Les cuento en estas páginas un
espectacular viaje que hicimos en el mes de septiembre de este año, recorriendo
el centro y norte de nuestro país. Experiencia maravillosa y que disfruté
plenamente con los amigos naturalistas.
DIA PRIMERO: SALINAS GRANDES
Comenzaba el siempre
prometedor septiembre, mes en el que el clima se va transformando
paulatinamente, cuando en la atmósfera puede percibirse el tímido comienzo primaveral
y el perezoso alejamiento del gélido invierno. Yo estaba ese día ahí, solo, en
la noche de Bernal, estacionado en una oscura dársena de una estación YPF.
Esperaba la llegada del grupo,
eran exactamente las cuatro de la mañana.
Los autos pasaban como tiros por la autopista
La Plata-Buenos Aires, un estacionero me contemplaba aburrido. La noche era
casi helada, pero yo estaba fuera el vehículo, caminando impaciente, un poco
ansioso, un poco emocionado.
Y los amigos llegaron, primero Guille
con su Jeep, luego Walter con su Ford Fiesta. Empezaba el viaje, o mejor decir,
empezaba el sueño a hacerse realidad, ya que todo viaje proyecta hacia adelante
un conjunto de deseos y hasta de fantasías que pujan por hacerse realidad.
Abordaron el Astra Martín y
Michelle y salimos los tres vehículos rumbo al norte, uno atrás del otro, como escolares
tomados de la mano que se encaminan a una de esas salidas especiales a las que
nos solían llevar cuando éramos niños, así íbamos de ilusionados en esa noche
del 1 de septiembre.
Por supuesto dentro del auto
comenzó la charla y la mateada con Martín y Michelle, la que iba a ser por
demás interesante y agradable durante todo el viaje. Ya estamos muy
acostumbrados a viajar los tres juntos y creo que si tuviera que hacer algún día
un viaje con otros compañeros los extrañaría horrores, tanto que creo que en
algún momento tendría que cerrar los ojos (¡ No mientras esté manejando! ) para imaginar
que viajan contentos y que me tiran información, mascullan sobre los lugares
que atravesamos, compartimos música y mates y alguna que otra golosina.
Como siempre Wal había
planificado todo el trayecto, hasta tal punto que no solo había estudiado, como
siempre digo yo, en que árbol esta cada pájaro, sino que hasta se había tomado el
trabajo de establecer las paradas. Nos mandó por whatsapp la foto de la estación
de servicio donde encontrarnos. De modo que yo sabía que la primera parada era
en San Nicolás en esa estación de GNC que tenia techo rojo y azul.
Al llegar a dicha parada,
aproximadamente a las 8 a.m. hubo que
esperar un buen rato a Guille que váyase a saber por donde estaba. El frío, o
al decir de mi barrio en épocas de mi infancia, el tornillo que hacia se sentía
tanto que fuimos todos al bar de la estación. Allí, en un ambiente confortable,
mirábamos a través de los ventanales el día que llegaba, calculando la distancia
que en esa jornada nos faltaba por recorrer, mientras yo me calentaba el cuerpo con un humeante
café.
Como a la media hora cayó Guille.
Ya nos habíamos encontrado así que continuamos la marcha por la Ruta 9.
El segundo lugar de encuentro fue
en Rio Segundo, en la provincia de Córdoba. Atravesamos por la circunvalación
la inmensidad de la ciudad de Rosario, y al cabo de unas horas llegamos a Rio
Segundo, en busca de la estación de GNC prevista. Nos habíamos imaginado que a
esa altura del día, casi mediodía, haríamos un alto para almorzar. Pero los
problemas eran dos: el primero que en esos sitios había mucho transito de camiones
y ni un solo lugar ideal para solazarnos con nuestras provisiones en mano para
disfrutar el merecido almuerzo, y el segundo era el frío que casi cortaba la
cara. La solución fue ingeniárselas para almorzar en el auto y en marcha para
no perder el tiempo ya que habíamos planificado llegar a las salinas de Córdoba
a eso de las cuatro.
En el camino de acceso a San José
de las Salinas pudimos ver, en mi caso
por vez primera, al soldadito común
que se movía en pequeñas bandaditas entre los árboles y arbustos típicos del chaco seco de la ruta de acceso al pueblo
y al hornerito copetón, trabajando
laboriosamente en su nido. Mientras tanto, posado en un cable de luz, estaba
inmóvil y vigilante un halconcito gris.
El cielo cada vez más claro, se
percibía que la lluvia se alejaba. Con el agradable olor fresco de la
vegetación mojada entramos al pueblo de San José de las Salinas. No fue fácil
encontrar el camino de entrada a la salina, ya que al primer intento nos
equivocamos y tuvimos que regresar. Me quedé personalmente encantado por la
antigüedad de la capilla que está ubicada justo en el medio de ese pueblito,
tan anárquico en su distribución. Al pasar por una de esas casas, se veían
varios autos viejos estacionados y globos de colores decoraban el frente.
Atisbando en el interior, una larga mesa con apetitosos bocados estaba
dispuesta, donde los comensales reían. Muchos niños jugaban alrededor, parecía
que todo el pueblo estaba en ese cumpleaños a juzgar por el vacío del
pueblo en otros lados. Hasta el patrullero policial estaba estacionado allí,
con los agentes del orden aprovechando los frescos sanguchitos de miga
tentación irresistible de cualquier mortal.
Finalmente dimos con el camino y
llegamos hasta un lugar donde el paso vehicular estaba cerrado. Era el momento
de dejar los autos y caminar, algo que deseaba vivamente ya que estaba sentado
en el coche desde el amanecer.
Comenzamos el recorrido buscando
la monjita salinera a la que habían visto en ese lugar.
El terreno era arenoso y fangoso,
era difícil en algunos lados caminar sin que se hundiera el pie en la arena.
Paulatinamente el suelo se iba impregnando de la blanca sal, era fácil darse
cuenta que ese sitio era un bajo donde antiguamente hubo agua, y que tal vez en
épocas de lluvia se volviera a acumular el líquido.
Había escuchado que hacía algún
tiempo bastante cercano un matrimonio de personas mayores habían extraviado el
camino hacia la ciudad de Jesús María donde se dirigían desde San Juan, e
inexplicablemente terminaron en esta salina, muy cerca de donde estábamos. El
coche se encajó en la humedad del suelo salino y no pudieron seguir. Era de
noche y por eso se perdieron, tal vez confiaban que yendo derecho a algún sitio
saldrían.
La tragedia se produjo cuando comenzó
a despuntar el día. La temperatura, en esa jornada de enero, subió hasta los
45°. Sin agua de reserva y sin ninguna sombra, la mujer y el hombre fallecieron
deshidratados en este salar que antes era conocido como Desierto de las
Salinas. Terrible historia que despierta temor y respeto por estos lugares
agrestes y alejados, lo que nos enseña que siempre hay que ser cautos en
nuestros recorridos.
Internándonos en la salina
pudimos ver esparcidos por toda la inmensidad los restos de maquinaria
utilizada para extraer la sal. Vimos la cabina de un viejo camión, las ruedas
de un vagón, rieles herrumbrados, por todos lados tuercas, tornillos, hierros
retorcidos que no soportaron el deterioro de la sal. A lo lejos una planicie
blanca se extendía ante nosotros, la vista se perdía en ese enorme salar que
abarca territorios de cuatro provincias ( Córdoba, La Rioja, Catamarca y
Santiago del Estero) cual si estuviéramos contemplando un lejano paisaje nevado.
Observando un poco hacia el norte parecía distinguirse un espejo de agua, como
si hubiera un gran lago en su interior. Podía ser alguna laguna formada por las
últimas lluvias o simplemente un efecto creado por la luz y la sal, lo que
simplemente se conoce como espejismo.
Guille y un cactus candelabro |
Pero como la búsqueda de aves nos ocupaba, consumimos esas últimas horas buscando a la monjita salinera que desgraciadamente no encontramos, sin embargo avistamos a las siguientes especies: coludito cola negra, gaucho chico, gaucho común, pepitero chico, crestudo y otros varios.
Con la última luz nos hicimos una mateada en
los autos, degustando galletitas dulces y saladas y emprendimos la vuelta hacia
Quilino. De pasada encontramos un atajacaminos
ñañarca, especie que todos imaginábamos encontrar y que por suerte no
falló.
Teníamos que encontrar el
hospedaje donde pasaríamos la primera noche. Como supondrán, algo cansados
estábamos. No fue fácil llegar al hospedaje El Chuna, que de este se trataba,
pero gracias a los celulares y a las instrucciones de Guille llegamos al
parador. Si debemos decir algo con respecto a este alojamiento, a efectos de recomendar
o no el mismo, expresaré que no se trata exactamente de un cinco estrellas. En todo
caso a duras penas llegaría a la categoría de hospedaje B ( por la B de
berreta). Las instalaciones muy pobres, el baño muy malo, la tapa del depósito
rota, no había agua cuando llegamos ( luego solucionado), nada bonito por
cierto. Pero para una noche no pedíamos mucho. Allí nos comentaba el dueño, o
sea el Chuna, que el albergue estaba lleno de huéspedes porque al día siguiente
se corría el rally en esa región, ¡ y el lugar de largada era justamente
Quilino! En lo que fue diligente el Chuna fue en recomendarnos el lugar para
cenar. Nos dijo que fuésemos a lo del Gordito José, que queda sobre la ruta, al
lado de la estación YPF. Y allí fuimos. El lugar era agradable. De entrada
comimos unas empanadas y luego pedimos un cabrito a la parrilla que estaba
increíble. Todo eso se acompaño de un buen vino. Guille aprovechó para bromear
un rato pidiéndole al dueño del lugar, o sea al gordito José, que trajera un
buen plato para Michele porque estaba con antojos de un inventado embarazo, a
lo que el hombre atendió en forma especial con un suculento plato. Luego nos
ofreció un postre ante lo cual Guille le comentó que teníamos nuestro bien
provisto dulce de batata y membrillo. Algo parece que le molestó al gordito
porque secamente el dijo que su postre de mamón era el mejor y que tenía
poderes afrodisiacos, tras lo cual se marchó sin decir buenas noches. ¡ Gente de ofenderse fácil estos
Quilinenses!
Como comenté el restaurant estaba
cruzando la Ruta 9, que a esa hora de la noche estaba casi intransitada. Uno se
paraba en la ruta y solo oscuridad se veía a ambos lados. Solo había que
atravesarla de un golpe con el auto. Ahora bien, dado las copas de vino con las
que había acompañado el cabrito, más el cansancio acumulado, era necesaria la máxima atención para ver que
ningún camión se cruzara, luego hacer las cuatro cuadras de ripio lleno de
pozos en casi total oscuridad hasta el parador y por ultimo embocar en la
estrecha entrada al mismo (ah, y no derribar la pared del estacionamiento donde
había que dejar el auto). Por suerte llevé a cabo exitosamente esa difícil
empresa a pesar del estado en que me encontraba.
Entramos
a la habitación. Estaba helada porque a esa hora ya hacía mucho frío, pero se preveía
que la temperatura rozara los cero grados esa noche. Así que dispuse la bolsa
de dormir en la cama para acostarme. Apagamos finalmente la luz y en eso,
siendo aproximadamente las once, escuchamos un terrible estruendo que provenía
del exterior. Y lo peor era que ese sonido, que incluía explosiones, se
aproximaba a nuestra habitación. Al asomarnos por la ventana vimos que era un
auto de los que competirían en el rally, cuyos ocupantes se alojaban en una
habitación cercana a la nuestra. El ruido ensordecedor duró un rato hasta que
por fin apagaron el motor. El mismo batifondo repetirían al otro día temprano.