La ilusión de encontrarlo
Recuerdo ahora el segundo día en Paranacito. La salida bien temprano con la primera luz, el recorrido de la calle de tierra que nos separaba del asfalto de la ruta 12. La hora temprana disfrutada desde la cómoda marcha del auto, calentándonos con unos mates. A un lado y al otro del camino extensos bañados se veían, llenos de plumíferos por doquier, iniciando sus vuelos, aguzando sus miradas, bebiéndose el nuevo día, acariciando con sus alas el sol.
Llegamos al camino que está enfrente del círculo que siempre hacemos en Ceibas, casi al lado de las imponentes torres de electricidad. Es un camino muy bonito para recorrer. Hay variedad de bañados a ambos lados. Casi es una fija encontrarse con una bandada de chajás que se reúnen allí. A veces pueden superar el medio centenar. Nos cruzamos con un habitué del lugar, un muchacho que solitario se calzaba las botas y preparaba su equipo fotográfico para una buena jornada.
Ibamos en franca marcha apuntando unos kilómetros adentro, donde el ambiente cambiaba y los bañados desaparecían. Buscábamos una especie que algún aventurero por esas zonas dijera haber observado.Pasábamos cerca de las casas donde confiábamos verlo. Pero era casi imposible. Ilusionaba verlo yo por vez primera, ver por ejemplo su copete moviéndose en el suelo, picoteando entre el pasto, tal vez junto a sus primos tan católicos. Pero nada se dejó ver y cansados de recorrer y de tragar polvo, volvimos, yo un tanto decepcionado.
Sobre un poste pude ver la boca bien abierta de una ratona y también un churrinche al paso.
Sobre un poste pude ver la boca bien abierta de una ratona y también un churrinche al paso.
El destino de perdernos
A esa hora el sol iluminaba todos los objetos y el viento se sentía fuerte.
Nos pusimos las bufandas y salimos a caminar.
Miré a lo lejos y seguí con la vista el camino hasta donde se perdía.
Sentí el polvo en mis ojos que ardían incrustados por molestas partículas. El movimiento circular de ese polvo amarillento contenía una música, giraba con ritmo como un maelström amarillo y se desplazaba envolviéndolo todo.
El paso de unas vacas se veía a intermitencias. El torbellino de polvo iba hacia un lado y el otro del camino, mientras las vacas continuaban avanzando. Mirábamos esos cuerpos oscuros moviéndose lentamente, pesadamente, las pequeñas siguiendo resignadas a las grandes, los toros rivalizando entre si. Pasábamos lento como espectros y ellas huían de nosotros.
"Nos tienen miedo", me dije y pensé en el miedo que nos invade a todos tantas veces.
Ellas se alejan y se pierden en senderos invisibles.
O quizás somos nosotros los que nos perdemos de vista.
Tal vez con ellas compartimos el inevitable destino de perdernos.
Becasina común petrificada
Volvíamos a Ceibas echando algunas maldiciones por no encontrar al cardenal amarillo, esa era la especie que habíamos buscado un rato antes. Pero lo bueno era que el camino volvía a estar rodeado de bañados. La luz todavía era óptima ya que no llegábamos a la mitad de la mañana. Con esa hermosa iluminación nos topamos con una becasina común. Estaba como inmovilizada y no levantó vuelo cuando nos vió. Fue fantástico acercarse y poder fotografiarla. Son esas especies que se ven a menudo pero difíciles de tomarlas así, tan quietitas.
Más adelante, entre varios otros, había un pitotoy solitario.
Una sierra cortando el aire
Otra vez a hacer el círculo de Ceibas. La tierra arenosa, los bañados muy cerca del camino. Pasabamos de nuevo por la zona del ñacurutú, un bonito lugar de bosque nativo con talas y espinillos.
Y acá lo podemos decir porque somos anónimos: cruzamos los alambrados y nos fuimos a recorrer un campito privado de bosque natural. Yo me fui detrás de un negrísimo gato montés que ví lejano pero no lo encontré por supuesto.
Me puse a caminar con gran sensación de libertad y soledad ( ambas van de la mano) y de golpe el sonido de contacto de los cortarramas me rodeaba ¡ Que potente y que particular canto! De cada copa bajaba el sonido de una sierra cortando el aire.
Otra vez a hacer el círculo de Ceibas. La tierra arenosa, los bañados muy cerca del camino. Pasabamos de nuevo por la zona del ñacurutú, un bonito lugar de bosque nativo con talas y espinillos.
Y acá lo podemos decir porque somos anónimos: cruzamos los alambrados y nos fuimos a recorrer un campito privado de bosque natural. Yo me fui detrás de un negrísimo gato montés que ví lejano pero no lo encontré por supuesto.
Me puse a caminar con gran sensación de libertad y soledad ( ambas van de la mano) y de golpe el sonido de contacto de los cortarramas me rodeaba ¡ Que potente y que particular canto! De cada copa bajaba el sonido de una sierra cortando el aire.
Un diálogo en la llanura
Recorrí casi media hora más por ese campo. A mi amigo lo había perdido así que regresé solo al auto y me preparé unos amargos calentando el agua con un calentador a gas. Me preguntaba mirando esas tierras por qué ese hombre poderoso decidió no luchar más siendo tan valiente, por qué prefirió quedarse en su territorio, abandonar la lucha, ser considerado un traidor, esperar y esperar la muerte en la soledad de su palacio.
Recorrí casi media hora más por ese campo. A mi amigo lo había perdido así que regresé solo al auto y me preparé unos amargos calentando el agua con un calentador a gas. Me preguntaba mirando esas tierras por qué ese hombre poderoso decidió no luchar más siendo tan valiente, por qué prefirió quedarse en su territorio, abandonar la lucha, ser considerado un traidor, esperar y esperar la muerte en la soledad de su palacio.
Al ratito nomás y antes de que el mate se pusiera frío por el fuertísimo viento reapareció mi compañero.
“Mucho canastero chaqueño”- me dice
“Sí, yo ví mucho cortarrama” - le digo
Y ese fue todo el diálogo entre nosotros en ese lugar. Me tiró una mueca de aprobación y se acomodó contra el auto para recibir un mate. Nos quedamos mirando esa vasta llanura, llena de árboles y de soledades. A lo lejos había aves que volaban. El cielo hacía rato que estaba encapotado. Nos preparamos para recibir al aguacero, guardamos las cosas y seguimos.
¡¡¡¡Gallineta overa !!!!
Encaramos con el auto hacia la zona del medio de Ceibas, adonde hay unos bañados que bordean el arroyo. No sé porqué pero mi acompañante me dice que pare, a ver si vemos una gallineta overa. Le tiramos el llamado. Una vez. Luego una segunda,... ¡e increíblemente el ave asoma su cabeza por debajo de los juncos!
¡¡¡¡Gallineta overa !!!!
Encaramos con el auto hacia la zona del medio de Ceibas, adonde hay unos bañados que bordean el arroyo. No sé porqué pero mi acompañante me dice que pare, a ver si vemos una gallineta overa. Le tiramos el llamado. Una vez. Luego una segunda,... ¡e increíblemente el ave asoma su cabeza por debajo de los juncos!
No podíamos creer que fuera tan fácil verla.
Estaba allí y avanzaba hacia nosotros, aunque siempre cubierta por el pajonal. Sabíamos que en cualquier momento se asomaba, nos agazapamos a esperarla y entonces.… ¿ que podía suceder en esos momentos, cuando todo estaba dado para verla, cuando el lugar era perfecto, el bicho había sido ubicado y se acercaba mansamente hacia nosotros, fanáticos buscadores de especies raras que habían viajado trescientos kilómetros y estábamos con frío esa mañana a punto de largarse a llover, agazapados, esperando?????
Estaba allí y avanzaba hacia nosotros, aunque siempre cubierta por el pajonal. Sabíamos que en cualquier momento se asomaba, nos agazapamos a esperarla y entonces.… ¿ que podía suceder en esos momentos, cuando todo estaba dado para verla, cuando el lugar era perfecto, el bicho había sido ubicado y se acercaba mansamente hacia nosotros, fanáticos buscadores de especies raras que habían viajado trescientos kilómetros y estábamos con frío esa mañana a punto de largarse a llover, agazapados, esperando?????
Pasó que en ese instante estacionó un auto bien cerca nuestro y se bajaron cuatro observadores de aves con sendos equipos y uno de ellos era un reconocido fotógrafo y bien conocido hinchapelotas también, que viene a los gritos a nuestro encuentro diciendo socarronamente que no se podía usar el playback.
Adiós a la gallineta overa que se vuelve a ocultar y nosotros teniendo el deber de ser corteses con nuestros colegas pero conteniendo las ganas de acogotarlos uno por uno. Nos conformamos con la conversación y con la imagen de un piojito gris muy confiado y a lo lejos escuchar un curutié ocráceo y tal vez una pajonalera pico curvo. Nos contaron lo que vieron, nosotros les contamos nuestros avistajes. Nos hicimos bromas, algunas no tan inocentes, y nos reímos alegremente en esa inmensidad bajo el cielo cada vez más amenazante. Habían quedado atrás las ganas de ahorcarlos y ya estábamos relajados. Unos minutos más y nos despedimos. El auto se alejó levantando la habitual cortina de polvo y nos quedamos parados en el medio del camino. Fue entonces cuando volvimos nuestras cabezas al mismo tiempo hacia un claro en medio de los juncos. Entonces la vemos allí. Bien despejada, afuera de los pajonales. Nos estaba mirando hacía largo rato como sorprendida... la gallineta overa.
¡ Que buen animal, que encanto de individuo! Se dejó hacer unas buenas fotos y luego, despacito se perdió entre el pajonal. Va la foto de la gallineta, la de un federal y el piojito gris, que también se lo merece.
¡ Que buen animal, que encanto de individuo! Se dejó hacer unas buenas fotos y luego, despacito se perdió entre el pajonal. Va la foto de la gallineta, la de un federal y el piojito gris, que también se lo merece.
Pico rojo, enorme y deforme
La lluvia nos tomó al mediodía. Era una lluvia suave, sin viento. Detuvimos el auto y nos decidimos a almorzar adentro. Sacamos los restos de la picada de anoche y le dimos parejo mientras contemplábamos la lluvia.
Una vez que hubo escampado, nos fuimos más al norte, adonde habíamos visto al capuchino pecho blanco, a ver si lo volvíamos a ver. Llegamos y lo oímos. Sabíamos que había varios individuos ocultos entre las ramas de un árbol muy tupido. Pero nos jugó en contra el viento fuerte que se volvió a sentir. Entendimos que esos pajaritos ya habían comido y que preferían refugiarse y estar cómodos y calentitos dentro del árbol, así que los dejamos tranquilos.
Cuando volvíamos para tomar la ruta y regresar definitivamente a nuestros hogares, al doblar por una curva veo que un ave que estaba en el suelo levanta vuelo veloz y se oculta en el follaje. Pude ver una silueta oscura y un llamativo pico rojo, ¡¡ muy rojo, enorme y deforme!!! ¿ que podría ser lo que había visto? Nos bajamos a investigar y al poco de mirar hacia ese follaje vimos asomarse una hermosa reinamora chica. El árbol donde estaba era un árbol de moras. Algunos de estos frutos eran verdosos, otros morados y muchos todavía estaban con el color rojo intenso. Ahí me dí cuenta que el pájaro extraño con el deforme pico rojo enorme, era esta amiga reinamora llevando una mora rojísima en su pico.
La dejamos disfrutando su alimento y nos alejamos de a poco de la intensa tierra de Entre Ríos, tan llena de pasión para los que disfrutamos de la naturaleza y de la vista de cualquier pájaro. Queda cerca, nos decíamos, así que en cualquier momento estamos de vuelta ¡ Esperemos!
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