miércoles, 20 de junio de 2018

YUNGAS NEBLINOSAS


A principios de mayo lo decidí de golpe: ¡ me voy para Jujuy! No importa si luego no puedo ir (pensé en esos días)  yo me saco los pasajes y que el destino decida.

DIA 1

Y pudo ser nomás. El 31 de Mayo partía hacia Jujuy.
A las 4:30 hs llegué al aeropuerto. Hacía mucho frío. A esa hora decenas de personas dormían en los silloncitos del primer piso. ¿Serían pasajeros de un vuelo tempranero? Pero..¿ Tantos pueden ser?  Luego mirando las pobres ropas y sus humildes paquetes comprendí que muchas personas sin hogar  pasan las noches en el aeropuerto de la ciudad. Allí hay calefacción, baños y seguridad para dormir unas horas con cierta dignidad.
Pasé en silencio con mi valijita con ruedas por entre los sueños dolientes de tantas personas sin morada y me encaminé a mi modesta aventura.
Llegué a San Salvador de Jujuy cuando amanecía y me alquilé un vehículo. El clima no era malo, era malísimo: nubes oscuras, lluvia finita, frío, viento. Un verdadero asco. Pero ya estaba allí, y quería aprovecharlo como sea.
Me dirigí a la ciudad de San Pedro distante a sesenta kilómetros de San Salvador. Llegué en la mañana gris y descubrí un pequeño almacén abriendo sus persianas. Allí la dueña, una mujer de unos cincuenta pirulos, me saludó atenta aunque dando un amplio bostezo. Compré lo que consideré necesario: huevos, fideos, salchichas, galletas, agua, queso, mermelada y una botellita de vino. Luego caminé hasta una verdulería, que se trataba de una camioneta vieja estacionada que tenía un surtido de vegetales: compré tomates, banana, naranja…y partí. Mi objetivo era llegar al pueblo de Villa Monte, en las Sierras de Santa Bárbara. Pasé por el pueblo de Santa Clara, y  encaré el espectacular camino que lleva a Villa Monte para disfrutar ese trayecto.  


Se venía una ruta de ripio que tiene vistas de bellísimos valles y de frondosa selva. Un centenar de kilómetros me separaban de mi destino.
Pero solo logré recorrer unos quinientos metros. De golpe el coche se detuvo. El vehículo no respondía, estaba muerto. Me quedé varado en medio de un lugar desconocido. ¿ Y ahora que hago?
 Por fortuna tenía señal de celular, llamé a la rentadora y se comprometieron a enviarme el auxilio. Tuve que quedarme a esperar allí.
Lo que más lamentaba era no tener agua caliente para un mate. La lluvia caía y no podría recorrer el área, los vidrios con mecanismo eléctrico no se levantaban, el agua entraba y los asientos se mojaban. Reflexionaba sobre la gente que dormía en el aeropuerto y me dije que lo mío es pasajero, lo de esos hombres y mujeres lamentablemente no lo es.
Mientras pasaba las horas, un diminuto picaflor vientre blanco se posó cerca y me contempló un rato bastante prolongado para ser un pica. Le agradecí con una mueca el hacerme compañía y se fue para siempre. No le importaba un rabano hacerme compañía, se vé que encontraba refugio allí de la incesante llovizna.



A las tres horas de mi aletargamiento llegó el auxilio. En verdad me dieron otro auto porque el primero  no daba más. Agradecí el recambio y salí disparado, casi había perdido la mañana.
El recorrido no fue provechoso: las nubes tapaban todo mi ascenso. Cuando me detenía para ver alguna bandada, la niebla se tragaba a los seres vivos en una cortina blanca que todo lo envolvía, aves, árboles, montañas. Me acordaba del libro de Unamuno.
Eso sí, los cursos de agua cristalina que atravesaba me fascinaban. Descendía cada tanto a mojar mi rostro con esa agua fría que provenía de lejanas regiones.
El camino fue sinuoso y sobre todo solitario. Por la niebla total que había, tuve que imaginar los valles, los vuelos de las rapaces. Presentía que luego de ciertas curvas transitaba en cornisa. Así serpenteando llegué al pueblo de El Fuerte. Atravesé cursos de agua donde viuditas de río saltaban sin cesar de roca en roca, mientras los guaipos se mantenían ocultos en los pastizales.



Ví cantidad de pavas de monte yungueñas y esperaba ver a la chuña de patas rojas, pero no puede encontrarla.


Continué y llegué a Villa Monte y a la Reserva Las Lancitas. Unos kilómetros más y estaba en mi destino: Ecoportal de Piedra. Allí me recibió Carlos, y luego de una breve charla me dijo que me tocaba la cabaña agreste.
“¡Buenísimo!- dije- ¿ Y donde está?”
Pensaba que me iba a indicar como dirigirme con el auto, pero mi sorpresa fue grande cuando me dijo: “ Arriba, en la montaña”
“¡Perfecto! ¿ Y como llego?"- pregunté
“ Subiendo a pata por un camino , son diez minutos de subida, más o menos, el equipaje te lo llevo yo”
Seguidamente se apareció con una especie de cuatriciclo con cabina antivuelco. Me fui buscar mi valija y al volver veo que tironeaba con fuerza de algo que estaba sobre el vehículo, que no distinguí bien al principio, hasta que me acerqué y veo que se trataba de una corpulenta perra ovejero alemán llamada Leila. Este hermoso ejemplar estaba a bordo ¡ y no se quería bajar del vehículo! Me contó Carlos que le encantaba viajar como acompañante. Entre quejas y refunfuñeos el animalito se bajó. 


Subimos al carro ( porque al final fui en el vehìculo) y empezamos el ascenso.
El camino estaba barroso, el tractor patinaba cada tanto pero la pericia de Carlos hacía fácil lo que se veía complicado.

Llegamos por fin a la cabaña. Eran pasadas las seis de la tarde. El frío calaba profundamente. Lo primero que hice fue encender un buen fuego. Había leña y una salamandra que en pocos minutos me entregó su calor reparador.




La noche llegaba y yo estaba exhausto, pero me dediqué a explorar un poco el monte y sobre todo a sobrecogerme en mi propia soledad. Esforcé el oído y solo la lluvia pertinaz escuchaba, a lo lejos los últimos pájaros de despedían. Todo quedó envuelto en tinieblas, yo, en la compañía de mi propio ser, me sentía extrañamente conmovido en ese cerro, con la lluvia pegándome en la cara. Me volví al fuego de la salamandra, me preparé la cena y comí rodeado por fin de la madre naturaleza. Pronto caí rendido y apagué la luz hasta el otro día.

DIA 2.

Desperté muy temprano y lo triste era que escuchaba el viento filtrarse por los recovecos y la lluvia golpetear las chapas de la cabaña. Entendí de golpe que el clima no cambiaría y por lo tanto debía seguir entre la humedad y la niebla. Me incorporé y me preparé un buen fuego y un suculento desayuno, como para compensar en la intimidad de la cabaña la inclemencia del exterior. Le puse los plásticos a mi equipo y me fui a recorrer el montecito, casi todavía de noche. Como a la hora aparecieron las primeras señales de vida: cerquero de collar, tangará cabeza celeste, loro maitaca, trepador gigante. De un momento a otro, al amanecer, se pasa mágicamente de un silencio total al concierto de tantos pájaros.







Luego descendí por el camino hasta la ruta. En ese trayecto encontré una monterita cabeza rojiza, luego los hermosos arañero corona rojiza, arañero grande, choca común, pitiayumi y muchos más que no identifiqué.



Llegué a la ruta pasando por las otras cabañas de Ecoportal de Piedra y luego caminé hasta donde funciona la administración y pude fotear un al picaflor vientre blanco en el comedero.


Decidí entonces aprovechar el día recorriendo toda la zona, me fui con el auto hasta el río Santa Rita a buscar al hocó oscuro. A pesar de mi recorrido no pude verlo. Sin embargo me deleité viendo este curso de agua tan caudaloso y me quedé casi una hora entre sus piedras disfrutando como siempre hago de los ríos de montaña y su particular sonoridad. Más tarde encaré hasta el pueblo de Palma Sola donde podía encontrar al pato crestudo llegando a una pequeña represa. 
No encontré al pato ni a la pequeña represa, así que sin guía y sin destino me fui a recorrer otro lugar, entré de nuevo a la ruta, que a esta altura ya estaba asfaltada y me fui a buscar a la chuña de patas negras al ambiente chaqueño que hay hacia el oeste. Hay que salir del pueblo y girar a la izquierda en el primer camino largo que se encuentre, donde hay una casita que era una antigua estación fitosanitaria. Luego se sigue ese camino con dirección al mirador y ya se está en ambiente chaqueño. Los árboles de las Yungas desaparecen y hay un paisaje de arbustos secos y espinosos. Recorrer ese camino es muy lindo por las subidas y bajadas y por las vistas de los cerros ya más pelados de vegetación. No encontré a las chuñas de patas negras, pero cuando me bajé pude ver la mayor cantidad de brasitas de fuego que observé hasta el día de hoy. Eran innumerables y salían de todos lados.




Ya era casi el mediodía y opté por volver sobre mis pasos para el sur. Hice unos cuantos kilómetros y llegué hasta la zona de El Fuerte, a buscar al loro alisero. En el camino me encontré con maracaná de cuello dorado, tucanes, taguató en gran número siempre posados a la vista, las pavas de monte yungueñas muy vistosas y al llegar a un lugar donde hay hornos de ladrillos me encontré a la soberbia chuña de patas rojas.









Luego atravesé la Reserva Las Lancitas avistando variedad de especies. Llegué de nuevo a la región de El Fuerte donde el rio atravesaba el camino. Me quedé un largo rato para esperar al loro alisero que dicen que suele parar por allí. Pero el día se terminaba y no pude verlo, finalmente me volví con las últimas horas de luz.





Llegué a la cabaña ya que el frío se sentía fuerte otra vez. Mientras encendía la salamandra me preparé un mate con galletas. Luego de que la noche cerrara me animé al monte con linterna en mano buscando a la lechuza negra que suele andar por allí. Pero nuevamente la búsqueda fue en vano. Entiendo que hacía demasiado frío para que la lechuza asomase. Sobre todo por la falta de insectos voladores que suele cazar.
Por lo tanto dí por finalizada la jornada de búsqueda y me volví a disfrutar de una última noche en el monte. Me senté en un sillón y leí un buen rato hasta que el sueño me ganó. Luego de la cena me asomé a la noche una última vez buscando alguna estrella que iluminara en la oscuridad. No había ninguna pero la luna se dejaba adivinar entre las nubes cargadas que pasaban. Cerré la puerta de la cabaña y me dormi.

DIA 3.

Me fui bien temprano de Ecoportal. Carlos vino a buscarme con el todo terreno a las siete.
Para variar el día empezaba gris y lloviznoso. Tomé la ruta hacia Calilegua. De repente mientras iba por el asfalto, este se terminó y pasó a ser ruta de tierra. Detuve el auto y miré el camino. Tres días de lluvia lo habían reblandecido, por lo que no me quise aventurar en ese clima tan adverso y opté por tomar la ruta hacia San Pedro y de allí por la 34 hasta Libertador.
Pasé por esta ciudad, a la vera del ingenio Ledesma, que emanaba blancas nubes de sus chimeneas. La ciudad estaba inundada por un olor muy fuerte, como de melaza, lo que sin duda provenía del ingenio. Mala señal para la salud de los habitantes de la ciudad.
Cuando llegué al PN Calilegua casi era el mediodía. Empecé a subir y enseguida me acordé de mis experiencias de un par de días atrás. Todo era niebla. Pasé el camping, que tenía las mismas precarias instalaciones que vi cinco años atrás. Pasé por el primer mirador del rio San Lorenzo. Luego todo se cubrió de nubes y el camino, despúes de toda la lluvia caída, era barroso y resbaladizo. Teniendo en cuenta la casi nula visibilidad, y los precipicios que hay a los costados, decidí con gran disgusto bajar, despidiéndome de los ambicionados avistajes de varias especies. Y en especial de recorrer el rio Jordán y las zonas aledañas a San Francisco, y de paso visitar y almorzar en ese pueblo de altura.
A cambio de eso consumí mis vituallas a la vera del camino cerca de uno de los senderos de la zona pedemontana. Vi un trepador colorado, un agutí, arañero ceja grande y en lo alto y entre la bruma un aguilucho ala corta. No puede localizar al burgo ni al bailarín yungueño.





Vi pasar por el aire Yapú y Loro hablador y casi a las seis me fui a Salvador ya que al otro día me volvía y quería recorrer a la mañana el parque Yala.
Un infierno embocar las rutas de acceso a la ciudad con lluvia y niebla, pero al final llegué al hotel que había reservado desde Calilegua, el Munay. Dejé el auto, me dí una ducha reconfortante. Ya era de noche y me puse a recorrer la antigua ciudad de San Salvador. Debo decir que me agradó caminar sus calles, a pesar de que ya caía una lluvia helada que congelaba el rosto. La temperatura debía haber descendido notablemente, pensé. Que mejor entonces que terminar la noche con una cena en un lindo restorancito de la ciudad, y volviendo temprano al hotel para iniciar al otro día la última jornada.

DIA 4.

A las seis arriba, desayuno buffet en el hotelito y rápido a la ruta para recorrer los pocos kilómetros que nos separan de la bella localidad de Yala.
El frio era intenso, salí bien abrigado y con las últimas provisiones a tiro en el asiento trasero.
A poco de ascender por las montañas de este parque provincial me encontré con un paisaje propio no del norte sino del sur patagónico: todo estaba nevado. Continué la subida y una suave nevada me sorprendió. Las imágenes de este lugar tapado de blanco quedarán por siempre en mi recuerdo. 






Salí a caminar con mi cámara en mano para ver si algún animalito se aventuraba a salir con semejante clima.
Para mi sorpresa pude encontrar mucha actividad bajo las motas de nieve. Había fruteros yungueños, cerquero cabeza castaña, monteritas rojizas, curutie blanco, carpintero lomo blanco.




Cerca del mediodía hice un alto para matear, comer algo y combatir así el rigor del clima. Mientras esto hacía un formidable cóndor pasó a pocos metros de mi cabeza, tratando de descubrir algo para alimentarse. Fue un momento intenso, ya que nunca había tenido tan cerca a este emperador de la cordillera.
Terminé de comer alguna fruta rodeado de algunos caballos que lentamente se acercaron a este solitario visitante parado al costado del camino. Por lo tanto ellos terminaron la ración que me sobraba. Disfruté finalmente de una cerveza en esas alturas, rodeado de tanta naturaleza: aves, mamíferos, tupida vegetación, ríos de montaña que a lo lejos se oían correr encajonados, una cerveza bien fría gracias a la temperatura externa, pero que acompañó con su amargor el empalagamiento de mi espíritu en esos momentos únicos de la existencia.
Y así finalice mi viaje. Si tengo que hacer un balance, podría maldecir mi suerte porque nunca me podría haber tocado un peor clima, lo que me impidió recorrer lo que quería y seguramente ver más especies.
Pero podría también bendecir mi fortuna por el contacto que tuve con las Yungas en esos momentos tan misteriosos de nubes y nieblas, del disfrute de la soledad, que no es otra cosa que verme cara a  cara con la tierra, de encontrarme primero con mi mismo y poder luego trascender  y proyectarme hacia el monte hasta confundirme con él. Pensé que en esto consiste mi verdadera libertad, poder escaparme, aunque sea un rato, de mi mismo.