A principios de mayo lo decidí de golpe: ¡ me voy para
Jujuy! No importa si luego no puedo ir (pensé en esos días) yo me saco los pasajes y que el destino decida.
DIA 1
DIA 1
Y pudo ser nomás. El 31 de Mayo partía hacia Jujuy.
A las 4:30 hs llegué al aeropuerto. Hacía mucho frío. A esa
hora decenas de personas dormían en los silloncitos del primer piso. ¿Serían
pasajeros de un vuelo tempranero? Pero..¿ Tantos pueden ser? Luego mirando las pobres ropas y sus humildes paquetes comprendí que muchas personas sin hogar pasan las noches en el aeropuerto de la
ciudad. Allí hay calefacción, baños y seguridad para dormir unas horas con
cierta dignidad.
Pasé en silencio con mi valijita con ruedas por entre los
sueños dolientes de tantas personas sin morada y me encaminé a mi modesta
aventura.
Llegué a San Salvador de Jujuy cuando amanecía y me alquilé
un vehículo. El clima no era malo, era malísimo: nubes oscuras, lluvia finita,
frío, viento. Un verdadero asco. Pero ya estaba allí, y quería aprovecharlo
como sea.
Me dirigí a la ciudad de San Pedro distante a sesenta
kilómetros de San Salvador. Llegué en la mañana gris y descubrí un pequeño
almacén abriendo sus persianas. Allí la dueña, una mujer de unos cincuenta
pirulos, me saludó atenta aunque dando un amplio bostezo. Compré lo que
consideré necesario: huevos, fideos, salchichas, galletas, agua, queso,
mermelada y una botellita de vino. Luego caminé hasta una verdulería, que se
trataba de una camioneta vieja estacionada que tenía un surtido de vegetales:
compré tomates, banana, naranja…y partí. Mi objetivo era llegar al pueblo de
Villa Monte, en las Sierras de Santa Bárbara. Pasé por el pueblo de Santa
Clara, y encaré el espectacular camino que
lleva a Villa Monte para disfrutar
ese trayecto.
Se venía una ruta de ripio que tiene vistas de bellísimos valles y
de frondosa selva. Un centenar de kilómetros me separaban de mi destino.
Pero solo logré recorrer unos quinientos metros. De golpe el coche se
detuvo. El vehículo no respondía, estaba muerto. Me quedé varado en medio de un
lugar desconocido. ¿ Y ahora que hago?
Por fortuna tenía señal de celular, llamé a la rentadora y se comprometieron a enviarme
el auxilio. Tuve que quedarme a esperar allí.
Lo que más lamentaba era no tener agua caliente para un mate. La lluvia caía y no podría recorrer el área, los vidrios con mecanismo eléctrico no se levantaban, el agua entraba y los asientos se mojaban. Reflexionaba sobre la gente que dormía en el aeropuerto y me dije que lo mío es pasajero, lo de esos hombres y mujeres lamentablemente no lo es.
Lo que más lamentaba era no tener agua caliente para un mate. La lluvia caía y no podría recorrer el área, los vidrios con mecanismo eléctrico no se levantaban, el agua entraba y los asientos se mojaban. Reflexionaba sobre la gente que dormía en el aeropuerto y me dije que lo mío es pasajero, lo de esos hombres y mujeres lamentablemente no lo es.
Mientras pasaba las horas, un diminuto picaflor vientre
blanco se posó cerca y me contempló un rato bastante prolongado para ser un
pica. Le agradecí con una mueca el hacerme compañía y se fue para siempre. No
le importaba un rabano hacerme compañía, se vé que encontraba refugio allí de la
incesante llovizna.
A las tres horas de mi aletargamiento llegó el auxilio. En
verdad me dieron otro auto porque el primero
no daba más. Agradecí el recambio y salí disparado, casi había perdido
la mañana.
El recorrido no fue provechoso: las nubes tapaban todo mi
ascenso. Cuando me detenía para ver alguna bandada, la niebla se tragaba a los
seres vivos en una cortina blanca que todo lo envolvía, aves, árboles,
montañas. Me acordaba del libro de Unamuno.
Eso sí, los cursos de agua cristalina que atravesaba me fascinaban.
Descendía cada tanto a mojar mi rostro con esa agua fría que provenía de
lejanas regiones.
El camino fue sinuoso y sobre todo solitario. Por la niebla
total que había, tuve que imaginar los valles, los vuelos de las rapaces.
Presentía que luego de ciertas curvas transitaba en cornisa. Así serpenteando
llegué al pueblo de El Fuerte. Atravesé cursos de agua donde viuditas de río saltaban
sin cesar de roca en roca, mientras los guaipos se mantenían ocultos en los
pastizales.
Ví cantidad de pavas de monte yungueñas y esperaba ver a la
chuña de patas rojas, pero no puede encontrarla.
Continué y llegué a Villa Monte y a la Reserva Las Lancitas.
Unos kilómetros más y estaba en mi destino: Ecoportal de Piedra. Allí me
recibió Carlos, y luego de una breve charla me dijo que me tocaba la cabaña
agreste.
“¡Buenísimo!- dije- ¿ Y donde está?”
“¡Buenísimo!- dije- ¿ Y donde está?”
Pensaba que me iba a indicar como dirigirme con el auto,
pero mi sorpresa fue grande cuando me dijo: “ Arriba, en la montaña”
“¡Perfecto! ¿ Y como llego?"- pregunté
“ Subiendo a pata por un camino , son diez minutos de subida, más o menos, el equipaje te lo llevo yo”
“ Subiendo a pata por un camino , son diez minutos de subida, más o menos, el equipaje te lo llevo yo”
Seguidamente se apareció con una especie de cuatriciclo con
cabina antivuelco. Me fui buscar mi valija y al volver veo que tironeaba con
fuerza de algo que estaba sobre el vehículo, que no distinguí bien al
principio, hasta que me acerqué y veo que se trataba de una corpulenta perra
ovejero alemán llamada Leila. Este hermoso ejemplar estaba a bordo ¡ y no se
quería bajar del vehículo! Me contó Carlos que le encantaba viajar como
acompañante. Entre quejas y refunfuñeos el animalito se bajó.
Subimos al carro ( porque al final fui en el vehìculo) y empezamos el ascenso.
El camino estaba barroso, el tractor patinaba cada tanto
pero la pericia de Carlos hacía fácil lo que se veía complicado.
Llegamos por fin a la cabaña. Eran pasadas las seis de la
tarde. El frío calaba profundamente. Lo primero que hice fue encender un buen
fuego. Había leña y una salamandra que en pocos minutos me entregó su calor
reparador.
La noche llegaba y yo estaba exhausto, pero me dediqué a
explorar un poco el monte y sobre todo a sobrecogerme en mi propia soledad.
Esforcé el oído y solo la lluvia pertinaz escuchaba, a lo lejos los últimos
pájaros de despedían. Todo quedó envuelto en tinieblas, yo, en la compañía de
mi propio ser, me sentía extrañamente conmovido en ese cerro, con la lluvia
pegándome en la cara. Me volví al fuego de la salamandra, me preparé la cena y
comí rodeado por fin de la madre naturaleza. Pronto caí rendido y apagué la luz
hasta el otro día.
DIA 2.
Desperté muy temprano y lo triste era que escuchaba el
viento filtrarse por los recovecos y la lluvia golpetear las chapas de la
cabaña. Entendí de golpe que el clima no cambiaría y por lo tanto debía seguir
entre la humedad y la niebla. Me incorporé y me preparé un buen fuego y un
suculento desayuno, como para compensar en la intimidad de la cabaña la
inclemencia del exterior. Le puse los plásticos a mi equipo y me fui a recorrer
el montecito, casi todavía de noche. Como a la hora aparecieron las primeras
señales de vida: cerquero de collar, tangará cabeza celeste, loro maitaca,
trepador gigante. De un momento a otro, al amanecer, se pasa mágicamente de un
silencio total al concierto de tantos pájaros.
Luego descendí por el camino hasta la ruta. En ese trayecto
encontré una monterita cabeza rojiza, luego los hermosos arañero corona rojiza,
arañero grande, choca común, pitiayumi y muchos más que no identifiqué.
Llegué a la ruta pasando por las otras cabañas de Ecoportal
de Piedra y luego caminé hasta donde funciona la administración y pude fotear
un al picaflor vientre blanco en el comedero.
Decidí entonces aprovechar el día recorriendo toda la zona,
me fui con el auto hasta el río Santa Rita a buscar al hocó oscuro. A pesar de
mi recorrido no pude verlo. Sin embargo me deleité viendo este curso de agua
tan caudaloso y me quedé casi una hora entre sus piedras disfrutando como
siempre hago de los ríos de montaña y su particular sonoridad. Más tarde encaré
hasta el pueblo de Palma Sola donde podía encontrar al pato crestudo llegando a
una pequeña represa.
No encontré al pato ni a la pequeña represa, así que sin
guía y sin destino me fui a recorrer otro lugar, entré de nuevo a la ruta, que
a esta altura ya estaba asfaltada y me fui a buscar a la chuña de patas negras
al ambiente chaqueño que hay hacia el oeste. Hay que salir del pueblo y girar a
la izquierda en el primer camino largo que se encuentre, donde hay una casita
que era una antigua estación fitosanitaria. Luego se sigue ese camino con
dirección al mirador y ya se está en ambiente chaqueño. Los árboles de las
Yungas desaparecen y hay un paisaje de arbustos secos y espinosos. Recorrer ese
camino es muy lindo por las subidas y bajadas y por las vistas de los cerros ya
más pelados de vegetación. No encontré a las chuñas de patas negras, pero
cuando me bajé pude ver la mayor cantidad de brasitas de fuego que observé
hasta el día de hoy. Eran innumerables y salían de todos lados.
Ya era casi el mediodía y opté por volver sobre mis pasos
para el sur. Hice unos cuantos kilómetros y llegué hasta la zona de El Fuerte,
a buscar al loro alisero. En el camino me encontré con maracaná de cuello
dorado, tucanes, taguató en gran número siempre posados a la vista,
las pavas de monte yungueñas muy vistosas y al llegar a un lugar donde hay
hornos de ladrillos me encontré a la soberbia chuña de patas rojas.
Luego atravesé la Reserva Las Lancitas avistando variedad de
especies. Llegué de nuevo a la región de El Fuerte donde el rio atravesaba el
camino. Me quedé un largo rato para esperar al loro alisero que dicen que suele
parar por allí. Pero el día se terminaba y no pude verlo, finalmente me volví
con las últimas horas de luz.
Llegué a la cabaña ya que el frío se sentía fuerte otra vez.
Mientras encendía la salamandra me
preparé un mate con galletas. Luego de que la noche cerrara me animé al monte
con linterna en mano buscando a la lechuza negra que suele andar por allí. Pero
nuevamente la búsqueda fue en vano. Entiendo que hacía demasiado frío para que
la lechuza asomase. Sobre todo por la falta de insectos voladores que suele
cazar.
Por lo tanto dí por finalizada la jornada de búsqueda y me
volví a disfrutar de una última noche en el monte. Me senté en un sillón y leí
un buen rato hasta que el sueño me ganó. Luego de la cena me asomé a la noche una última vez
buscando alguna estrella que iluminara en la oscuridad. No había ninguna pero
la luna se dejaba adivinar entre las nubes cargadas que pasaban. Cerré la puerta de la
cabaña y me dormi.
DIA 3.
Me fui bien temprano de Ecoportal. Carlos vino a buscarme
con el todo terreno a las siete.
Para variar el día empezaba gris y lloviznoso. Tomé la ruta
hacia Calilegua. De repente mientras iba por el asfalto, este se terminó y pasó
a ser ruta de tierra. Detuve el auto y miré el camino. Tres días de lluvia lo
habían reblandecido, por lo que no me quise aventurar en ese clima tan adverso
y opté por tomar la ruta hacia San Pedro y de allí por la 34 hasta Libertador.
Pasé por esta ciudad, a la vera del ingenio Ledesma, que
emanaba blancas nubes de sus chimeneas. La ciudad estaba inundada por un olor
muy fuerte, como de melaza, lo que sin duda provenía del ingenio. Mala señal
para la salud de los habitantes de la ciudad.
Cuando llegué al PN Calilegua casi era el mediodía. Empecé a
subir y enseguida me acordé de mis experiencias de un par de días atrás. Todo
era niebla. Pasé el camping, que tenía las mismas precarias instalaciones que
vi cinco años atrás. Pasé por el primer mirador del rio San Lorenzo. Luego todo
se cubrió de nubes y el camino, despúes de toda la lluvia caída, era barroso y
resbaladizo. Teniendo en cuenta la casi nula visibilidad, y los precipicios que
hay a los costados, decidí con gran disgusto bajar, despidiéndome de los
ambicionados avistajes de varias especies. Y en especial de recorrer el rio
Jordán y las zonas aledañas a San Francisco, y de paso visitar y almorzar en
ese pueblo de altura.
A cambio de eso consumí mis vituallas a la vera del camino
cerca de uno de los senderos de la zona pedemontana. Vi un trepador colorado, un agutí, arañero ceja grande
y en lo alto y entre la bruma un aguilucho ala corta. No puede localizar al
burgo ni al bailarín yungueño.
Vi pasar por el aire Yapú y Loro hablador y casi a las seis
me fui a Salvador ya que al otro día me volvía y quería recorrer a la mañana el
parque Yala.
Un infierno embocar las rutas de acceso a la ciudad con lluvia
y niebla, pero al final llegué al hotel que había reservado desde Calilegua, el
Munay. Dejé el auto, me dí una ducha reconfortante. Ya era de noche y me puse a
recorrer la antigua ciudad de San Salvador. Debo decir que me agradó caminar
sus calles, a pesar de que ya caía una lluvia helada que congelaba el rosto. La
temperatura debía haber descendido notablemente, pensé. Que mejor entonces que
terminar la noche con una cena en un lindo restorancito de la ciudad, y
volviendo temprano al hotel para iniciar al otro día la última jornada.
DIA 4.
A las seis arriba, desayuno buffet en el hotelito y rápido a
la ruta para recorrer los pocos kilómetros que nos separan de la bella
localidad de Yala.
El frio era intenso, salí bien abrigado y con las últimas
provisiones a tiro en el asiento trasero.
A poco de ascender por las montañas de este parque
provincial me encontré con un paisaje propio no del norte sino del sur
patagónico: todo estaba nevado. Continué la subida y una suave nevada me
sorprendió. Las imágenes de este lugar tapado de blanco quedarán por siempre en
mi recuerdo.
Salí a caminar con mi cámara en mano para ver si algún animalito
se aventuraba a salir con semejante clima.
Para mi sorpresa pude encontrar mucha actividad bajo las motas
de nieve. Había fruteros yungueños, cerquero cabeza castaña, monteritas
rojizas, curutie blanco, carpintero lomo blanco.
Cerca del mediodía hice un alto para matear, comer algo y
combatir así el rigor del clima. Mientras esto hacía un formidable cóndor pasó
a pocos metros de mi cabeza, tratando de descubrir algo para alimentarse. Fue
un momento intenso, ya que nunca había tenido tan cerca a este emperador de la
cordillera.
Terminé de comer alguna fruta rodeado de algunos caballos
que lentamente se acercaron a este solitario visitante parado al costado del
camino. Por lo tanto ellos terminaron la ración que me sobraba. Disfruté finalmente
de una cerveza en esas alturas, rodeado de tanta naturaleza: aves, mamíferos, tupida
vegetación, ríos de montaña que a lo lejos se oían correr encajonados, una
cerveza bien fría gracias a la temperatura externa, pero que acompañó con su
amargor el empalagamiento de mi espíritu en esos momentos únicos de la
existencia.
Y así finalice mi viaje. Si tengo que hacer un balance,
podría maldecir mi suerte porque nunca me podría haber tocado un peor clima, lo
que me impidió recorrer lo que quería y seguramente ver más especies.
Pero podría también bendecir mi fortuna por el contacto que
tuve con las Yungas en esos momentos tan misteriosos de nubes y nieblas, del disfrute de la soledad, que no
es otra cosa que verme cara a cara con la tierra, de encontrarme primero con mi mismo y poder luego
trascender y proyectarme hacia el monte hasta confundirme con él. Pensé que en esto consiste
mi verdadera libertad, poder escaparme, aunque sea un rato, de mi mismo.