Les comparto ahora imágenes y momentos de mi visita a San Clemente y Punta Rasa, en un fin de semana de junio muy frío pero de cielo brillante, acompañado por grandes amigos de aventuras. Llegué cuando terminaba el sábado 13, con las últimas luces de ese día.
Atardecer en Punta Rasa
Cae lentamente el sol mientras lo contemplo parado en la playa de la Punta. Es el sitio extremo donde el Rio de la Plata y el mar se conocen. Camino despacio en la arena firme de este suelo pensando en los pies de un minotauro. La marea está muy alta, vigilo donde dejé el auto, no vaya a ser que crezca demasiado. El gran dios comienza su ceremonia de descenso hacia los confines donde creían antiguamente que se refugiaba para descansar.
Toda la tierra y el mar se transforman a medida que el astro atraviesa la atmósfera. El cielo comienza a cambiar de color, primero pierde por partes el tono celeste, comienza paulatinamente a amarillear. Luego de unos minutos todo parece ser naranja: el cielo, la playa, mis manos. El agua terrosa toma un tinte azulado-rojizo.
En Punta Rasa el sol sale por el mar y se oculta por el rio. Su ardiente disco ahora se empieza a colorear y aumentar de tamaño. Las aves surcan ese escenario, parecen celebrar a su modo el ocaso. Evidentemente algo las conmueve porque todas las gaviotas atraviesan el aire.
Un grupo de flamencos vuela en hilera, con un batir de alas lento. Pasan justo por delante del fulgor que estoy mirando. Se ven perfectamente sus picos curvos y su particular figura. Están totalmente oscuros, son unas sombras que se recortan contra el naranja del fondo, el intenso color de estos flamencos se oculta para dejar lugar al profundo tono del éter.
Ahora el Inti se puso enorme,
casi puedo verlo directamente, sin tener que cerrar los ojos. En un momento
queda posado sobre el horizonte, unas nubes que andan por allí se cruzan por
delante, creo ahora reconocer en él la imagen del tigre. Descansando como está
en el borde del rio se expande hacia los costados, parece blando y flexible
como una yema viviente, sus contornos se ponen
más rojos. Ahora es un círculo bermellón delgado envolviendo una esfera
naranja.
Pienso en la temperatura inconcebible que hay en su interior, en que nosotros y todos los seres de este mundo dependemos de él, de su poderosa energía. Se queda un instante, solo un segundo más descansando, contemplando su obra. Observa a todas las aves que vuelan y lo saludan, a estos espectadores que lo comprenden y lo admiran. Complacido inicia el descenso, absorbido por miles de amaneceres .
Pienso en la temperatura inconcebible que hay en su interior, en que nosotros y todos los seres de este mundo dependemos de él, de su poderosa energía. Se queda un instante, solo un segundo más descansando, contemplando su obra. Observa a todas las aves que vuelan y lo saludan, a estos espectadores que lo comprenden y lo admiran. Complacido inicia el descenso, absorbido por miles de amaneceres .
Finalmente ya solo queda de
él una línea reluciente en el horizonte, pareciera como si una brasa hubiera
caído al agua y lejos de apagarse brillara mientras las aguas la acunan. Luego
la paz y el silencio se apoderan del río y del cielo. Este queda completamente
color mandarina y se empieza a oscurecer.