domingo, 31 de marzo de 2019

4000 kms. DIA 6. VALLE ENCANTADO


Bien temprano arriba y partida hacia Cachi que estaba a unos diez kilómetros. Teníamos dos tareas por delante, las que debíamos terminar muy rápido para no perder el día que se presentaba pletórico de sol y con  temperatura placentera.
Por un lado fuimos a una gomería a buscar una cubierta para el auto de Walter y Lu. Pero una nueva contrariedad surgía en este agraciado día: no había neumático para esa medida en el pueblo. El gomero del lugar le comentó a nuestro compañero que en esa jornada iría hasta Salta para buscar cubiertas, por lo tanto a la tarde a última hora tendría la goma que el auto necesitaba.
No quedó otra alternativa que dejar transcurrir el día y luego volver. Mientras Walter  acordaba todo esto, con Martín y Michele comprábamos unas facturas para acompañar la mateada que haría las veces de desayuno, dulces bocados que alcanzarían para matear los próximos tres días dentro del auto. Me llamó la atención que en el pueblo de Cachi los comercios no tienen un cartel que indique cual es su rubro, solo se ven como casas  iguales a las otras, y luego al acercarse y mirar adentro se descubre que el negocio es una farmacia, o una mercería, o una panadería.
Ya mencione el primer cometido del día. La segunda tarea que teníamos por delante era la bien sencilla de cargar combustible, ya que anoche,  cuando habíamos llegado, la estación de servicio estaba cerrada. Pero nuevamente el infortunio nos perseguía. Los estacioneros nos decían que no quedaba un solo litro de de la preciada nafta, en la única estación de servicio del lugar. Recién llegaría el camión cisterna a las cinco de la tarde. Y eran casi las 8 AM. Recordé con cuanto acierto había tomado el recaudo de llenar el tanque en Cafayate, razón por la cual tenía casi medio tanque .Y otro tanto tenía el Ford. Así que no había problema para recorrer unos ochenta kilómetros y volver, ya que era el itinerario que teníamos previsto para ese día. Iríamos al PN Los Cardones, pasaríamos por Payogasta y luego volveríamos a Cachi tanto para cargar nafta como para buscar la cubierta que le faltaba al Fiesta.
Ni lerdos ni perezosos nos fuimos hacia el oeste, pasamos de nuevo por Payogasta, cruzamos la entrada al Parque Nacional Los Cardones, atravesamos la recta del Tin Tin  y llegamos hasta el lugar llamado Valle encantado.
Comenzaría allí una larga caminata bajo el sol. El paisaje de ese lugar es único. Por desgracia solo puede hacerse a pie, a pesar de existir un excelente camino vehicular que lo recorre. ¿ El motivo? Como siempre la estupidez de algunos ya que dado que el relieve es ondulado pero de lomas de poca pendiente, los intrépidos conductores de vehículos hacen travesías subiendo y bajándo por donde les plazca, y eso obviamente daña el terreno, las especies vegetales y la vida animal que en ella habita. Los guardaparques no pueden controlar a toda hora el lugar y la única medida posible es bloquear el acceso vehicular desde la ruta con un portón.
Así que ha caminar se ha dicho. Luego llegamos al mirador del Valle Encantado. Era tan hermoso y el cielo era tan claro que quise guardármelo para siempre. Tomé esta panorámica que en mi opinión quedo muy bella.



Y más adelante esta otra.

En esta caminata pude ver algunas esta caminera picuda


En una roca se posó este aguilucho común fase oscura


Luego el grupo siguió avanzando. Osvaldo estaba molesto con sus ojos, por tal razón decidió volver. Yo volví con él, en parte para hacerle compañía, y en parte porque mi mochila y me equipo fotográfico era una carga pesada para mi espalda, y yo veía el extenso camino que me quedaba por delante y que era en descenso. No me quería imaginar lo que sería volver con la misma carga a la vuelta en subida y con el sol de mediodía sobre mi cabeza.
Cuando llegamos a los autos Osvaldo aprovechó para descansar sus ojos heridos por tanta claridad y yo para prepararme un almuerzo que disfruté bajo la única sombra que encontré: bajo el techo de la casilla de los guardaparques, en la entrada al Valle.
Comí atún con galletitas y luego frutas. Mientras lo hacía observaba el cielo a ver que ave lo atravesaba. En eso veo un punto negro que se deslizaba en lo alto, dando círculos. Primero lejos, luego más cerca y más cerca. Finalmente pasó en vuelo majestuoso un cóndor andino por sobre mí, que estaba bajo la casilla en esa inmensidad de roca y viento. Yo tan pequeñito, las montañas inmensas y el ave volando plácidamente en el cielo.





Como a las dos horas vuelven los muchachos. Los rostros de cansancio lo decían todo. Estaban contentos porque vieron a los chinchillones en la ladera de una montaña. Cuando habían llegado todos y estaban ya reunidos en los autos, mientras yo les iba pasando el mate, se dio ante nuestros ojos un espectáculo que creo muy difícil volver a ver. Así como hacia un rato un cóndor solitario me sobrevoló, por detrás de las montañas del oeste comenzaban a aparecer gran cantidad de puntos negros. Eran muy pequeños pues tan lejos estaban. Se veían como moscas en el azul celestial. Sin embargo, ese enjambre de bultos se acercaba más y más. Y venía hacia nosotros.
En pocos minutos un grupo numeroso de cóndores se puso a volar sobre nosotros. El espectáculo duró unos minutos, pero valió para toda nuestra existencia. En el silencio del lugar, el marco de las montañas lejanas, las circunvalaciones en el cielo de esas poderosas aves nos maravilló.
Sabemos que el cóndor andino está amenazado. Sabemos el esfuerzo por salvarlo. Ver tantos juntos, volando kilómetros para encontrar su alimento nos alegró el alma.
Por ese día ya estábamos hechos. El resto del grupo aprovechó el descanso para reponer energías. En eso veo hacia la ruta que estaba cortando la montaña y veo pasar, en dirección a Cachi, el camión cisterna de YPF llevando la preciada nafta hacia la estación de servicio. Miro el reloj y daban pasadas las cuatro…llegaría al pueblo a las cinco como dijo el estacionero.
Por lo tanto subimos a los coches y nos pusimos en marcha hacia el pueblo. Osvaldo, Martín y Michelle se quedaron en Payogasta y con Walter nos fuimos a cargar nafta primero y a ver el tema de la cubierta después.
Hecho lo primero, llegamos a la gomería del único gomero a buscar el neumático. Cuando llegamos, vemos que el hombre estaba trabajando en un vehículo, al consultarlo por el neumático que le encargamos abrió grande los ojos. Le estaba colocando esa cubierta a ese auto. Es decir, que si no llegábamos en ese preciso instante, no había goma y por lo tanto, una nueva jornada se perdería. Son las situaciones que suceden en los pueblos, a veces impensable en la gran ciudad, pero se vive distinto.
Colocada la cubierta nos fuimos con la última hora a comprar algo para llevarnos de recuerdo de Cachi y a caminar algo por sus calles. 




De paso teníamos que buscar unas gotas para los sufridos ojos de Osvaldo. Recorrimos un par de farmacias y no encontrábamos las que buscábamos. Al llegar a la tercera vimos la puerta cerrada y a nadie se veía en el interior a través de la vidriera. Todo estaba a oscuras. Nos preguntábamos si estaba abierto. Timbre no se veía. Golpeamos el cristal un par de veces y nada. Pensé en girar el picaporte de la puerta, para ver si se abría. Lo hice pero no se abrió. Estaba cerrada. Pero al instante de dejar esa manija las luces de la farmacia se encendieron…había alguien ahí. Un joven vino a abrirnos y nos hizo pasar. No encontramos lo que buscábamos, pero no dejó de sorprendernos el método que hay que usar para que el comercio atienda… darle a la manija nomás.
Regresamos a Payogasta. Era de noche ya. El programa inicial había sido ir a cenar una cazuela de cordero en Cachi, pero también la idea era degustar unas cervezas Salta bien heladas y no era prudente regresar hasta la hostería manejando 10 kilómetros y con varias de ellas en la panza.
Por esa razón encargamos nuestra cena en el comedor de la hostería. Lo único malo era que allí, por disposición municipal, ya que este establecimiento pertenece a la comuna, no se expenden bebidas alcohólicas. Pero no impiden tomarlas si son compradas afuera del establecimiento. De modo que nos cruzamos la ruta 40 y fuimos a aprovisionarnos en el almacén de enfrente. Los muchachos de la hostería nos las mantuvieron bien frías en la heladera.
Cenamos milanesas napolitanas exquisitas y encargamos sándwiches de lomito completo para el día siguiente. Final de una jornada agotadora pero feliz.