Y siempre como en la vida llega
el momento de la separación. Por suerte en este caso sería transitoria ya que
este día nos dividíamos en dos grupos. Guille se iba a recorrer regiones más
bajas de Tucumán y nosotros nos íbamos a Payogasta, nuestro pueblo de destino
en la provincia de Salta, bien al lado del Parque Los Cardones. No estaba tan
frío como el día anterior, empacamos por completo los autos, nos despedimos de
Kakan y de El Mollar y hacia el norte fuimos. A poco de andar llegamos a la
misma quebrada a la que habíamos llegado el día de ayer, pero ahora estábamos
con la ventaja de la hora temprana, es decir sin el terrible sol que partiera
nuestra cabeza. Se trató de ver algo nuevo, pero ninguna novedad se avistó. Así
fue que continuamos la marcha hasta llegar a las ruinas de Quilmes. Cuando
estábamos andando por el camino de entrada a ese sitio, los muchachos vieron a
los lejos una chuña de patas negras,
que por desgracia yo no ví.
Hicimos entonces nuestro ingreso
a la Ciudad Sagrada del Pueblo de los Quilmes. El lugar se encuentra bien
conservado y hay toda un área arqueológica donde se proyectan audiovisuales y
se pueden apreciar objetos de esta
desaparecida comunidad.
Algunos integrantes de nuestro
equipo fueron a ver el audiovisual, que
dicen era muy interesante. Pero Martín, Michele y yo preferimos ingresar
directamente y aprovechar la explicación de un guía del lugar que estaba
comenzando su charla ante un grupo de personas. Supimos algo de la historia de
este bravo pueblo, sus costumbres, su lucha contra los españoles, conocimos
quien fue Juan Calchaqui. Después de la charla recorrimos lo que quedaba de esa
ciudad, subimos a uno de los pucará, que eran esos puestos elevados desde donde
se veía la llegada de los enemigos.
Observamos con admiración el gran
porte de los cardones en esta reserva, lo que nos provocaba cierta gracia con
Michelle ya que en el auto ella nos había leído que los nativos al defecar
depositaban la semilla del fruto del cardón que consumían constituyendo el
primitivo habitante un eficaz diseminador de estos cardones, tal como si fuesen
pájaros o un mamífero más. Al ver tantos cardones majestuosos alrededor de las
ruinas detectábamos rápidamente donde estarían los excusados de los señores
Quilmes.
Llegado el mediodía almorzamos lo
que sobraba del vacío hecho a la parrilla anoche, mientras disfrutábamos la presencia
de un zorrito amigo que nos miraba interesado en un bocadillo.
El día trascurría y debíamos
continuar la marcha hacia Payogasta, no obstante, nos internamos un buen rato
por los caminos aledaños a la reserva donde todo era aridez, cardones y algún
que otro algarrobo. El deseo de todos era ver alguna chuña de patas negras y también al gallito arena que había sido visto andando por aquí.
Tal vez nos entusiasmamos mucho
con la búsqueda porque el recorrido nos tomó más de la cuenta. Al cabo de un
tiempo habíamos perdido contacto con el otro vehículo, no había ninguna señal
así que nos fuimos a la ruta sin saber si ellos estaban adelante o todavía
estaban intentando hallar a esas aves que penosamente habíamos quedado sin
encontrar.
Posteriormente, y enterados de que ellos ya estaban en ruta,
nos dirigimos hacia Cafayate. Llegamos y aprovechamos para cargar combustible,
recaudo que sería salvador para nosotros como veremos enseguida. Por primera
vez empezamos a sentir el calor de la región. Serían casi las cinco de la tarde
y el sol castigaba con dureza. El resto del grupo nos estaba esperando sobre la
ruta 40 en el camino que se dirigía a la Quebrada de las Flechas. Nos separaban
110 kilómetros de nuestro destino y habíamos calculado que en un par de horas
llegaríamos. Eso había yo anticipado a la hostería donde nos esperaban
alrededor de las 20 hs, así que pensamos que íbamos con tiempo suficiente.
Pero hubo algo que ningún
integrante del grupo tomó en cuenta. Desde Cafayate hasta Cachi, la legendaria
40 era de nuevo la indómita ruta de ripio de antaño. Y no un ripio parejo, sino
lleno de guijarros sueltos y de serruchos desparejos. Por lo tanto la velocidad
máxima sería de 60 km/h, cuando no debíamos bajar la misma a la lentísima de 40
km/h para no romper la suspensión. Nos tomaría seis horas de tragar polvo para
llegar a Cachi.
Lo bueno, lo mejor, era el
paisaje. A esa hora del crepúsculo con el cielo clarísimo, las montañas tomaban
un encendido color rojo. Como broche de oro, pude encontrar en el camino un
bonito birro común.
Seguimos la marcha y además de
atravesar el pueblo pintoresco de Angastaco, observamos las casas de adobe que
se mimetizaban con la tierra y las laderas montañosas.
Nos sorprendíamos por la cantidad
de gente que vive así, tan apartada del
mundo conocido, en medio de la aridez de este terreno, sin los servicios
básicos, a kilómetros de la próxima ciudad.
Casi anochecía cuando llegamos al
mirador de la Quebrada de las Flechas. Por fortuna había suficiente luz como
para admirar el paisaje lleno de agujas que apuntaban a lo alto, desordenadas y
con formas disímiles. Paisaje conmovedor y a la hora del ocaso más todavía. Nos
tomamos una foto con la última luz y continuamos viaje, ya casi de noche.
Una noche increíblemente
estrellada nos veía circular por la interminable ruta de ripio, absolutamente
solos, vibrando en todo momento por los serruchos y a un paso lentísimo.
Pasadas las 23 hs llegamos a
Cachi, el otro vehículo venía detrás así que apuntamos a la estación de
servicio a cargar combustible, donde seguramente nos encontraríamos. Pero, oh
sorpresa, la gasolinera del ACA, la única del lugar, estaba cerrada. Por lo que
averigüé después, cierra a las diez de la noche, y en ese momento estaba
completamente a oscuras. ¡ Menos mal que se me ocurrió reabastecerme en
Cafayate! ( Mi humilde consejo a todos los viajeros que recorren en auto las
maravillosas rutas del país, es cargar combustible siempre que se pueda
llenando el tanque, porque estas contingencias ocurren a menudo ).
Nos volvimos a la calle principal
a esperar a los muchachos que hacía rato no aparecían. Pasaban los minutos y
nada. Los llamamos al celular y nada, se ve que no tenían señal. ¿ Tanto pueden
tardar? ¿ Habrán pasado por otro camino?
De mientras aproveché que tenía
señal para llamar a la hostería en Payogasta a ver si todavía quedaba alguien.
Me atendió Fabio muy amablemente. Le dije que teníamos un rato más hasta llegar
allá. Me contestó que viniera tranquilo, que ellos se iban, pero que me dejaban
la puerta de la habitación número cinco abierta, con la llave puesta. Le
agradecí el gesto, no sé en cuantos alojamientos tendrán esa gentileza.
Seguíamos esperando al otro auto,
estábamos a punto de volver a la ruta para buscarlos cuando recibí un llamado
de Osvaldo. Me dijo que habían reventado una cubierta, la habían reemplazado y
estaban de nuevo en marcha.
Seguimos camino entonces hacia
Payogasta, ahora por suerte con camino asfaltado, quedaba a diez kilómetros de
Cachi.
Llegamos a las doce de la noche.
La habitación cinco era lo único abierto en la hostería, y con la llave puesta.
Era una habitación muy amplia y confortable. Bajamos el equipaje y dispusimos
una improvisada cena de salamines y quesos y para beber había agua o la alternativa
de tomar las cervezas a temperatura ambiente. La noche era fresca así que no
estaban nada mal.
Luego se acabó todo, a dormir y a
prepararse para el otro día.