domingo, 10 de febrero de 2019

4000 KMS. DIA 5. CAMINO A PAYOGASTA


Y siempre como en la vida llega el momento de la separación. Por suerte en este caso sería transitoria ya que este día nos dividíamos en dos grupos. Guille se iba a recorrer regiones más bajas de Tucumán y nosotros nos íbamos a Payogasta, nuestro pueblo de destino en la provincia de Salta, bien al lado del Parque Los Cardones. No estaba tan frío como el día anterior, empacamos por completo los autos, nos despedimos de Kakan y de El Mollar y hacia el norte fuimos. A poco de andar llegamos a la misma quebrada a la que habíamos llegado el día de ayer, pero ahora estábamos con la ventaja de la hora temprana, es decir sin el terrible sol que partiera nuestra cabeza. Se trató de ver algo nuevo, pero ninguna novedad se avistó. Así fue que continuamos la marcha hasta llegar a las ruinas de Quilmes. Cuando estábamos andando por el camino de entrada a ese sitio, los muchachos vieron a los lejos una chuña de patas negras, que por desgracia yo no ví.
Hicimos entonces nuestro ingreso a la Ciudad Sagrada del Pueblo de los Quilmes. El lugar se encuentra bien conservado y hay toda un área arqueológica donde se proyectan audiovisuales y se  pueden apreciar objetos de esta desaparecida comunidad.
Algunos integrantes de nuestro equipo fueron  a ver el audiovisual, que dicen era muy interesante. Pero Martín, Michele y yo preferimos ingresar directamente y aprovechar la explicación de un guía del lugar que estaba comenzando su charla ante un grupo de personas. Supimos algo de la historia de este bravo pueblo, sus costumbres, su lucha contra los españoles, conocimos quien fue Juan Calchaqui. Después de la charla recorrimos lo que quedaba de esa ciudad, subimos a uno de los pucará, que eran esos puestos elevados desde donde se veía la llegada de los enemigos.


Observamos con admiración el gran porte de los cardones en esta reserva, lo que nos provocaba cierta gracia con Michelle ya que en el auto ella nos había leído que los nativos al defecar depositaban la semilla del fruto del cardón que consumían constituyendo el primitivo habitante un eficaz diseminador de estos cardones, tal como si fuesen pájaros o un mamífero más. Al ver tantos cardones majestuosos alrededor de las ruinas detectábamos rápidamente donde estarían los excusados de los señores Quilmes.


Llegado el mediodía almorzamos lo que sobraba del vacío hecho a la parrilla anoche, mientras disfrutábamos la presencia de un zorrito amigo que nos miraba interesado en un bocadillo.




El día trascurría y debíamos continuar la marcha hacia Payogasta, no obstante, nos internamos un buen rato por los caminos aledaños a la reserva donde todo era aridez, cardones y algún que otro algarrobo. El deseo de todos era ver alguna chuña de patas negras y también al gallito arena que había sido visto andando por aquí.
Tal vez nos entusiasmamos mucho con la búsqueda porque el recorrido nos tomó más de la cuenta. Al cabo de un tiempo habíamos perdido contacto con el otro vehículo, no había ninguna señal así que nos fuimos a la ruta sin saber si ellos estaban adelante o todavía estaban intentando hallar a esas aves que penosamente habíamos quedado sin encontrar.
Posteriormente,  y enterados de que ellos ya estaban en ruta, nos dirigimos hacia Cafayate. Llegamos y aprovechamos para cargar combustible, recaudo que sería salvador para nosotros como veremos enseguida. Por primera vez empezamos a sentir el calor de la región. Serían casi las cinco de la tarde y el sol castigaba con dureza. El resto del grupo nos estaba esperando sobre la ruta 40 en el camino que se dirigía a la Quebrada de las Flechas. Nos separaban 110 kilómetros de nuestro destino y habíamos calculado que en un par de horas llegaríamos. Eso había yo anticipado a la hostería donde nos esperaban alrededor de las 20 hs, así que pensamos que íbamos con tiempo suficiente.
Pero hubo algo que ningún integrante del grupo tomó en cuenta. Desde Cafayate hasta Cachi, la legendaria 40 era de nuevo la indómita ruta de ripio de antaño. Y no un ripio parejo, sino lleno de guijarros sueltos y de serruchos desparejos. Por lo tanto la velocidad máxima sería de 60 km/h, cuando no debíamos bajar la misma a la lentísima de 40 km/h para no romper la suspensión. Nos tomaría seis horas de tragar polvo para llegar a Cachi.


Lo bueno, lo mejor, era el paisaje. A esa hora del crepúsculo con el cielo clarísimo, las montañas tomaban un encendido color rojo. Como broche de oro, pude encontrar en el camino un bonito birro común.


Seguimos la marcha y además de atravesar el pueblo pintoresco de Angastaco, observamos las casas de adobe que se mimetizaban con la tierra y las laderas montañosas.
Nos sorprendíamos por la cantidad de gente que vive  así, tan apartada del mundo conocido, en medio de la aridez de este terreno, sin los servicios básicos, a kilómetros de la próxima ciudad.
Casi anochecía cuando llegamos al mirador de la Quebrada de las Flechas. Por fortuna había suficiente luz como para admirar el paisaje lleno de agujas que apuntaban a lo alto, desordenadas y con formas disímiles. Paisaje conmovedor y a la hora del ocaso más todavía. Nos tomamos una foto con la última luz y continuamos viaje, ya casi de noche.






Una noche increíblemente estrellada nos veía circular por la interminable ruta de ripio, absolutamente solos, vibrando en todo momento por los serruchos y a un paso lentísimo.
Pasadas las 23 hs llegamos a Cachi, el otro vehículo venía detrás así que apuntamos a la estación de servicio a cargar combustible, donde seguramente nos encontraríamos. Pero, oh sorpresa, la gasolinera del ACA, la única del lugar, estaba cerrada. Por lo que averigüé después, cierra a las diez de la noche, y en ese momento estaba completamente a oscuras. ¡ Menos mal que se me ocurrió reabastecerme en Cafayate! ( Mi humilde consejo a todos los viajeros que recorren en auto las maravillosas rutas del país, es cargar combustible siempre que se pueda llenando el tanque, porque estas contingencias ocurren a menudo ).
Nos volvimos a la calle principal a esperar a los muchachos que hacía rato no aparecían. Pasaban los minutos y nada. Los llamamos al celular y nada, se ve que no tenían señal. ¿ Tanto pueden tardar? ¿ Habrán pasado por otro camino?
De mientras aproveché que tenía señal para llamar a la hostería en Payogasta a ver si todavía quedaba alguien. Me atendió Fabio muy amablemente. Le dije que teníamos un rato más hasta llegar allá. Me contestó que viniera tranquilo, que ellos se iban, pero que me dejaban la puerta de la habitación número cinco abierta, con la llave puesta. Le agradecí el gesto, no sé en cuantos alojamientos tendrán esa gentileza.
Seguíamos esperando al otro auto, estábamos a punto de volver a la ruta para buscarlos cuando recibí un llamado de Osvaldo. Me dijo que habían reventado una cubierta, la habían reemplazado y estaban de nuevo en marcha.
Seguimos camino entonces hacia Payogasta, ahora por suerte con camino asfaltado, quedaba a diez kilómetros de Cachi.
Llegamos a las doce de la noche. La habitación cinco era lo único abierto en la hostería, y con la llave puesta. Era una habitación muy amplia y confortable. Bajamos el equipaje y dispusimos una improvisada cena de salamines y quesos y para beber había agua o la alternativa de tomar las cervezas a temperatura ambiente. La noche era fresca así que no estaban nada mal.
Luego se acabó todo, a dormir y a prepararse para el otro día.