El siguiente día, el último del
viaje, nos volvíamos a La Plata. Nos levantamos temprano y preparamos por
última vez los bolsos. Nos fuimos a desayunar. Luego con Walter nos fuimos a
buscar los autos que estaban a dos cuadras del hotel, ya que allí estaba la
cochera del hotel Nuevo Bristol. En unos minutos, todo estaba listo para salir,
solamente faltaba un pequeñísimo detalle: la gente del hotel nos reclamaba la devolución
del control remoto del televisor de una de las habitaciones, que era donde yo
había estado. Mis compañeros de alcoba me preguntaban si me habían entregado el
objeto en la recepción al llegar. Yo no recordaba que me entregaran control
remoto alguno, por lo que me puse a discutir educadamente al conserje que donde
estaba mi firma en algún papel que acreditara haber recibido el adminiculo.
Mientras esto hablaba, Osvaldo revisaba los bolsos, Martín y Michelle daban
vuelta literalmente la habitación a ver si lo encontraban oculto en algún
sitio. Los demás pacientemente nos esperaban. Los del hotel estaban dispuestos
a cobrarnos el aparatito. Luego de varios minutos de pérdida de tiempo, viendo
todos como se fugaba una mañana hermosamente soleada, me meto las manos en los
bolsillos de la campera en un gesto de fastidio y a la vez de resignación.
Al instante mi mano derecha tocó
algo duro al fondo del bolsillo. Era el control remoto. ¿ Cuando me lo habían
dado? Inútil esforzarme en recordarlo, solo entiendo que lo recibí en forma mecánica,
atendiendo a otra cosa. Como ni locos vemos televisión en el viaje era algo a
lo que no le presté ni la más mínima atención.
Solucionado ese tema que nos
demoraba salimos hacia el Dique Los Quiroga. Yo iba en la delantera siguiendo
las indicaciones de Google Maps. Di la vuelta en un momento y veo que la camioneta
ya no venía. Era por otro lado que había que ir. Llegamos al embalse que era
verdaderamente enorme.
Luego de unos minutos nos
reencontramos con Guille y fuimos hacia el norte, alejándonos de la represa unos
cuantos kilómetros. Llegamos a un gran bañado lleno de vida. Había innumerable
cantidad de patos.
Luego de aproximadamente media
hora y luego de dejar los autos y continuar a pie rodeando esa laguna,
avistamos a lo lejos al pato que veníamos a ver, el pato medialuna. Por suerte lo vimos ya que estaba muy lejos y enseguida se ocultó para no mostrarse más. No pude sacarle una foto, pero al menos capturé con mi cámara a esta cachirla.
Eran casi
las 11 am, atrás había quedado la idea de hacer noche en algún lugar cercano a
Córdoba, nos proponíamos volver directo a la plata, calculábamos doce horas de
manejo, sin paradas de descanso.
Martin tomo el volante de nuestro
vehículo, la idea era que conduzca hasta Rosario, y luego completaría yo el
recorrido. Como les decía, para hacer más rápido el trayecto decidimos no parar
a almorzar y solo picar algo adentro del
auto, mientras marchábamos. ¿Y que quedaba de provisión dentro del coche? Las
sardinas!!!! Gran manjar por supuesto.
Con mucho cuidado me puse sobre
las piernas bastante papel de diario que haría las veces de mantel por si caía
algo de aceite, lo importante era preservar el tapizado. Una reducción de
velocidad fue suficiente para vaciar en un costado de la ya desértica ruta el
excedente de aceite de la lata. Luego el trabajo fue simple: con tenedor tomar
una pequeña porción de sardina y ponerlas sobre una galletita. Después fui
pasando esos exquisitos bocados a Martín y Michelle hasta que nada quedó. Para
terminar, una fruta de postre
continuando siempre la marcha.
La ruta hacia Rosario transcurrió
normalmente, hicimos el cambio de piloto y conduje sin descanso hasta la plata.
Finalmente, llegamos a las tres de la mañana.
Un recorrido único que dejará imborrables
recuerdos a todo el grupo. Y como digo siempre, hasta nuestro próximo viaje!!!