Fue algo diferente amanecer en
estos parajes. Además del aire más liviano, la sensación que primero nos
invadía era el frio de esa hora temprana. Salí a ver el coche, que estaba
absolutamente tapado por una capa de escarcha. El cielo todavía nocturno no
poseía ni la más mínima nube. El contorno de las elevaciones lejanas se
dibujaba perfecto, como un cartón arrugado contra una cartulina, que de a poco
pasaba de azul a magenta y luego a celeste. Nos propusimos calentar un poco los
motores mientras cargábamos el equipaje y las vituallas. Cuando le dí arranque
el termómetro del habitáculo de mi vehículo marcó una temperatura perfecta,
nunca antes mostrada tal vez: 0.00°.
Podíamos ver el dique en todo su
esplendor, los primeros rayos del sol eran salvadores en esos momentos de frío
extremo, al menos para sentir en la piel del rostro caricias de tibieza.
Caricias que por otro lado repartíamos a los perritos que a pesar del frío y
del hambre habían hecho guardia en el porche de la casa, tal vez por
acompañarnos, aunque lo más seguro para recibir algo de comida, que para suerte
de ellos deslizamos desde nuestro desayuno hasta sus fauces.
Todo listo, nos parecía increíble
que en poco más de una hora, dado el frío que se sentía, estaríamos en un lugar
llamado El Infiernillo, pero hacia allí íbamos. Era un lugar no tan lejano en la distancia digamos horizontal pero
bastante alejado en cuanto a lo altitudinal porque había que subir 1000 metros
más. Por tal motivo, y temiendo alguna complicación física por el límite
vertical, Guille prefirió quedarse con Caty por la zona, recorriendo Tafí y los
alrededores.
Pasamos por la entrada a El
Mollar y nos tomamos una foto.
Continuamos por la ruta 307 viendo a nuestra
izquierda el lago formado por el dique La Angostura. A los pocos kilómetros
pasamos por Tafí del Valle y luego comenzó la empinada subida para atravesar
esa gran montaña que se ubica justo enfrente de la ciudad. Eran casi las 8 AM y
el termómetro marcaba……. ¡-2,5°!!!
Pero dentro del habitáculo se
estaba agradablemente, el sol calentaba atravesando los cristales y el mate ayudaba
pasando de mano en mano.
A poco de andar por la ruta vemos
una bandadita de negrillos.
Continuamos
un poco más y llegamos a una quebrada. Bajamos de los autos para caminarla un
poco, ya que dentro de las quebradas era donde podían encontrarse más cantidad
de especies ya que allí encuentran refugio contra los fuertes vientos que imperan
en el lugar. Allí vimos remolinera
andina, espinero andino, la particular bandurrita
andina con su pico curvo, y algunas especies más, todas habituales de esta
región.
Un arroyuelo bajaba lentamente
entre las piedras, el viento ese día era apenas perceptible, pero aún así pude
observar como las matas de pastizal se movían rítmicas en la ladera.
Luego de una hora vagando por esa
quebrada nos movimos unos kilómetros más. Pasamos por el paraje propiamente
llamado El Infiernillo, que está a unos 3000 metros de altura, desde donde
puede apreciarse una buena panorámica de los valles.
Seguimos hasta un punto preciso
donde la ruta hace una curva muy pronunciada. Allí dejamos a un costado los
autos para empezar una subida a pie por una formidable entrada a la montaña. De
más está decir que ese lugar era absolutamente desolado, solo el sol, el viento
suave de ese día, la montaña, y las aves nos acompañaban. Sin embargo, a poco
de caminar vemos a un individuo, bajo el naciente sol, trabajando con pala en
mano. Estaba, el solo, construyendo una acequia para lo cual ubicaba las rocas
en la posición adecuada para que circule el agua. Bastaba ver la inmensidad del
lugar para comprender la titánica tarea que le encomendaron, y a la vez
conmovía su soledad en ese marco. Como estábamos separados de él por un abismo,
al pasar lo saludamos con un movimiento de brazo, al cual el señor correspondió
con amabilidad. A los gritos le pregunté como marchaba su trabajo. Me dijo que
iba saliendo y al querer saber yo cuanto hacía que estaba en esos quehaceres me
gritó sin inmutarse… ¡ 30 años!!!
En nuestro ascenso pudimos ver
algunas de las siguientes especies: Yal
chico, carpintero andino, palomita ojo desnudo, pitajo canela.
Ya al mediodía el hambre apretaba
así que desandamos el camino de subida, bajando por la ladera por el mismo
lugar, volvimos a ver al hombre con pala en mano, Martín pudo ver un instante
algún churrin.
Y luego el descanso de mediodía y
a disfrutar de las empanadas tucumanas, bajo el cielo profundísimamente azul, el
viento suave al reparo de las rocas y una temperatura a esa hora por demás
agradable.
Terminada la comida continuamos
la marcha por la ruta unos kilómetros más parando en distintas quebradas para
buscar nuevas especies.
En una parada, un grupo de vencejos blanco volaba alrededor. Yo los
admiraba en vuelo y de pronto me decidí a tirarles una foto, para lo cual
apliqué el modo ráfaga, dada la velocidad a la que vuelan esos animalitos. Para
mi alegría, pude obtener una linda imagen de esas flechas blancas.
Un poco más de avanzada y
llegamos a una profunda quebrada donde se veían nuevas especies aladas. Walter
y Michelle se internaron un poco en esa profundidad para rastrearlas. El resto
prefirió quedarse en los autos.
A esa altura del día el sol se
sentía muy intensamente en la piel, razón por la cual, además de estar algunos cansados,
menos Walter y Michelle, emprendimos el regreso hacia el Mollar.
La idea era reencontrarnos con
Guille y recorrer el Dique La Angostura. Volvimos a pasar por la ciudad de Tafí
y luego empezamos a bordear por la ruta el lago del dique. Yo iba adelante y a
cada rato miraba a Wal a ver si indicaba entrar por algún lado a ver el lago,
como ningún gesto provenía del otro vehículo continué mi marcha tranquila hasta
la entrada de El Mollar. Detuve mi vehículo y cuando el otro coche se acercó pregunté
donde querían ingresar a lo que recibí un reproche bastante subido de tono por
no parar antes en ningún lado. Obviamente son las rispideces que se producen en
todo viaje y a las que no somos ajenos nosotros. Decidimos superar el momento y
continuar. Aproveché entonces, dado que serían casi las cinco de la tarde, para
visitar el parque Los Menhires, que son esculturas realizadas por la cultura
Tafí.
Nos reencontramos con nuestro
amigo y fuimos a la caída del sol a ver las guayatas
en el dique La Angostura. Me cansé de tomar secuencias de estas aves
blanquecinas en su remontada hacia el cielo.
El sol se escondía tras las
montañas, fue el momento de regresar al nido. La casa Kakan nos esperaba, y
Guille había comprado unos kilos de carne para hacer el asado. Faltaba algo de
verdura y me fui a buscarla para lo cual caminé en la noche por las callecitas
de El Mollar. Me dejé llevar un rato entre sus calles laberínticas, sus casitas
humildes, donde de cada una salían varios perritos a husmearme y ver si traía
algo de comida. Pasé por la escuelita, pisé una y otra vez el suelo pedregoso y
árido. En la penumbra de la noche, tímidos faroles de luz blanca indicaban mi
camino.
"En esta noche recuerdos luminosos llegan a mi mente, todos rememoran hermosos momentos. Pero soy oscilante, a veces añoro, a veces no".
Cada tanto, la luz de algún televisor proyectaba imágenes vivas desde las
casas, siempre las estrellas y los contornos de cartón de las montañas me
acompañaban. Encontré el puesto de verdura, todavía atendiendo. Una señora
mayor me vendió tomates, morrones, zanahoria y no recuerdo que más. Me preguntó
donde nos alojábamos, le dije Kakan y asintió. ¿ Sería simple curiosidad u otro
motivo la llevaba a querer saberlo? Me volví con mis paquetitos subiendo ahora
lo que antes bajaba. Ascenso no del todo relajado, ya que el menor oxigeno de
la altura me hacía cansar más de lo debido.
Cuando llegué a la cabaña, Guille
estaba preparando unos quesillos al fuego. Había comprado bastante en la
estancia Las Carreras, y los estaba haciendo como le contaron, un trozo de
quesillo clavado en un palito de rama y puesto un rato sobre la parrilla. La
verdad que fue un bocado excelente como entrada. Luego vino la carne, la
cerveza y la agradable charla del final de la jornada por demás única e
interesante, ya que le contamos a Guille nuestras anécdotas y avistajes por las
alturas de los valles calchaquíes y el nos regalaba sus vivencias en su
recorrido por Tafí del Valle y la Quebrada del Portugués.