jueves, 10 de enero de 2019

4000 KMS DIA 4 EL INFIERNILLO


Fue algo diferente amanecer en estos parajes. Además del aire más liviano, la sensación que primero nos invadía era el frio de esa hora temprana. Salí a ver el coche, que estaba absolutamente tapado por una capa de escarcha. El cielo todavía nocturno no poseía ni la más mínima nube. El contorno de las elevaciones lejanas se dibujaba perfecto, como un cartón arrugado contra una cartulina, que de a poco pasaba de azul a magenta y luego a celeste. Nos propusimos calentar un poco los motores mientras cargábamos el equipaje y las vituallas. Cuando le dí arranque el termómetro del habitáculo de mi vehículo marcó una temperatura perfecta, nunca antes mostrada tal vez: 0.00°.

Podíamos ver el dique en todo su esplendor, los primeros rayos del sol eran salvadores en esos momentos de frío extremo, al menos para sentir en la piel del rostro caricias de tibieza. Caricias que por otro lado repartíamos a los perritos que a pesar del frío y del hambre habían hecho guardia en el porche de la casa, tal vez por acompañarnos, aunque lo más seguro para recibir algo de comida, que para suerte de ellos deslizamos desde nuestro desayuno hasta sus fauces.
Todo listo, nos parecía increíble que en poco más de una hora, dado el frío que se sentía, estaríamos en un lugar llamado El Infiernillo, pero hacia allí íbamos. Era un lugar no tan lejano en la distancia digamos horizontal pero bastante alejado en cuanto a lo altitudinal porque había que subir 1000 metros más. Por tal motivo, y temiendo alguna complicación física por el límite vertical, Guille prefirió quedarse con Caty por la zona, recorriendo Tafí y los alrededores.
Pasamos por la entrada a El Mollar y nos tomamos una foto. 

Continuamos por la ruta 307 viendo a nuestra izquierda el lago formado por el dique La Angostura. A los pocos kilómetros pasamos por Tafí del Valle y luego comenzó la empinada subida para atravesar esa gran montaña que se ubica justo enfrente de la ciudad. Eran casi las 8 AM y el termómetro marcaba……. ¡-2,5°!!!
Pero dentro del habitáculo se estaba agradablemente, el sol calentaba atravesando los cristales y el mate ayudaba pasando de mano en mano.
A poco de andar por la ruta vemos una bandadita de negrillos

Continuamos un poco más y llegamos a una quebrada. Bajamos de los autos para caminarla un poco, ya que dentro de las quebradas era donde podían encontrarse más cantidad de especies ya que allí encuentran refugio contra los fuertes vientos que imperan en el lugar. Allí vimos remolinera andina, espinero andino, la particular bandurrita andina con su pico curvo, y algunas especies más, todas habituales de esta región.




Un arroyuelo bajaba lentamente entre las piedras, el viento ese día era apenas perceptible, pero aún así pude observar como las matas de pastizal se movían rítmicas en la ladera.
Luego de una hora vagando por esa quebrada nos movimos unos kilómetros más. Pasamos por el paraje propiamente llamado El Infiernillo, que está a unos 3000 metros de altura, desde donde puede apreciarse una buena panorámica de los valles.
Seguimos hasta un punto preciso donde la ruta hace una curva muy pronunciada. Allí dejamos a un costado los autos para empezar una subida a pie por una formidable entrada a la montaña. De más está decir que ese lugar era absolutamente desolado, solo el sol, el viento suave de ese día, la montaña, y las aves nos acompañaban. Sin embargo, a poco de caminar vemos a un individuo, bajo el naciente sol, trabajando con pala en mano. Estaba, el solo, construyendo una acequia para lo cual ubicaba las rocas en la posición adecuada para que circule el agua. Bastaba ver la inmensidad del lugar para comprender la titánica tarea que le encomendaron, y a la vez conmovía su soledad en ese marco. Como estábamos separados de él por un abismo, al pasar lo saludamos con un movimiento de brazo, al cual el señor correspondió con amabilidad. A los gritos le pregunté como marchaba su trabajo. Me dijo que iba saliendo y al querer saber yo cuanto hacía que estaba en esos quehaceres me gritó sin inmutarse… ¡ 30 años!!!

En nuestro ascenso pudimos ver algunas de las siguientes especies: Yal chico, carpintero andino, palomita ojo desnudo, pitajo canela.






Ya al mediodía el hambre apretaba así que desandamos el camino de subida, bajando por la ladera por el mismo lugar, volvimos a ver al hombre con pala en mano, Martín pudo ver un instante algún churrin.
Y luego el descanso de mediodía y a disfrutar de las empanadas tucumanas, bajo el cielo profundísimamente azul, el viento suave al reparo de las rocas y una temperatura a esa hora por demás agradable.

Terminada la comida continuamos la marcha por la ruta unos kilómetros más parando en distintas quebradas para buscar nuevas especies.
En una parada, un grupo de vencejos blanco volaba alrededor. Yo los admiraba en vuelo y de pronto me decidí a tirarles una foto, para lo cual apliqué el modo ráfaga, dada la velocidad a la que vuelan esos animalitos. Para mi alegría, pude obtener una linda imagen de esas flechas blancas.

Un poco más de avanzada y llegamos a una profunda quebrada donde se veían nuevas especies aladas. Walter y Michelle se internaron un poco en esa profundidad para rastrearlas. El resto prefirió quedarse en los autos.
A esa altura del día el sol se sentía muy intensamente en la piel, razón por la cual, además de estar algunos cansados, menos Walter y Michelle, emprendimos el regreso hacia el Mollar.
La idea era reencontrarnos con Guille y recorrer el Dique La Angostura. Volvimos a pasar por la ciudad de Tafí y luego empezamos a bordear por la ruta el lago del dique. Yo iba adelante y a cada rato miraba a Wal a ver si indicaba entrar por algún lado a ver el lago, como ningún gesto provenía del otro vehículo continué mi marcha tranquila hasta la entrada de El Mollar. Detuve mi vehículo y cuando el otro coche se acercó pregunté donde querían ingresar a lo que recibí un reproche bastante subido de tono por no parar antes en ningún lado. Obviamente son las rispideces que se producen en todo viaje y a las que no somos ajenos nosotros. Decidimos superar el momento y continuar. Aproveché entonces, dado que serían casi las cinco de la tarde, para visitar el parque Los Menhires, que son esculturas realizadas por la cultura Tafí.  

Nos reencontramos con nuestro amigo y fuimos a la caída del sol a ver las guayatas en el dique La Angostura. Me cansé de tomar secuencias de estas aves blanquecinas en su remontada hacia el cielo.







El sol se escondía tras las montañas, fue el momento de regresar al nido. La casa Kakan nos esperaba, y Guille había comprado unos kilos de carne para hacer el asado. Faltaba algo de verdura y me fui a buscarla para lo cual caminé en la noche por las callecitas de El Mollar. Me dejé llevar un rato entre sus calles laberínticas, sus casitas humildes, donde de cada una salían varios perritos a husmearme y ver si traía algo de comida. Pasé por la escuelita, pisé una y otra vez el suelo pedregoso y árido. En la penumbra de la noche, tímidos faroles de luz blanca indicaban mi camino. 
"En esta noche recuerdos luminosos llegan a mi mente, todos rememoran hermosos momentos. Pero soy oscilante, a veces añoro, a veces no".
Cada tanto, la luz de algún televisor proyectaba imágenes vivas desde las casas, siempre las estrellas y los contornos de cartón de las montañas me acompañaban. Encontré el puesto de verdura, todavía atendiendo. Una señora mayor me vendió tomates, morrones, zanahoria y no recuerdo que más. Me preguntó donde nos alojábamos, le dije Kakan y asintió. ¿ Sería simple curiosidad u otro motivo la llevaba a querer saberlo? Me volví con mis paquetitos subiendo ahora lo que antes bajaba. Ascenso no del todo relajado, ya que el menor oxigeno de la altura me hacía cansar más de lo debido.
Cuando llegué a la cabaña, Guille estaba preparando unos quesillos al fuego. Había comprado bastante en la estancia Las Carreras, y los estaba haciendo como le contaron, un trozo de quesillo clavado en un palito de rama y puesto un rato sobre la parrilla. La verdad que fue un bocado excelente como entrada. Luego vino la carne, la cerveza y la agradable charla del final de la jornada por demás única e interesante, ya que le contamos a Guille nuestras anécdotas y avistajes por las alturas de los valles calchaquíes y el nos regalaba sus vivencias en su recorrido por Tafí del Valle y la Quebrada del Portugués.