Bien temprano arriba y partida
hacia Cachi que estaba a unos diez kilómetros. Teníamos dos tareas por delante,
las que debíamos terminar muy rápido para no perder el día que se presentaba pletórico
de sol y con temperatura placentera.
Por un lado fuimos a una gomería
a buscar una cubierta para el auto de Walter y Lu. Pero una nueva contrariedad
surgía en este agraciado día: no había neumático para esa medida en el pueblo.
El gomero del lugar le comentó a nuestro compañero que en esa jornada iría
hasta Salta para buscar cubiertas, por lo tanto a la tarde a última hora tendría
la goma que el auto necesitaba.
No quedó otra alternativa que
dejar transcurrir el día y luego volver. Mientras Walter acordaba todo esto, con Martín y Michele comprábamos
unas facturas para acompañar la mateada que haría las veces de desayuno, dulces
bocados que alcanzarían para matear los próximos tres días dentro del
auto. Me llamó la atención que en el pueblo de Cachi los comercios no tienen un
cartel que indique cual es su rubro, solo se ven como casas iguales a las otras, y luego al acercarse y
mirar adentro se descubre que el negocio es una farmacia, o una mercería, o una
panadería.
Ya mencione el primer cometido
del día. La segunda tarea que teníamos por delante era la bien sencilla de
cargar combustible, ya que anoche,
cuando habíamos llegado, la estación de servicio estaba cerrada. Pero
nuevamente el infortunio nos perseguía. Los estacioneros nos decían que no
quedaba un solo litro de de la preciada nafta, en la única estación de servicio
del lugar. Recién llegaría el camión cisterna a las cinco de la tarde. Y eran
casi las 8 AM. Recordé con cuanto acierto había tomado el recaudo de llenar el
tanque en Cafayate, razón por la cual tenía casi medio tanque .Y otro tanto
tenía el Ford. Así que no había problema para recorrer unos ochenta kilómetros
y volver, ya que era el itinerario que teníamos previsto para ese día. Iríamos
al PN Los Cardones, pasaríamos por Payogasta y luego volveríamos a Cachi tanto
para cargar nafta como para buscar la cubierta que le faltaba al Fiesta.
Ni lerdos ni perezosos nos fuimos
hacia el oeste, pasamos de nuevo por Payogasta, cruzamos la entrada al Parque Nacional
Los Cardones, atravesamos la recta del Tin Tin y llegamos hasta el lugar llamado Valle
encantado.
Comenzaría allí una larga
caminata bajo el sol. El paisaje de ese lugar es único. Por desgracia solo
puede hacerse a pie, a pesar de existir un excelente camino vehicular que lo
recorre. ¿ El motivo? Como siempre la estupidez de algunos ya que dado que el
relieve es ondulado pero de lomas de poca pendiente, los intrépidos conductores
de vehículos hacen travesías subiendo y bajándo por donde les plazca, y eso
obviamente daña el terreno, las especies vegetales y la vida animal que en ella
habita. Los guardaparques no pueden controlar a toda hora el lugar y la única
medida posible es bloquear el acceso vehicular desde la ruta con un portón.
Así que ha caminar se ha dicho. Luego
llegamos al mirador del Valle Encantado. Era tan hermoso y el cielo era tan
claro que quise guardármelo para siempre. Tomé esta panorámica que en mi
opinión quedo muy bella.
Y más adelante esta otra.
En esta caminata pude ver algunas esta caminera picuda
En una roca se posó este aguilucho común fase oscura
Luego el grupo siguió avanzando.
Osvaldo estaba molesto con sus ojos, por tal razón decidió volver. Yo volví con
él, en parte para hacerle compañía, y en parte porque mi mochila y me equipo
fotográfico era una carga pesada para mi espalda, y yo veía el extenso camino
que me quedaba por delante y que era en descenso. No me quería imaginar lo que
sería volver con la misma carga a la vuelta en subida y con el sol de mediodía
sobre mi cabeza.
Cuando llegamos a los autos
Osvaldo aprovechó para descansar sus ojos heridos por tanta claridad y yo para
prepararme un almuerzo que disfruté bajo la única sombra que encontré: bajo el techo
de la casilla de los guardaparques, en la entrada al Valle.
Comí atún con galletitas y luego
frutas. Mientras lo hacía observaba el cielo a ver que ave lo atravesaba. En
eso veo un punto negro que se deslizaba en lo alto, dando círculos. Primero
lejos, luego más cerca y más cerca. Finalmente pasó en vuelo majestuoso un
cóndor andino por sobre mí, que estaba bajo la casilla en esa inmensidad de
roca y viento. Yo tan pequeñito, las montañas inmensas y el ave volando
plácidamente en el cielo.
Como a las dos horas vuelven los
muchachos. Los rostros de cansancio lo decían todo. Estaban contentos porque
vieron a los chinchillones en la ladera de una montaña. Cuando habían llegado
todos y estaban ya reunidos en los autos, mientras yo les iba pasando el mate,
se dio ante nuestros ojos un espectáculo que creo muy difícil volver a ver. Así
como hacia un rato un cóndor solitario me sobrevoló, por detrás de las montañas
del oeste comenzaban a aparecer gran cantidad de puntos negros. Eran muy pequeños
pues tan lejos estaban. Se veían como moscas en el azul celestial. Sin embargo,
ese enjambre de bultos se acercaba más y más. Y venía hacia nosotros.
En pocos minutos un grupo
numeroso de cóndores se puso a volar sobre nosotros. El espectáculo duró unos
minutos, pero valió para toda nuestra existencia. En el silencio del lugar, el
marco de las montañas lejanas, las circunvalaciones en el cielo de esas
poderosas aves nos maravilló.
Sabemos que el cóndor andino está
amenazado. Sabemos el esfuerzo por salvarlo. Ver tantos juntos, volando
kilómetros para encontrar su alimento nos alegró el alma.
Por ese día ya estábamos hechos.
El resto del grupo aprovechó el descanso para reponer energías. En eso veo
hacia la ruta que estaba cortando la montaña y veo pasar, en dirección a Cachi,
el camión cisterna de YPF llevando la preciada nafta hacia la estación de
servicio. Miro el reloj y daban pasadas las cuatro…llegaría al pueblo a las
cinco como dijo el estacionero.
Por lo tanto subimos a los coches
y nos pusimos en marcha hacia el pueblo. Osvaldo, Martín y Michelle se quedaron
en Payogasta y con Walter nos fuimos a cargar nafta primero y a ver el tema de
la cubierta después.
Hecho lo primero, llegamos a la
gomería del único gomero a buscar el neumático. Cuando llegamos, vemos que el
hombre estaba trabajando en un vehículo, al consultarlo por el neumático que le
encargamos abrió grande los ojos. Le estaba colocando esa cubierta a ese auto.
Es decir, que si no llegábamos en ese preciso instante, no había goma y por lo
tanto, una nueva jornada se perdería. Son las situaciones que suceden en los
pueblos, a veces impensable en la gran ciudad, pero se vive distinto.
Colocada la cubierta nos fuimos
con la última hora a comprar algo para llevarnos de recuerdo de Cachi y a
caminar algo por sus calles.
De paso teníamos que buscar unas gotas para los
sufridos ojos de Osvaldo. Recorrimos un par de farmacias y no encontrábamos las
que buscábamos. Al llegar a la tercera vimos la puerta cerrada y a nadie se
veía en el interior a través de la vidriera. Todo estaba a oscuras. Nos
preguntábamos si estaba abierto. Timbre no se veía. Golpeamos el cristal un par
de veces y nada. Pensé en girar el picaporte de la puerta, para ver si se
abría. Lo hice pero no se abrió. Estaba cerrada. Pero al instante de dejar esa
manija las luces de la farmacia se encendieron…había alguien ahí. Un joven vino
a abrirnos y nos hizo pasar. No encontramos lo que buscábamos, pero no dejó de
sorprendernos el método que hay que usar para que el comercio atienda… darle a
la manija nomás.
Regresamos a Payogasta. Era de
noche ya. El programa inicial había sido ir a cenar una cazuela de cordero en
Cachi, pero también la idea era degustar unas cervezas Salta bien heladas y no
era prudente regresar hasta la hostería manejando 10 kilómetros y con varias de
ellas en la panza.
Por esa razón encargamos nuestra
cena en el comedor de la hostería. Lo único malo era que allí, por disposición
municipal, ya que este establecimiento pertenece a la comuna, no se expenden
bebidas alcohólicas. Pero no impiden tomarlas si son compradas afuera del
establecimiento. De modo que nos cruzamos la ruta 40 y fuimos a aprovisionarnos
en el almacén de enfrente. Los muchachos de la hostería nos las mantuvieron
bien frías en la heladera.
Cenamos milanesas napolitanas
exquisitas y encargamos sándwiches de lomito completo para el día siguiente.
Final de una jornada agotadora pero feliz.