martes, 10 de noviembre de 2015

LOS CAMINOS QUE SE PIERDEN: Dia 1



Era un viernes de octubre que había amanecido espléndido.
Partíamos y de nuevo se nos vaciaban los ojos de ciudad, porque nos íbamos en misión naturalista a tierras lejanas.
Elegimos Entre Rios, la tierra de ese gran hombre que un día decidió renunciar a la lucha, para recorrerla en busca de aves cantoras y colores camperos.

"Vaya tranquilo nomás"

La primera parada fue Villa Paranacito para dejar reservado el alojamiento.
El encargado del camping Top Maló nos cobró doscientos sesenta por un pernocte para dos en un sencillo pero muy confortable dormidero, y al paso le compramos una cerveza para la noche que escondimos en la enorme y oxidada heladera donde estaban las bolsas de hielo.
Dejamos Paranacito y nos fuimos hacia Perdices, adonde siempre vamos con la expectativa de ver algo formidable.
Llegamos rápido y el lugar no nos falló: pudimos ver al inquieto capuchino pecho blanco. Estaba volando en bandaditas en torno a un campo cultivado con trigo. Queríamos meternos a explorar allí pero había hombres haciendo algo en el terreno de al lado y nos verían trasponer la entrada. Suponíamos que ambos predios serían del mismo dueño ya que estaban sembrados con el mismo cultivo. 
Me fui hasta ellos y les pedí permiso para entrar en el fundo contiguo. Se sorprendieron por la pregunta, pero de inmediato me dijeron: "vaya tranquilo nomás".
Yo muy tranquilo no estaba ya que sabía que esos no eran los responsables del lugar, pero al menos tenía a quienes echarle la culpa si nos pescaban adentro. Entramos al campo y lo recorrimos, pero no volvimos a ver a los capuchinos en el trigal, es más, nunca los volvimos a ver. Como consuelo en cambio nos quedamos con una buena imagen de un cachilo ceja amarilla.



Nunca es veloz en su fuga

Continuamos el recorrido.
A lo lejos, por los campos pelados y seguramente sembrados, volaban en pequeñas bandadas los batitúes.
Mucha aparición había del chotoy. Pude detenerme a escuchar bien su voz, la que para mí sonaba como una risa con gárgaras. Ese furnárido nunca se quedó quieto un instante para tomarle una foto, por lo tanto sigo sin imágenes buenas de esta especie. No como mi amigo que sacó contento una foto que él dice que es buenísima. Así que esperaré a que la muestre para dar el veredicto.
El que sí aparecía a cada instante como es su costumbre era el cardenal común. Este pájaro al contrario de tantos otros, no tiene problemas en mostrar su copete y posar un buen rato. A veces está en la tierra, a veces en árboles o alambrados. Nunca es veloz en su fuga. Pienso que es muy feliz al recibir al paisano que pasa por los senderos rurales. Es un gran amigo de ese hombre que tantas veces recorre solo estas distancias montando su caballo, acompañado por sus fieles perros. Me pregunté siempre que ideas cruzan la mente de esos caballeros que andan estas soledades. Nunca lo sabré con certeza, pero no me cabe duda de que la aparición repentina de estos duendecitos con cabeza roja alegra su vista cansada. Sus penas por un momento se van volando junto al rojo carmesí de sus copetes.



Infaltables

Vimos también, luego de ser alertados por su canto, a la siempre oculta choca corona rojiza.
¡ Y mejor aún ! entre otra enramada se asomó un ave de mejor porte y de ojos como rubíes. Era el cuclillo chico que saltaba de rama en rama para observar extrañado con los ojos bien abiertos a esos dos que marchaban a esa hora, con el sol bien en lo alto.


Entretanto seguiamos recorriendo veíamos a algunos infaltables tales como el chinchero chico, la cigüena americanavarillero congo y el sietevestidos








El chotacabra y las noches de luna

Ibase agotando la luz de ese día, a lo lejos se recortaban las ondulaciones entrerrianas contra el cielo apenas cubierto de nubes. 
Encarábamos el regreso con la última luz del atardecer cuando nos topamos con un atajacaminos tijera. Era un macho, que con su larga cola volaba desde un alambrado hacia el suelo. Se quedaba aleteando allí. Estaba fingiendo estar herido para distraer a quien creía su predador, en un intento por proteger su nido. Fue todo un espectáculo verlo volar con su cola en tijera, ya que todavía una última luz del cielo tenue hacía visible su figura. Luego vimos a la hembra, la que tiene la cola más corta.
Esa noche, y en ese lugar, un gran número de estos chotacabras pudieron ser vistos por nosotros.
Les cuento ahora algo que leí sobre los atajacaminos, y que es muy interesante. Hay un mito desde los tiempos de Aristóteles que dice que estas aves succionan la leche de las cabras durante la noche. Esa creencia, muy arraigada en el viejo mundo, se debe a que el ave caza insectos cerca del ganado con su boca enorme, que les aseguro es muy grande. Y eso despertó la imaginación de los hombres, que la creían ver succionando las ubres del ganado. Por esa razón se los llama en otros lugares con el nombre de chotacabras.
Lo que es cierto es que dependen de la vista para detectar insectos. Tienen unos ojos muy grandes para mejorar la visión nocturna. Al iluminar el camino, los detectamos rápidamente por el intenso brillo ocular rojizo-anaranjado que se observa desde muy lejos. El responsable de ese brillo en sus ojos es el tapetum lucidum, una capa que le sirve para reforzar el poder de la retina para captar la luz.
Como para que sea posible la visión necesitan algo de luz. Por tal motivo se alimentan en períodos muy cortos de tiempo, al atardecer y al alba. Cuando la noche es cerrada no pueden ver, por lo tanto no se alimentan, lo cual es una clara desventaja para ellos, ya que la mayoría de los insectos voladores están activos en plena noche. Como se ha estudiado, los atajacaminos detectan al insecto visualmente como siluetas contra el fondo del cielo. Por lo tanto el tiempo que tienen para alimentarse suele ser muy breve: después que los insectos empiezan a volar al atardecer, cuando el sol se oculta, hasta que la luz se acabe completamente y luego brevemente hacen lo mismo al amanecer.
Pero una maravillosa excepción a este breve espacio de tiempo lo constituyen las noches de luna llena, donde la claridad del cielo nocturno es mucho mayor, y por lo tanto pueden cazar insectos toda la noche. Hubo estudios en el año 1985/86 en Norteamérica que descubrieron que algunos de estos caprimúlgidos hacían coincidir la cría con la luna llena, de modo que la hembra tiene mayor alimento disponible para sus crías y eso les daba una mayor chance de supervivencia. Además un mes después hay mejor chance para encontrar comida para los pollos y otro mes más tarde, las crías ya crecidas aprovecharán la luz lunar para aprender a atrapar insectos por sí misma.
¡ Una maravillosa utilización del ciclo lunar la de los atajacaminos !

( Fuentes:  Enciclopedia completa de aves, Christofer Perrins, 2011, pág 311.
El Atajacaminos Coludo Macropsalis forcipata en Argentina: ¿una especie amenazada o en expansión? Alejandro Bodrati y Kristina L. Cockle, ver pag 49 sobre conducta con luz de luna.http://wordpress.neotropicalbirdclub.org/wp-content/uploads/2015/03/C34-Bodrati.pdf, )










Encuentro con un viejo amigo

La noche se cerró finalmente y partimos en la oscuridad hacia Ceibas, con la idea de ver otro animal nocturno.
Entramos al camino y a poco de recorrer en la noche lo vimos.
¡ Y era un viejo conocido !: el ñacurutú que había visto un año atrás, con estaba posado en un árbol, casi en el mismo lugar.
Por desgracia se alejó rápido al vernos y nos impidió fotografiarlo, pero fue una gran alegría ese reencuentro. Como siempre, nos emociona saber que las cosas bellas siguen allí, que no  desaparecen para nosotros si vamos en su búsqueda. Les dejo la foto de este individuo cuando lo vimos el año
pasado.

Picada y el lamento del alicucú

Llegamos de regreso a Villa Paranacito, hicimos una breve recorrida por el pueblito más que nada para conocerlo porque nunca habíamos entrado.
Luego de pasear un rato volvimos a nuestro camping para cenar. Este lugar está lleno de lanchas, de un lado está el río Paranacito y en el otro lado hay una entrada de agua que más bien parece una inundación. En el medio de varias construcciones estaba una dos pisos que eran lo que los tilingos llaman los “dormis”, y que para nosotros son dormideros. Teníamos la habitación de abajo. El interior de la misma consistía en cuatro camas cuchetas y una mesa en un rincón con total ausencia de sillas.
Dejamos nuestros equipos y comenzamos a preparar la picada, había salamines, quesos, maníes y papas fritas. Crucé la noche atravesando el predio para buscar la cerveza que habíamos dejado, oculta de manos atrevidas, en el fondo de la enorme heladera de hielo del complejo. Estaba tan fría que parecía congelada. Disfrutamos la picada y solo faltaban un par de sillitas para estar más cómodos.



Afuera hacía bastante frío por lo tanto mejor era cenar adentro. Mientras comíamos escuchábamos en la noche a la lechuza de campanario y un alicucú más cerca. Como éste no cesaba en su lamento lo buscamos y lo fotografiamos.



Consejo: probar antes la cerradura

Terminada la picada, con una fruta o un turrón como postre nos dispusimos a dormir. Les doy ahora un consejo a todos, como si fuera un viejo vizcacha: antes de cerrar con llave la puerta de cualquier habitación donde se alojen, verifiquen si luego abre. Esto hay que probarlo por supuesto con la puerta abierta, girando la llave en un sentido y luego en el otro. Bueno: fue lo que no hice, porque cerré la puerta con llave y luego no pude abrirla. Comenzamos a buscar la forma de girar la cerradura, primero forzando la vuelta a lo bruto, luego intentando limar los dientes de la llave, hasta que al fin logramos destrabarla con un Victorinox. Por supuesto esa noche dormimos sin llave. 


LOS CAMINOS QUE SE PIERDEN: Dia 2


La ilusión de encontrarlo

Recuerdo ahora el segundo día en Paranacito. La salida bien temprano con la primera luz, el recorrido de la calle de tierra que nos separaba del asfalto de la ruta 12. La hora temprana disfrutada desde la cómoda marcha del auto, calentándonos con unos mates. A un lado y al otro del camino extensos bañados se veían, llenos de plumíferos por doquier, iniciando sus vuelos, aguzando sus miradas, bebiéndose el nuevo día, acariciando con sus alas el sol.
Llegamos al camino que está enfrente del círculo que siempre hacemos en Ceibas, casi al lado de las imponentes torres de electricidad. Es un camino muy bonito para recorrer. Hay variedad de bañados a ambos lados. Casi es una fija encontrarse con una bandada de chajás que se reúnen allí. A veces pueden superar el medio centenar. Nos cruzamos con un habitué del lugar, un muchacho que solitario se calzaba las botas y preparaba su equipo fotográfico para una buena jornada.
Ibamos en franca marcha apuntando unos kilómetros adentro, donde el ambiente cambiaba y los bañados desaparecían. Buscábamos una especie que algún aventurero por esas zonas dijera haber observado.Pasábamos cerca de las casas donde confiábamos verlo. Pero era casi imposible. Ilusionaba verlo yo por vez primera, ver por ejemplo su copete moviéndose en el suelo, picoteando entre el pasto, tal vez junto a sus primos tan católicos. Pero nada se dejó ver y cansados de recorrer y de tragar polvo, volvimos, yo un tanto decepcionado.
Sobre un poste pude ver la boca bien abierta de una ratona y también un churrinche al paso.




El destino de perdernos

A esa hora el sol iluminaba todos los objetos y el viento se sentía fuerte.
Nos pusimos las bufandas y salimos a caminar.
Miré a lo lejos y seguí con la vista el camino hasta donde se perdía.
Sentí el polvo en mis ojos que ardían incrustados por molestas partículas. El movimiento circular de ese polvo amarillento contenía una música, giraba con ritmo como un maelström amarillo y se desplazaba envolviéndolo todo.
El paso de unas vacas se veía a intermitencias. El torbellino de polvo iba hacia un lado y el otro del camino, mientras las vacas continuaban avanzando. Mirábamos esos cuerpos oscuros moviéndose lentamente, pesadamente, las pequeñas siguiendo resignadas a las grandes, los toros rivalizando entre si. Pasábamos lento como espectros y ellas huían de nosotros.
"Nos tienen miedo", me dije  y pensé en el miedo que nos invade a todos tantas veces.
Ellas se alejan y se pierden en senderos invisibles.
O quizás somos nosotros los que nos perdemos de vista.
Tal vez con ellas compartimos el inevitable destino de perdernos.




Becasina común petrificada

Volvíamos a Ceibas echando algunas maldiciones por no encontrar al cardenal amarillo, esa era la especie que habíamos buscado un rato antes. Pero lo bueno era que el camino volvía a estar rodeado de bañados. La luz todavía era óptima ya que no llegábamos a la mitad de la mañana. Con esa hermosa iluminación nos topamos con una becasina común. Estaba como inmovilizada y no levantó vuelo cuando nos vió. Fue fantástico acercarse y poder fotografiarla. Son esas especies que se ven a menudo pero difíciles de tomarlas así, tan quietitas.
Más adelante, entre varios otros, había un pitotoy solitario.




Una sierra cortando el aire

Otra vez a hacer el círculo de Ceibas. La tierra arenosa, los bañados muy cerca del camino. Pasabamos de nuevo por la zona del ñacurutú, un bonito lugar de bosque nativo con talas y espinillos.
Y acá lo podemos decir porque somos anónimos: cruzamos los alambrados y nos fuimos a recorrer un campito privado de bosque natural. Yo me fui detrás de un negrísimo gato montés que ví lejano pero no lo encontré por supuesto.
Me puse a caminar con gran sensación de libertad y soledad ( ambas van de la mano) y de golpe el sonido de contacto de los cortarramas me rodeaba ¡ Que potente y que particular canto! De cada copa bajaba el sonido de una sierra cortando el aire.


Un diálogo en la llanura

Recorrí casi media hora más por ese campo. A mi amigo lo había perdido así que regresé solo al auto y me preparé unos amargos calentando el agua con un calentador a gas. Me preguntaba mirando esas tierras por qué ese hombre poderoso decidió no luchar más siendo tan valiente, por qué prefirió quedarse en su territorio, abandonar la lucha, ser considerado un traidor, esperar y esperar la muerte en la soledad de su palacio.
Al ratito nomás y  antes de que el mate se pusiera frío por el fuertísimo viento reapareció mi compañero.
 “Mucho canastero chaqueño”- me dice
 “Sí,  yo ví mucho cortarrama” - le digo
Y ese fue todo el diálogo entre nosotros en ese lugar. Me tiró una mueca de aprobación y se acomodó contra el auto para recibir un mate. Nos quedamos mirando esa vasta llanura, llena de árboles y de soledades. A lo lejos había aves que volaban. El cielo hacía rato que estaba encapotado. Nos preparamos para recibir al aguacero, guardamos las cosas y seguimos.

¡¡¡¡Gallineta overa !!!!

Encaramos con el auto hacia la zona del medio de Ceibas, adonde hay unos bañados que bordean el arroyo. No sé porqué pero mi acompañante me dice que pare, a ver si vemos una gallineta overa. Le tiramos el llamado. Una vez. Luego una segunda,... ¡e increíblemente el ave asoma su cabeza por debajo de los juncos!
No podíamos creer que fuera tan fácil verla.
Estaba allí y avanzaba hacia nosotros, aunque siempre cubierta por el pajonal. Sabíamos que en cualquier momento se asomaba, nos agazapamos a esperarla y entonces.… ¿ que podía suceder en esos momentos, cuando todo estaba dado para verla, cuando el lugar era perfecto, el bicho había sido ubicado y se acercaba mansamente hacia nosotros, fanáticos buscadores de especies raras que habían viajado trescientos kilómetros y estábamos con frío esa mañana a punto de largarse a llover, agazapados, esperando?????
Pasó que en ese instante estacionó un auto bien cerca nuestro y se bajaron cuatro observadores de aves con sendos equipos y uno de ellos era un reconocido fotógrafo y bien conocido hinchapelotas también, que viene a los gritos a nuestro encuentro diciendo socarronamente que no se podía usar el playback.
Adiós a la gallineta overa que se vuelve a ocultar y nosotros teniendo el deber de ser corteses con nuestros colegas pero conteniendo las ganas de acogotarlos uno por uno. Nos conformamos con la conversación y con la imagen de un piojito gris muy confiado y a lo lejos escuchar un curutié ocráceo y tal vez una pajonalera pico curvo. Nos contaron lo que vieron, nosotros les contamos nuestros avistajes. Nos hicimos bromas, algunas no tan inocentes, y nos reímos alegremente en esa inmensidad bajo el cielo cada vez más amenazante. Habían quedado atrás las ganas de ahorcarlos y ya estábamos relajados. Unos minutos más y nos despedimos. El auto se alejó levantando la habitual cortina de polvo y nos quedamos parados en el medio del camino. Fue entonces cuando volvimos nuestras cabezas al mismo tiempo hacia un claro en medio de los juncos. Entonces la vemos allí. Bien despejada, afuera de los pajonales. Nos estaba mirando hacía largo rato como sorprendida... la gallineta overa.
¡ Que buen animal, que encanto de individuo! Se dejó hacer unas buenas fotos y luego, despacito se perdió entre el pajonal. Va la foto de la gallineta, la de un federal y el piojito gris, que también se lo merece.





Pico rojo, enorme y deforme

La lluvia nos tomó al mediodía. Era una lluvia suave, sin viento. Detuvimos el auto y nos decidimos a almorzar adentro. Sacamos los restos de la picada de anoche y le dimos parejo mientras contemplábamos la lluvia.
Una vez que hubo escampado, nos fuimos más al norte, adonde habíamos visto al capuchino pecho blanco, a ver si lo volvíamos a ver. Llegamos y lo oímos. Sabíamos que había varios individuos ocultos entre las ramas de un árbol muy tupido. Pero nos jugó en contra el viento fuerte que se volvió a sentir. Entendimos que esos pajaritos ya habían comido y que preferían refugiarse y estar cómodos y calentitos dentro del árbol, así que los dejamos tranquilos.
Cuando volvíamos para tomar la ruta y regresar definitivamente a nuestros hogares, al doblar por una curva veo que un ave que estaba en el suelo levanta vuelo veloz y se oculta en el follaje. Pude ver una silueta oscura y un llamativo pico rojo, ¡¡ muy rojo, enorme y deforme!!! ¿ que podría ser lo que había visto? Nos bajamos a investigar y al poco de mirar hacia ese follaje vimos asomarse  una hermosa reinamora chica. El árbol donde estaba era un árbol de moras. Algunos de estos frutos eran verdosos, otros morados y muchos todavía estaban con el color rojo intenso. Ahí me dí cuenta que el pájaro extraño con el deforme pico rojo enorme, era esta amiga reinamora llevando una mora rojísima en su pico.


La dejamos disfrutando su alimento y nos alejamos de a poco de la intensa tierra de Entre Ríos, tan llena de pasión para los que disfrutamos de la naturaleza y de la vista de cualquier pájaro. Queda cerca, nos decíamos, así que en cualquier momento estamos de vuelta ¡ Esperemos!