa, como lo era para los marinos que hace siglos atravesaban los mares. Cuando en las soledades oceánicas se veía a uno de ellos seguir a un barco, era considerado de buena fortuna. Se creía que matarlo generaba desgracias, como cuenta Coleridge en la Rima del viejo marinero.
Este amigo albatros, porque ya lo queríamos como tal, se queda un buen rato volando para nosotros. Continuamos nuestro camino, volvemos a levantar la vista y allí sigue, dando acrobacias. Nos deja el mensaje de la buena fortuna, y una advertencia para que cuidemos a todo este mar y a las especies que en él  habitan, nos recuerda el castigo que nos espera de no hacerlo, como el del viejo marinero con su crimen colgado al cuello.

Es uno de esos avisajes inolvidables, y lo es aun más porque detrás de él, pero ya muy lejos, dos eskúas vuelan seguramente tratando de robarle alguna presa a otra ave. Nos deleitamos con su visión y seguimos avanzando por la playa, en medio de las arenas danzantes que se mecen por el viento.


VIAJE A PUNTA RASA: Puerto de San Clemente


Siempre es un paseo obligado darme una vuelta por el puerto de San Clemente. Al llegar veo que la marea está baja, las pequeñas lanchas de pesca están encalladas en el lodo. Recorro el breve muelle. En la rambla un grupo de casi veinte motociclistas hablan, gesticulan y ríen sin parar.
Llego al final del puerto, no son más de dos cuadras. Le tomo fotos a un barco abandonado donde artistas desconocidos para mí trataron de darle un nuevo sentido a su oxidada estructura.  








Más allá, en las aguas someras, un grupo de flamencos descansa. Continúo, veo un tero real y becasas con plumaje nupcial. Varias gaviotas juveniles descansan agrupadas







Un grupo de caballos me pasa muy cerca al galope por ese campo. Entro a un pequeño astillero, donde pintan y reparan algunos barquitos. A lo lejos, al lado de un charquito, veo un sobrepuesto. Es un pájaro muy lindo, aprovecho para tirarme al suelo y fotografiarlo.



Vuelvo sobre mis pasos e increíblemente la marea ya subió y los barquitos se florean exultantes meciéndose en el agua bajo el sol del mediodía.




Siempre que pase por San Clemente volveré a darme una vuelta por este puerto. Me parece increíble que haya sido el sitio de una fría despedida. Le doy una última mirada a la belleza de su ría, a la lejanía que se pierde tras el pastizal, a sus flamencos y gaviotas y acudo al llamado de Osvaldo que me avisa algo impostergable: se habían dispuesto en el restorancito Puerto Rico y ya estaban pidiendo las lisas y las corvinas.


Como despedida, esta foto con Lu y Walter, queridos amigos y compañeros de tantos viajes. Y junto a Xolmis quién nos acompañó en esta linda salida regalándonos toda su ternura.