Dia 2: LOS ALISOS
Nos levantamos ese domingo con
los cuerpos ateridos por el frio. Lentamente nos pusimos a empacar nuestros
trastos, mientras las primeras luces del alba empezaban a iluminar el lugar que
nos dio cobijo en la noche. Era un albergue de vetustas paredes que formaban un
perímetro irregular de edificación en un amplio predio de tierra con árboles mal
ubicados en el medio, pero menos mal que los respetaron al no haberlos
derribado.
En la pobre cocina de la
habitación calentamos la pava, preparamos café y nos tomamos el desayuno de
parados. Mientras el resto del equipo cargaba el equipaje en los autos, me fui
a cargar nafta a la YPF de la ruta. En esa hora tempranera de domingo, una
muchacha fue la encargada de llenarme el tanque del vehículo. Mientras esto
hacía no paraba de hablarme. Me comentaba todo lo referente al rally. Muy
elocuente, me explicó el recorrido que
harían los competidores, me nombraba pueblos y parajes para mí desconocidos, y
me advirtió que la hora programada de inicio de la carrera era a las 9 A.M. y que la largada era… ¡frente a donde estábamos!!!!
Consulté el reloj… y vi que daban
las 8 A.M. Por lo tanto era imperioso salir del pueblo cuanto antes para no
toparse con todos los coches participantes en medio de la ruta.
El día se presentaba muy frio,
pero con el cielo completamente despejado.
Regresé a El Chuna y ya estaban
casi listos mis compañeros. En eso sentimos una seguidilla de explosiones. Era
el escandaloso que llegó anoche, ahora poniendo en marcha el automóvil para
dirigirse a la competencia. Nos dimos prisa para irnos cuanto antes.
Todo listo. Nos pusimos en marcha
hacia el PN Los Alisos.
La ruta 9 estaba a esa hora del
domingo muy tranquila, el día era espléndido. Volvimos a pasar por San José de las
Salinas, luego por el pueblo de Lucio V. Mansilla, un homenaje al autor de “
Una excursión a los indios ranqueles”
Entonces mientras marchábamos
pudimos ver desde la ruta la enormidad de esa geografía desierta llamada
salinas grandes. Por cientos de kilómetros mirando hacia los costados de la
ruta se extendía ese mar blanquecino. La vegetación se empequeñecía hasta
transformarse en un enano umbral vegetal que cubría solo en salpicones de verde
la superficie blanca del lugar. Avanzando en ese paisaje, después de un par de
horas, cruzamos a Catamarca y pasamos por la localidad de Recreo. Luego de
otras horas cruzamos a Santiago del Estero y vimos el pueblo de Frias. Lo que
nos sorprendió no gratamente de esas ciudades, fue la cantidad de bolsitas que
se acumulaban en los arbustos que hay a la vera de la ruta. Nos enfadó la
dejadez de las autoridades municipales. Y la de los pobladores, que sabemos sufren la pobreza y el abandono, pero que
podrían con un simple esfuerzo, ya que no lo hace el Estado, retirar esas
bolsas acumuladas desde hace años, simplemente para disfrutar de un ambiente
más cuidado, más limpio para ellos mismos y no vivir rodeados de esa suciedad
que seguramente acrecienta el estado de pobreza en el que viven.
Casi era el mediodía cuando pasamos
por Concepción, ya en la provincia de Tucumán. Estábamos muy cerca de nuestro
destino. Solo faltaban recorrer unos pocos kilómetros más tomando la ruta
nacional 65 por aproximadamente 17 kilómetros y desde allí ruta provincial 330.
Pasaríamos por Alpachiri, que es el pueblo que se encuentra a la entrada del
parque.
Al atravesar ese pueblo se
termina el asfalto y comienza el ripio. Bajamos la velocidad por ese motivo y
además porque el camino era angosto y las casas de Alpachiri estaban muy
próximas al mismo. Se hizo un alto y nos proveímos de una botella de vino para el almuerzo. El
acceso se había angostado y se hacía levemente empinado, pero siempre muy
transitable.
En esas vemos que un Ford Falcon
bastante achacado por los años y las duras batallas en esos ripios estaba
detenido en medio del camino. Un hombre descendía de ese auto con una soga
larga. Su cara estaba colorada y sus movimientos eran forzados, como para
mantenerse erguido en perfecta vertical. Al ver la formidablemente potente
camioneta Cherokee de nuestro amigo le hace un alto y le solicita un
empujoncito, diciéndole amable y educadamente “ disculpe señor y sépame
entender…estoy bastante pasado de copas como Ud verá”. Nuestro compañero le
propinó el solicitado empujón y el motor del viejo Falcon por fin bramó. El
beodo saludó con la izquierda en alto en gesto de agradecimiento mientras salía
literalmente disparado alta velocidad por esa callecita de ripio. ¡ Borracho y
todo iba a los pedos! Por nuestra parte seguimos ansiosos nuestro camino y en
un momento me topé en un costado con un picaflor vientre blanco.
Continuamos la marcha y a poco de
andar ¿ a que no saben a quien vemos detenido sobre el ripio, en el medio del
camino, al doblar una curva?
Exacto: al mamado. Nuevamente se
había apeado y estaba al costado del auto sonriendo con su cara colorada
esperando el nuevo empujoncito.
Lo que recibió esta vez fueron
unos olímpicos esquives, como las gambetas del Diego en el 86. Estábamos
atrasados, ya lo habíamos auxiliado una vez y no podíamos estar empujando al
viejo Falcon por todo el camino. Además no nos demostró prudencia al manejar
tan alcoholizado, por lo tanto lo dejamos en medio del camino a la buena de
Dios, en la espera de que otro lo ayude, tal vez en unas horas se le pasara un
poco la mamúa.
Continuamos nuestro andar por el
camino de ripio. Desde hacía un año o más veníamos hablando sobre la caída del
puente que cruzaba el rio Jaya imprescindible para acceder al Parque Nacional
Campo de Los Alisos. Ocurrió que un día de gran crecida el río arrasó por
completo el puente de hormigón, quedando vedado el cruce en vehículos para
atravesar el rio. Inclusive habíamos casi descartado visitar este lugar porque
nos parecía imposible llegar con los autos. Aunque por fortuna Guille llamo al
parque y le dijeron que el curso del rio
en esta época era muy bajo, lo que posibilitaría que lo atraviese con seguridad
la camioneta, que era un vehículo con despeje alto.
Cuando finalmente llegamos al
rio, vimos con felicidad que el cauce estaba bastante bajo y que inclusive con
los autos iba a ser posible atravesarlo. Primero lo cruzó la Cherokee para ver
si las piedras de mediano tamaño que formaban el fondo estaban firmes. Lo
traspuso con facilidad. Luego me toco a mí pasar y por detrás de mí el de Walter.
Felizmente lo cruzamos sin problemas. Gracias esto por supuesto al trabajo de
los guardaparques que habían retirado las rocas grandes y habían llenado los
pozos con rocas pequeñas, de modo que al pasarlo el suelo se encontraba
uniforme.
Y por fin llegamos al centro
operativo Santa Rosa. Nuestra caravana de tres vehículos hizo su ingreso
triunfal como si hubiéramos atravesado el rio amazonas más o menos y al llegar
nos encontramos a un guardaparques apoyado serenamente sobre la camioneta de
parques que nos miraba arribar eufóricos.
Nos miraba y nada más, nunca se
acercó a recibirnos, más bien tuvimos que ir hasta él y presentarnos. Muy corto
de palabras nos dio una bienvenida forzada y nos dijo que podíamos estacionar y
recorrer los senderos. Luego nos llevó hasta una sala donde tienen una muestra
fotográfica de los variados ambientes del parque. Y no hubo mucho más, por lo
que entendíamos que debíamos estar alterando la calma del sitio y que estos
encargados no eran muy afectos a recibir al turismo, sino todo lo contrario.
Lo primero que hicimos fue ocupar
una de las mesas del muy lindo lugar de camping que hay en el lugar y preparar
el almuerzo. Hubo hasta salchichas calientes sobre la mesa.
El clima era fresco
pero agradable bajo el sol de ese mediodía de cielo despejado. Terminada la
comida nos fuimos a caminar por el sendero que lleva al puesto Los Chorizos, un
lindo camino de dificultad baja que tiene una extensión de 4,5 km recorriendo
la vegetación típica de la selva montana. Ahí pude fotografiar un lindo
cerquero amarillo y un carpintero lomo blanco.
Entre otras especies pude
avistar al arañero corona rojiza, tangara común, la esquiva ratona ceja blanca,
los loros maitaca, hablador y alisero, birro grande, tico tico común,
remolinera andina, entre otros.
A medida que las horas pasaban y
los rayos del sol se tornaban más oblicuos lentamente la luminosidad iba disminuyendo, y
la temperatura descendía muy velozmente.
Cuando regresamos de nuestra
caminata al centro operativo, tuve que ponerme guantes y bufanda. Guille
prefirió irse al hotel ya que el frío se hacía sentir para él y sobre todo para
Cathy.
La noche llegó pronto y nos
llevamos los termos a las mesas del camping y mateamos con las últimas luces,
hasta que todo lo gobernó la penumbra.
El cielo se llenó de ojitos
azulados que nos guiñaban cómplices de nuestra esperanza de ver a una especie
muy particular: la lechucita canela.
Cuando la oscuridad se hizo total,
siendo casi las nueve comenzó la búsqueda. Cada paso era estudiado. Walter como
siempre lideraba la avanzada. Era caminar en silencio y aguzar bien el oído.
Hicimos un breve uso del llamador
para provocar una respuesta. Luego silencio total. No queríamos respirar para
que no nos oyera. La ansiedad por la aparición deseada era enorme. Oscuridad,
olor a selva, ligero, ligerísimo susurro del viento en la noche estrellada.
Las criaturas de la noche olfatean tu extraño ser…tomas conciencia de esta
emoción, este palpitar del corazón, es esto lo que estas buscando, todo es
búsqueda, no importa si aparece o no. ¿ Y ese aleteo lejano? Buscas algo en la
completa oscuridad, algo que no sabes si está, pero que tal vez está, ¿no es
acaso eso nuestra vida? sea con forma de ave, de persona, de ideal, de
sentimiento, buscamos en la noche permanente…¡ Nunca olvidaré!!
El frío glacial subía por mis
pies. Yo, que me considero resistente al frío, tuve que desistir de la
búsqueda. Maldije por no haberme calzado medias térmicas. Me fui al auto para
calentar un poco mis extremidades. No quería enfermarme porque recién comenzaba
el viaje.
En ese calentamiento estaba
cuando Martín sube al auto. ¡ Se terminó! Me dijo.
Y era que el guardaparques le
prohibió , al grupo, que continuara caminando en la oscuridad. Era peligroso,
afirmó. Y tuvimos que abandonar a la lechucita canela, que en algún lugar de
ese bosque estuviera refugiada. Era muy entendible que con esa temperatura no
apareciera.
Eran casi las diez de la noche, y
emprendimos la vuelta. Encaramos por el ripio y a los 3 km estaba el rio Jaya,
se escuchaba en medio del silencio el potente sonido del agua. Pero ahora
estábamos en total oscuridad. El rio se oía pero no se veía. Y había que volver
a cruzarlo. Si bien era cierto que lo habíamos atravesado a la ida sin problemas,
algo de temor se sentía al pasarlo de nuevo en la penumbra. En la noche uno
concibe todo mucho más amenazante.
Puse primera y le dí con todo. El
auto entró, patinó brevemente desplazando algunas piedras pequeñas y atravesó
el curso del rio. Luego pasó el otro coche. Pasado el cruce, regresamos tranquilamente
a Concepción.
Allí nos esperaba Guillote en el
Hotel Mirador, un lugar muy agradable a diferencia del mal recordado hospedaje
El Chuna.
Con Walter, Lu y Osvaldo nos
fuimos a cenar a un bolichito bien finoli que había en el centro de la ciudad.
No encajábamos con la vestimenta de campo y los borceguíes cubiertos de polvo,
pero allí estábamos, brindando con unas cervezas negras, por el día que
disfrutamos y dándole los primeros saludos a Osvaldo por el inicio de su
cumpleaños.