sábado, 31 de agosto de 2019

4000 kms. DIA 8. DIQUE LOS QUIROGA Y EL REGRESO


El siguiente día, el último del viaje, nos volvíamos a La Plata. Nos levantamos temprano y preparamos por última vez los bolsos. Nos fuimos a desayunar. Luego con Walter nos fuimos a buscar los autos que estaban a dos cuadras del hotel, ya que allí estaba la cochera del hotel Nuevo Bristol. En unos minutos, todo estaba listo para salir, solamente faltaba un pequeñísimo detalle: la gente del hotel nos reclamaba la devolución del control remoto del televisor de una de las habitaciones, que era donde yo había estado. Mis compañeros de alcoba me preguntaban si me habían entregado el objeto en la recepción al llegar. Yo no recordaba que me entregaran control remoto alguno, por lo que me puse a discutir educadamente al conserje que donde estaba mi firma en algún papel que acreditara haber recibido el adminiculo. Mientras esto hablaba, Osvaldo revisaba los bolsos, Martín y Michelle daban vuelta literalmente la habitación a ver si lo encontraban oculto en algún sitio. Los demás pacientemente nos esperaban. Los del hotel estaban dispuestos a cobrarnos el aparatito. Luego de varios minutos de pérdida de tiempo, viendo todos como se fugaba una mañana hermosamente soleada, me meto las manos en los bolsillos de la campera en un gesto de fastidio y a la vez de resignación.
Al instante mi mano derecha tocó algo duro al fondo del bolsillo. Era el control remoto. ¿ Cuando me lo habían dado? Inútil esforzarme en recordarlo, solo entiendo que lo recibí en forma mecánica, atendiendo a otra cosa. Como ni locos vemos televisión en el viaje era algo a lo que no le presté ni la más mínima atención.
Solucionado ese tema que nos demoraba salimos hacia el Dique Los Quiroga. Yo iba en la delantera siguiendo las indicaciones de Google Maps. Di la vuelta en un momento y veo que la camioneta ya no venía. Era por otro lado que había que ir. Llegamos al embalse que era verdaderamente enorme.
Luego de unos minutos nos reencontramos con Guille y fuimos hacia el norte, alejándonos de la represa unos cuantos kilómetros. Llegamos a un gran bañado lleno de vida. Había innumerable cantidad de patos.
Luego de aproximadamente media hora y luego de dejar los autos y continuar a pie rodeando esa laguna, avistamos a lo lejos al pato que veníamos a ver, el pato medialuna. Por suerte lo vimos ya que estaba muy lejos y enseguida se ocultó para no mostrarse más. No pude sacarle una foto, pero al menos capturé con mi cámara a esta cachirla.


Eran casi las 11 am, atrás había quedado la idea de hacer noche en algún lugar cercano a Córdoba, nos proponíamos volver directo a la plata, calculábamos doce horas de manejo, sin paradas de descanso.
Martin tomo el volante de nuestro vehículo, la idea era que conduzca hasta Rosario, y luego completaría yo el recorrido. Como les decía, para hacer más rápido el trayecto decidimos no parar a almorzar y  solo picar algo adentro del auto, mientras marchábamos. ¿Y que quedaba de provisión dentro del coche? Las sardinas!!!! Gran manjar por supuesto.
Con mucho cuidado me puse sobre las piernas bastante papel de diario que haría las veces de mantel por si caía algo de aceite, lo importante era preservar el tapizado. Una reducción de velocidad fue suficiente para vaciar en un costado de la ya desértica ruta el excedente de aceite de la lata. Luego el trabajo fue simple: con tenedor tomar una pequeña porción de sardina y ponerlas sobre una galletita. Después fui pasando esos exquisitos bocados a Martín y Michelle hasta que nada quedó. Para terminar, una fruta de postre  continuando siempre la marcha.
La ruta hacia Rosario transcurrió normalmente, hicimos el cambio de piloto y conduje sin descanso hasta la plata. Finalmente, llegamos a las tres de la mañana.
Un recorrido único que dejará imborrables recuerdos a todo el grupo. Y como digo siempre, hasta nuestro próximo viaje!!!

4000 kms DIA 7. HACIA SANTIAGO DEL ESTERO DOS AVISTAJES INCREIBLES


Como estaba ya mi cuerpo acostumbrado, amanecí casi a las seis para preparar todo. Hice mis bolsos y me fui con ellos a cargarlos en el coche. Al llegar maldije con todas mis fuerzas ya que una goma estaba pinchada ¿ Cuando habría ocurrido? De nada servía cuestionarse, pregunté en la hostería donde estaba la gomería y por suerte quedaba a una cuadra de allí.
Le puse al coche la rueda de auxilio y fuimos con Martín a la gomería en una mañana de cielo clarísimo y gélida temperatura.
Al llegar al sitio, que identificamos solamente por la vista de unas ruedas de camión en la puerta, ya que como en todo el lugar, no había cartel alguno, estacioné detrás de un vehículo. Era un Renault 12 que estaba estacionado, había un hombre parado al lado del coche con las manos en los bolsillos seguramente esperando a ser atendido, a quien saludamos con  un buen día. Hubo casi tres minutos de silencio, nosotros al lado del individuo sin decirnos nada, solo esperando, hasta que el hombre nos preguntó que necesitábamos, ¡era el gomero!
Nos revisó el neumático y por suerte no estaba pinchado, sino que la válvula de aire se había trabado al darle aire el día anterior. Vuelta a colocar la cubierta volvimos a la hostería con la buena noticia.
Emprendimos por fin un largo viaje hasta la ciudad de Santiago del Estero.
A poco de andar por la ruta, al pasar por la recta del Tin Tin se cruzó por delante del auto lo que estaba anhelando ver hacía varios días: el gallito arena. Recordé entonces que nos habíamos pasado dos días rastreando a este pajarito en nuestro viaje a Lihue Calel, allá por el 2016.  A veces buscamos por todos lados a un animalito sin poder encontrarlo y en el momento menos pensado se atraviesa frente a nosotros tomándonos por sorpresa. Afortunadamente estábamos atentos, estacionamos el auto unos metros más adelante y fuimos a buscarlo en la estepa. Enseguida lo divisamos caminando veloz entre piedras y arbustos, un verdadero tapaculo con su costumbre de levantar la cola al caminar.




Comunicamos nuestro hallazgo a los compañeros que iban más adelante, una vez que nos encontramos en una curva para admirar la Cuesta del Obispo. Unos metros más adelante hicimos una parada en una hermosa quebrada para almorzar, dando cuenta de los buenos sándwiches que nos habían preparado en la hostería de Payogasta. Me fui un rato a recorrer un curso de agua que descendía por la quebrada, mientras admiraba las laderas cubiertas de cardones, serían los últimos que vería ya, como despedida del Parque Nacional Los Cardones


  







Un poco más adelante Walter encontró al espectacular y bellísimo pepitero colorado, tremenda ave. 



Y también vimos la monterita serrana.
Y luego de esos avistajes, le pusimos marcha continua hacia Santiago, para lo cual nos quedaban varias horas de marcha. En el camino el grupo puedo ver a las chuñas de patas rojas en un lugar donde no casualmente se llama…Las Chuñas.
Pasamos por la ciudad de Metán donde en un alto me compré un lindo mate de algarrobo. Luego Rosario de la Frontera y de ahí por la ruta 34 que debo decir estaba en muy mal estado, hasta llegar con las ultimas horas a la ciudad de Santiago. Allí ubicamos el Hotel Nuevo Bristol, donde ya nos esperaba Guille, quien había recorrido las Termas de Rio Hondo.
Terminamos todos con una gratificante cena en el hotel y por fin al sobre.

domingo, 31 de marzo de 2019

4000 kms. DIA 6. VALLE ENCANTADO


Bien temprano arriba y partida hacia Cachi que estaba a unos diez kilómetros. Teníamos dos tareas por delante, las que debíamos terminar muy rápido para no perder el día que se presentaba pletórico de sol y con  temperatura placentera.
Por un lado fuimos a una gomería a buscar una cubierta para el auto de Walter y Lu. Pero una nueva contrariedad surgía en este agraciado día: no había neumático para esa medida en el pueblo. El gomero del lugar le comentó a nuestro compañero que en esa jornada iría hasta Salta para buscar cubiertas, por lo tanto a la tarde a última hora tendría la goma que el auto necesitaba.
No quedó otra alternativa que dejar transcurrir el día y luego volver. Mientras Walter  acordaba todo esto, con Martín y Michele comprábamos unas facturas para acompañar la mateada que haría las veces de desayuno, dulces bocados que alcanzarían para matear los próximos tres días dentro del auto. Me llamó la atención que en el pueblo de Cachi los comercios no tienen un cartel que indique cual es su rubro, solo se ven como casas  iguales a las otras, y luego al acercarse y mirar adentro se descubre que el negocio es una farmacia, o una mercería, o una panadería.
Ya mencione el primer cometido del día. La segunda tarea que teníamos por delante era la bien sencilla de cargar combustible, ya que anoche,  cuando habíamos llegado, la estación de servicio estaba cerrada. Pero nuevamente el infortunio nos perseguía. Los estacioneros nos decían que no quedaba un solo litro de de la preciada nafta, en la única estación de servicio del lugar. Recién llegaría el camión cisterna a las cinco de la tarde. Y eran casi las 8 AM. Recordé con cuanto acierto había tomado el recaudo de llenar el tanque en Cafayate, razón por la cual tenía casi medio tanque .Y otro tanto tenía el Ford. Así que no había problema para recorrer unos ochenta kilómetros y volver, ya que era el itinerario que teníamos previsto para ese día. Iríamos al PN Los Cardones, pasaríamos por Payogasta y luego volveríamos a Cachi tanto para cargar nafta como para buscar la cubierta que le faltaba al Fiesta.
Ni lerdos ni perezosos nos fuimos hacia el oeste, pasamos de nuevo por Payogasta, cruzamos la entrada al Parque Nacional Los Cardones, atravesamos la recta del Tin Tin  y llegamos hasta el lugar llamado Valle encantado.
Comenzaría allí una larga caminata bajo el sol. El paisaje de ese lugar es único. Por desgracia solo puede hacerse a pie, a pesar de existir un excelente camino vehicular que lo recorre. ¿ El motivo? Como siempre la estupidez de algunos ya que dado que el relieve es ondulado pero de lomas de poca pendiente, los intrépidos conductores de vehículos hacen travesías subiendo y bajándo por donde les plazca, y eso obviamente daña el terreno, las especies vegetales y la vida animal que en ella habita. Los guardaparques no pueden controlar a toda hora el lugar y la única medida posible es bloquear el acceso vehicular desde la ruta con un portón.
Así que ha caminar se ha dicho. Luego llegamos al mirador del Valle Encantado. Era tan hermoso y el cielo era tan claro que quise guardármelo para siempre. Tomé esta panorámica que en mi opinión quedo muy bella.



Y más adelante esta otra.

En esta caminata pude ver algunas esta caminera picuda


En una roca se posó este aguilucho común fase oscura


Luego el grupo siguió avanzando. Osvaldo estaba molesto con sus ojos, por tal razón decidió volver. Yo volví con él, en parte para hacerle compañía, y en parte porque mi mochila y me equipo fotográfico era una carga pesada para mi espalda, y yo veía el extenso camino que me quedaba por delante y que era en descenso. No me quería imaginar lo que sería volver con la misma carga a la vuelta en subida y con el sol de mediodía sobre mi cabeza.
Cuando llegamos a los autos Osvaldo aprovechó para descansar sus ojos heridos por tanta claridad y yo para prepararme un almuerzo que disfruté bajo la única sombra que encontré: bajo el techo de la casilla de los guardaparques, en la entrada al Valle.
Comí atún con galletitas y luego frutas. Mientras lo hacía observaba el cielo a ver que ave lo atravesaba. En eso veo un punto negro que se deslizaba en lo alto, dando círculos. Primero lejos, luego más cerca y más cerca. Finalmente pasó en vuelo majestuoso un cóndor andino por sobre mí, que estaba bajo la casilla en esa inmensidad de roca y viento. Yo tan pequeñito, las montañas inmensas y el ave volando plácidamente en el cielo.





Como a las dos horas vuelven los muchachos. Los rostros de cansancio lo decían todo. Estaban contentos porque vieron a los chinchillones en la ladera de una montaña. Cuando habían llegado todos y estaban ya reunidos en los autos, mientras yo les iba pasando el mate, se dio ante nuestros ojos un espectáculo que creo muy difícil volver a ver. Así como hacia un rato un cóndor solitario me sobrevoló, por detrás de las montañas del oeste comenzaban a aparecer gran cantidad de puntos negros. Eran muy pequeños pues tan lejos estaban. Se veían como moscas en el azul celestial. Sin embargo, ese enjambre de bultos se acercaba más y más. Y venía hacia nosotros.
En pocos minutos un grupo numeroso de cóndores se puso a volar sobre nosotros. El espectáculo duró unos minutos, pero valió para toda nuestra existencia. En el silencio del lugar, el marco de las montañas lejanas, las circunvalaciones en el cielo de esas poderosas aves nos maravilló.
Sabemos que el cóndor andino está amenazado. Sabemos el esfuerzo por salvarlo. Ver tantos juntos, volando kilómetros para encontrar su alimento nos alegró el alma.
Por ese día ya estábamos hechos. El resto del grupo aprovechó el descanso para reponer energías. En eso veo hacia la ruta que estaba cortando la montaña y veo pasar, en dirección a Cachi, el camión cisterna de YPF llevando la preciada nafta hacia la estación de servicio. Miro el reloj y daban pasadas las cuatro…llegaría al pueblo a las cinco como dijo el estacionero.
Por lo tanto subimos a los coches y nos pusimos en marcha hacia el pueblo. Osvaldo, Martín y Michelle se quedaron en Payogasta y con Walter nos fuimos a cargar nafta primero y a ver el tema de la cubierta después.
Hecho lo primero, llegamos a la gomería del único gomero a buscar el neumático. Cuando llegamos, vemos que el hombre estaba trabajando en un vehículo, al consultarlo por el neumático que le encargamos abrió grande los ojos. Le estaba colocando esa cubierta a ese auto. Es decir, que si no llegábamos en ese preciso instante, no había goma y por lo tanto, una nueva jornada se perdería. Son las situaciones que suceden en los pueblos, a veces impensable en la gran ciudad, pero se vive distinto.
Colocada la cubierta nos fuimos con la última hora a comprar algo para llevarnos de recuerdo de Cachi y a caminar algo por sus calles. 




De paso teníamos que buscar unas gotas para los sufridos ojos de Osvaldo. Recorrimos un par de farmacias y no encontrábamos las que buscábamos. Al llegar a la tercera vimos la puerta cerrada y a nadie se veía en el interior a través de la vidriera. Todo estaba a oscuras. Nos preguntábamos si estaba abierto. Timbre no se veía. Golpeamos el cristal un par de veces y nada. Pensé en girar el picaporte de la puerta, para ver si se abría. Lo hice pero no se abrió. Estaba cerrada. Pero al instante de dejar esa manija las luces de la farmacia se encendieron…había alguien ahí. Un joven vino a abrirnos y nos hizo pasar. No encontramos lo que buscábamos, pero no dejó de sorprendernos el método que hay que usar para que el comercio atienda… darle a la manija nomás.
Regresamos a Payogasta. Era de noche ya. El programa inicial había sido ir a cenar una cazuela de cordero en Cachi, pero también la idea era degustar unas cervezas Salta bien heladas y no era prudente regresar hasta la hostería manejando 10 kilómetros y con varias de ellas en la panza.
Por esa razón encargamos nuestra cena en el comedor de la hostería. Lo único malo era que allí, por disposición municipal, ya que este establecimiento pertenece a la comuna, no se expenden bebidas alcohólicas. Pero no impiden tomarlas si son compradas afuera del establecimiento. De modo que nos cruzamos la ruta 40 y fuimos a aprovisionarnos en el almacén de enfrente. Los muchachos de la hostería nos las mantuvieron bien frías en la heladera.
Cenamos milanesas napolitanas exquisitas y encargamos sándwiches de lomito completo para el día siguiente. Final de una jornada agotadora pero feliz.

domingo, 10 de febrero de 2019

4000 KMS. DIA 5. CAMINO A PAYOGASTA


Y siempre como en la vida llega el momento de la separación. Por suerte en este caso sería transitoria ya que este día nos dividíamos en dos grupos. Guille se iba a recorrer regiones más bajas de Tucumán y nosotros nos íbamos a Payogasta, nuestro pueblo de destino en la provincia de Salta, bien al lado del Parque Los Cardones. No estaba tan frío como el día anterior, empacamos por completo los autos, nos despedimos de Kakan y de El Mollar y hacia el norte fuimos. A poco de andar llegamos a la misma quebrada a la que habíamos llegado el día de ayer, pero ahora estábamos con la ventaja de la hora temprana, es decir sin el terrible sol que partiera nuestra cabeza. Se trató de ver algo nuevo, pero ninguna novedad se avistó. Así fue que continuamos la marcha hasta llegar a las ruinas de Quilmes. Cuando estábamos andando por el camino de entrada a ese sitio, los muchachos vieron a los lejos una chuña de patas negras, que por desgracia yo no ví.
Hicimos entonces nuestro ingreso a la Ciudad Sagrada del Pueblo de los Quilmes. El lugar se encuentra bien conservado y hay toda un área arqueológica donde se proyectan audiovisuales y se  pueden apreciar objetos de esta desaparecida comunidad.
Algunos integrantes de nuestro equipo fueron  a ver el audiovisual, que dicen era muy interesante. Pero Martín, Michele y yo preferimos ingresar directamente y aprovechar la explicación de un guía del lugar que estaba comenzando su charla ante un grupo de personas. Supimos algo de la historia de este bravo pueblo, sus costumbres, su lucha contra los españoles, conocimos quien fue Juan Calchaqui. Después de la charla recorrimos lo que quedaba de esa ciudad, subimos a uno de los pucará, que eran esos puestos elevados desde donde se veía la llegada de los enemigos.


Observamos con admiración el gran porte de los cardones en esta reserva, lo que nos provocaba cierta gracia con Michelle ya que en el auto ella nos había leído que los nativos al defecar depositaban la semilla del fruto del cardón que consumían constituyendo el primitivo habitante un eficaz diseminador de estos cardones, tal como si fuesen pájaros o un mamífero más. Al ver tantos cardones majestuosos alrededor de las ruinas detectábamos rápidamente donde estarían los excusados de los señores Quilmes.


Llegado el mediodía almorzamos lo que sobraba del vacío hecho a la parrilla anoche, mientras disfrutábamos la presencia de un zorrito amigo que nos miraba interesado en un bocadillo.




El día trascurría y debíamos continuar la marcha hacia Payogasta, no obstante, nos internamos un buen rato por los caminos aledaños a la reserva donde todo era aridez, cardones y algún que otro algarrobo. El deseo de todos era ver alguna chuña de patas negras y también al gallito arena que había sido visto andando por aquí.
Tal vez nos entusiasmamos mucho con la búsqueda porque el recorrido nos tomó más de la cuenta. Al cabo de un tiempo habíamos perdido contacto con el otro vehículo, no había ninguna señal así que nos fuimos a la ruta sin saber si ellos estaban adelante o todavía estaban intentando hallar a esas aves que penosamente habíamos quedado sin encontrar.
Posteriormente,  y enterados de que ellos ya estaban en ruta, nos dirigimos hacia Cafayate. Llegamos y aprovechamos para cargar combustible, recaudo que sería salvador para nosotros como veremos enseguida. Por primera vez empezamos a sentir el calor de la región. Serían casi las cinco de la tarde y el sol castigaba con dureza. El resto del grupo nos estaba esperando sobre la ruta 40 en el camino que se dirigía a la Quebrada de las Flechas. Nos separaban 110 kilómetros de nuestro destino y habíamos calculado que en un par de horas llegaríamos. Eso había yo anticipado a la hostería donde nos esperaban alrededor de las 20 hs, así que pensamos que íbamos con tiempo suficiente.
Pero hubo algo que ningún integrante del grupo tomó en cuenta. Desde Cafayate hasta Cachi, la legendaria 40 era de nuevo la indómita ruta de ripio de antaño. Y no un ripio parejo, sino lleno de guijarros sueltos y de serruchos desparejos. Por lo tanto la velocidad máxima sería de 60 km/h, cuando no debíamos bajar la misma a la lentísima de 40 km/h para no romper la suspensión. Nos tomaría seis horas de tragar polvo para llegar a Cachi.


Lo bueno, lo mejor, era el paisaje. A esa hora del crepúsculo con el cielo clarísimo, las montañas tomaban un encendido color rojo. Como broche de oro, pude encontrar en el camino un bonito birro común.


Seguimos la marcha y además de atravesar el pueblo pintoresco de Angastaco, observamos las casas de adobe que se mimetizaban con la tierra y las laderas montañosas.
Nos sorprendíamos por la cantidad de gente que vive  así, tan apartada del mundo conocido, en medio de la aridez de este terreno, sin los servicios básicos, a kilómetros de la próxima ciudad.
Casi anochecía cuando llegamos al mirador de la Quebrada de las Flechas. Por fortuna había suficiente luz como para admirar el paisaje lleno de agujas que apuntaban a lo alto, desordenadas y con formas disímiles. Paisaje conmovedor y a la hora del ocaso más todavía. Nos tomamos una foto con la última luz y continuamos viaje, ya casi de noche.






Una noche increíblemente estrellada nos veía circular por la interminable ruta de ripio, absolutamente solos, vibrando en todo momento por los serruchos y a un paso lentísimo.
Pasadas las 23 hs llegamos a Cachi, el otro vehículo venía detrás así que apuntamos a la estación de servicio a cargar combustible, donde seguramente nos encontraríamos. Pero, oh sorpresa, la gasolinera del ACA, la única del lugar, estaba cerrada. Por lo que averigüé después, cierra a las diez de la noche, y en ese momento estaba completamente a oscuras. ¡ Menos mal que se me ocurrió reabastecerme en Cafayate! ( Mi humilde consejo a todos los viajeros que recorren en auto las maravillosas rutas del país, es cargar combustible siempre que se pueda llenando el tanque, porque estas contingencias ocurren a menudo ).
Nos volvimos a la calle principal a esperar a los muchachos que hacía rato no aparecían. Pasaban los minutos y nada. Los llamamos al celular y nada, se ve que no tenían señal. ¿ Tanto pueden tardar? ¿ Habrán pasado por otro camino?
De mientras aproveché que tenía señal para llamar a la hostería en Payogasta a ver si todavía quedaba alguien. Me atendió Fabio muy amablemente. Le dije que teníamos un rato más hasta llegar allá. Me contestó que viniera tranquilo, que ellos se iban, pero que me dejaban la puerta de la habitación número cinco abierta, con la llave puesta. Le agradecí el gesto, no sé en cuantos alojamientos tendrán esa gentileza.
Seguíamos esperando al otro auto, estábamos a punto de volver a la ruta para buscarlos cuando recibí un llamado de Osvaldo. Me dijo que habían reventado una cubierta, la habían reemplazado y estaban de nuevo en marcha.
Seguimos camino entonces hacia Payogasta, ahora por suerte con camino asfaltado, quedaba a diez kilómetros de Cachi.
Llegamos a las doce de la noche. La habitación cinco era lo único abierto en la hostería, y con la llave puesta. Era una habitación muy amplia y confortable. Bajamos el equipaje y dispusimos una improvisada cena de salamines y quesos y para beber había agua o la alternativa de tomar las cervezas a temperatura ambiente. La noche era fresca así que no estaban nada mal.
Luego se acabó todo, a dormir y a prepararse para el otro día.

jueves, 10 de enero de 2019

4000 KMS DIA 4 EL INFIERNILLO


Fue algo diferente amanecer en estos parajes. Además del aire más liviano, la sensación que primero nos invadía era el frio de esa hora temprana. Salí a ver el coche, que estaba absolutamente tapado por una capa de escarcha. El cielo todavía nocturno no poseía ni la más mínima nube. El contorno de las elevaciones lejanas se dibujaba perfecto, como un cartón arrugado contra una cartulina, que de a poco pasaba de azul a magenta y luego a celeste. Nos propusimos calentar un poco los motores mientras cargábamos el equipaje y las vituallas. Cuando le dí arranque el termómetro del habitáculo de mi vehículo marcó una temperatura perfecta, nunca antes mostrada tal vez: 0.00°.

Podíamos ver el dique en todo su esplendor, los primeros rayos del sol eran salvadores en esos momentos de frío extremo, al menos para sentir en la piel del rostro caricias de tibieza. Caricias que por otro lado repartíamos a los perritos que a pesar del frío y del hambre habían hecho guardia en el porche de la casa, tal vez por acompañarnos, aunque lo más seguro para recibir algo de comida, que para suerte de ellos deslizamos desde nuestro desayuno hasta sus fauces.
Todo listo, nos parecía increíble que en poco más de una hora, dado el frío que se sentía, estaríamos en un lugar llamado El Infiernillo, pero hacia allí íbamos. Era un lugar no tan lejano en la distancia digamos horizontal pero bastante alejado en cuanto a lo altitudinal porque había que subir 1000 metros más. Por tal motivo, y temiendo alguna complicación física por el límite vertical, Guille prefirió quedarse con Caty por la zona, recorriendo Tafí y los alrededores.
Pasamos por la entrada a El Mollar y nos tomamos una foto. 

Continuamos por la ruta 307 viendo a nuestra izquierda el lago formado por el dique La Angostura. A los pocos kilómetros pasamos por Tafí del Valle y luego comenzó la empinada subida para atravesar esa gran montaña que se ubica justo enfrente de la ciudad. Eran casi las 8 AM y el termómetro marcaba……. ¡-2,5°!!!
Pero dentro del habitáculo se estaba agradablemente, el sol calentaba atravesando los cristales y el mate ayudaba pasando de mano en mano.
A poco de andar por la ruta vemos una bandadita de negrillos

Continuamos un poco más y llegamos a una quebrada. Bajamos de los autos para caminarla un poco, ya que dentro de las quebradas era donde podían encontrarse más cantidad de especies ya que allí encuentran refugio contra los fuertes vientos que imperan en el lugar. Allí vimos remolinera andina, espinero andino, la particular bandurrita andina con su pico curvo, y algunas especies más, todas habituales de esta región.




Un arroyuelo bajaba lentamente entre las piedras, el viento ese día era apenas perceptible, pero aún así pude observar como las matas de pastizal se movían rítmicas en la ladera.
Luego de una hora vagando por esa quebrada nos movimos unos kilómetros más. Pasamos por el paraje propiamente llamado El Infiernillo, que está a unos 3000 metros de altura, desde donde puede apreciarse una buena panorámica de los valles.
Seguimos hasta un punto preciso donde la ruta hace una curva muy pronunciada. Allí dejamos a un costado los autos para empezar una subida a pie por una formidable entrada a la montaña. De más está decir que ese lugar era absolutamente desolado, solo el sol, el viento suave de ese día, la montaña, y las aves nos acompañaban. Sin embargo, a poco de caminar vemos a un individuo, bajo el naciente sol, trabajando con pala en mano. Estaba, el solo, construyendo una acequia para lo cual ubicaba las rocas en la posición adecuada para que circule el agua. Bastaba ver la inmensidad del lugar para comprender la titánica tarea que le encomendaron, y a la vez conmovía su soledad en ese marco. Como estábamos separados de él por un abismo, al pasar lo saludamos con un movimiento de brazo, al cual el señor correspondió con amabilidad. A los gritos le pregunté como marchaba su trabajo. Me dijo que iba saliendo y al querer saber yo cuanto hacía que estaba en esos quehaceres me gritó sin inmutarse… ¡ 30 años!!!

En nuestro ascenso pudimos ver algunas de las siguientes especies: Yal chico, carpintero andino, palomita ojo desnudo, pitajo canela.






Ya al mediodía el hambre apretaba así que desandamos el camino de subida, bajando por la ladera por el mismo lugar, volvimos a ver al hombre con pala en mano, Martín pudo ver un instante algún churrin.
Y luego el descanso de mediodía y a disfrutar de las empanadas tucumanas, bajo el cielo profundísimamente azul, el viento suave al reparo de las rocas y una temperatura a esa hora por demás agradable.

Terminada la comida continuamos la marcha por la ruta unos kilómetros más parando en distintas quebradas para buscar nuevas especies.
En una parada, un grupo de vencejos blanco volaba alrededor. Yo los admiraba en vuelo y de pronto me decidí a tirarles una foto, para lo cual apliqué el modo ráfaga, dada la velocidad a la que vuelan esos animalitos. Para mi alegría, pude obtener una linda imagen de esas flechas blancas.

Un poco más de avanzada y llegamos a una profunda quebrada donde se veían nuevas especies aladas. Walter y Michelle se internaron un poco en esa profundidad para rastrearlas. El resto prefirió quedarse en los autos.
A esa altura del día el sol se sentía muy intensamente en la piel, razón por la cual, además de estar algunos cansados, menos Walter y Michelle, emprendimos el regreso hacia el Mollar.
La idea era reencontrarnos con Guille y recorrer el Dique La Angostura. Volvimos a pasar por la ciudad de Tafí y luego empezamos a bordear por la ruta el lago del dique. Yo iba adelante y a cada rato miraba a Wal a ver si indicaba entrar por algún lado a ver el lago, como ningún gesto provenía del otro vehículo continué mi marcha tranquila hasta la entrada de El Mollar. Detuve mi vehículo y cuando el otro coche se acercó pregunté donde querían ingresar a lo que recibí un reproche bastante subido de tono por no parar antes en ningún lado. Obviamente son las rispideces que se producen en todo viaje y a las que no somos ajenos nosotros. Decidimos superar el momento y continuar. Aproveché entonces, dado que serían casi las cinco de la tarde, para visitar el parque Los Menhires, que son esculturas realizadas por la cultura Tafí.  

Nos reencontramos con nuestro amigo y fuimos a la caída del sol a ver las guayatas en el dique La Angostura. Me cansé de tomar secuencias de estas aves blanquecinas en su remontada hacia el cielo.







El sol se escondía tras las montañas, fue el momento de regresar al nido. La casa Kakan nos esperaba, y Guille había comprado unos kilos de carne para hacer el asado. Faltaba algo de verdura y me fui a buscarla para lo cual caminé en la noche por las callecitas de El Mollar. Me dejé llevar un rato entre sus calles laberínticas, sus casitas humildes, donde de cada una salían varios perritos a husmearme y ver si traía algo de comida. Pasé por la escuelita, pisé una y otra vez el suelo pedregoso y árido. En la penumbra de la noche, tímidos faroles de luz blanca indicaban mi camino. 
"En esta noche recuerdos luminosos llegan a mi mente, todos rememoran hermosos momentos. Pero soy oscilante, a veces añoro, a veces no".
Cada tanto, la luz de algún televisor proyectaba imágenes vivas desde las casas, siempre las estrellas y los contornos de cartón de las montañas me acompañaban. Encontré el puesto de verdura, todavía atendiendo. Una señora mayor me vendió tomates, morrones, zanahoria y no recuerdo que más. Me preguntó donde nos alojábamos, le dije Kakan y asintió. ¿ Sería simple curiosidad u otro motivo la llevaba a querer saberlo? Me volví con mis paquetitos subiendo ahora lo que antes bajaba. Ascenso no del todo relajado, ya que el menor oxigeno de la altura me hacía cansar más de lo debido.
Cuando llegué a la cabaña, Guille estaba preparando unos quesillos al fuego. Había comprado bastante en la estancia Las Carreras, y los estaba haciendo como le contaron, un trozo de quesillo clavado en un palito de rama y puesto un rato sobre la parrilla. La verdad que fue un bocado excelente como entrada. Luego vino la carne, la cerveza y la agradable charla del final de la jornada por demás única e interesante, ya que le contamos a Guille nuestras anécdotas y avistajes por las alturas de los valles calchaquíes y el nos regalaba sus vivencias en su recorrido por Tafí del Valle y la Quebrada del Portugués.