domingo, 2 de diciembre de 2018

4000 kms. DIA 3. LOS SOSA


Tan  cansado estaba que me había acostado casi con lo puesto. Al iniciar el nuevo día me di una ducha cálida que preparó mi espíritu y mi cuerpo para continuar reanimado el viaje.
En el sector desayunador del hotelito nos encontramos todos los viajeros. El café con leche humeante servido en la mesa invitaba a la charla franca y a comenzar la planificación del recorrido diario. A nuestro lado, otros pasajeros que también desayunaban conversaban sobre sus asuntos, cada uno en su mundo. Algunos allí estaban por ocupaciones laborales, otros de paseo y nosotros en el universo tan simple y poco mundano de las aves. Nuestros comentarios eran escuchados por los huéspedes casi con extrañeza. Que distantes pueden ser las esferas de la existencia de cada ser humano. Cuando éstas en algún lugar se juntan se tocan los bordes de sus burbujas sin traspasarse jamás.
Una rápida preparación de los bolsos que casi habían quedado intactos y a buscar los autos. Mientras estaba abonando la noche en la conserjería veo que Walter y Luciana entran presurosos de la calle con un objeto envuelto en papel blanco, mirando para todos lados como quien está en algo sospechoso, ocultando algo. Cuando me ven, Walter se acerca y me dice que le compraron una torta a Osvaldo por su cumple, para festejar a la noche. Y por supuesto, no querían que el agasajado los viera para que fuera una sorpresa.
De nuevo arriba de los autos y a tomar la ruta. El viaje al destino de ese día sería breve. Salimos desde Concepción y tomamos por la ruta hacia Acheral, y luego empalmamos con la ruta 307 hacia El Mollar.
En el camino pudimos ver  los campos sembrados con la caña de azúcar, por la ruta circulaban esos vehículos siempre cargados de cañas. En un momento vimos un remolino de tierra que se formaba por la corriente de los vientos. Era un verdadero tornado en miniatura que en ese día soleado resultaba simpático ver, dibujándose inofensiva esa tromba contra el celeste cielo, lejos de la imagen terrorífica de un tornado mayor formado por feroces vientos y atrayendo todo lo que estuviera cerca de él.
Luego de tomar una curva pudo verse un cartel que anunciaba la llegada a la reserva Los Sosa. Durante veinte kilómetros el camino ascendería hasta los 2000 metros.
Eran las 8:30 cuando hicimos la primera parada para echar un vistazo a este rio de montaña:  el rio Los Sosa. Caminamos un poco entre las rocas que iban formando el curso caprichoso del rio. Las viuditas de rio no dejaban de posarse de roca en roca, atrapando en todo momento bichitos voladores para alimentarse, pero además dibujando con esos vuelos elásticos figuras centelleantes en el aire. Bajo la luz del sol, sus negros plumajes despedían un brillo intenso que cuando se posaban un instante en la roca parecían gemas que el rio hubiera lanzado sobre las piedras.


Luego pudimos ver al arañero corona rojiza, casi imitando a las viuditas, pero a diferencia de estas, su vuelo iba desde el agua hasta alguna rama cercana, de allí comenzaba un descenso paulatino y luego volaba atrapando todo lo que estaba a su alcance.



 En medio de todo ese espectáculo, mariposas y libélulas se posaban constantemente sobre las piedras y besaban de tanto en tanto la burbujeante marea que se deslizaba entre los cientos de cantos rodados.
Elevando la vista el cielo azul encandilaba y podía admirarse la tupida vegetación que nos enmarcaba. Estábamos rodeados de yungas, que son esas selvas que forestan las laderas de esas zonas de montañas, comenzando desde lo bajo y llegando hasta un gran nivel altitudinal.



Cuando volvíamos del rio y nos acercábamos a un cartel indicador de la reserva, que se encontraba al lado del asfalto, pudimos ver un yaguarundí.
Es este uno de los mayores felinos que pueden verse allí, solo superado por el puma y el yaguareté. Su aparición fue tan repentina y duró tan pocos instantes, que pocos de nosotros lo vimos completo y lamentablemente ninguno lo fotografió. No obstante pude ver con claridad su lomo pardo iluminado bajo el sol y su caminar sereno, sin prisa, hasta desaparecer en un conducto de desagüe que pasaba debajo de la ruta.
Las horas transcurren veloces cuando se admira un lugar como este, y entre curvas y contracurvas que daba la ruta, parábamos ante cada paraje nuevo que interesaba inspeccionar. De tal forma se fue acercando el mediodía.
Se hizo una parada para almorzar en el área de descanso, consumiendo las provisiones que llevábamos en los autos. Al lado nuestro un cartel pedía que no se tire basura porque no había servicio de recolección y como monumento a la estupidez el cartel lucía como un arbolito de navidad, lleno de bolsas con basura que dejaron unos cuantos idiotas que pasaron por allí, sin perjuicio de toda la mugre que se veía tirada en el piso en derredor.
Por supuesto que todos queríamos ver a dos especies en particular: el pato de torrente y el mirlo de agua. Y claro que no se perdía la esperanza de ver un águila poma, pero sabíamos que era muy poco probable verla, en cambio las dos primeras eran difíciles de ver, pero factibles.
Había pasado el mediodía y a pesar de haber buscado en cada parada y en cada bajada al río no habíamos detectado a estas dos especies.
En un momento estábamos parados a un costado de la ruta observando, cuando un micro de esos de gran tamaño detiene su marcha al vernos. En letras gigantes en el costado del ómnibus podía leerse el nombre de la empresa: “Tucan travel”. Se baja del mismo un muchacho y se dirige hacia nosotros. Nos pregunta si habíamos visto al pato de torrente. Y era entendible su pregunta porque llevaba en el micro a muchos turistas que habían pagado la excursión y tenían que ver, entre otras especies claro, al pato de torrente. Al recibir nuestra respuesta negativa, levantó sus hombros, agradeció y con sus manos en los bolsillos regresó a su transporte. Desde arriba del micro, varios ojos contemplaban sin que ninguno atinara a bajarse a mirar el rio, que en ese lugar se disfrutaba majestuoso.



Las horas pasaban y el sol se hacía sentir sobre las cabezas, así que aproveché para calzarme el sombrero que había comprado el año pasado en Tafí y que me cubría no solo la cabeza sino además todo el rostro y el cuello.
Volvimos a los autos y continuamos circulando por la ruta. Los muchachos se habían adelantado y pasaron de largo el lugar llamado Balcón de los Sosa donde yo había podido ver al pato el año anterior. Por esa razón hice un alto en el lugar a ver si volvía a verlos por allí. Caminamos un poco pero no estaban, aunque Michelle encontró señales de su presencia por los obsequios que estos animalitos dejaban sobre las rocas.
Habían pasado largamente las cuatro de la tarde, y los avistajes ambicionados no se producían. Continuábamos el ascenso llegando al Monumento al Indio. Esta obra fue realizada por el escultor tucumano Enrique Prat Gay, quien denominó El Chasqui a la escultura, representando a uno de esos mensajeros del imperio incaico que recorrían a pie su territorio, que incluía entonces la actual provincia de Tucumán. Nosotros, además de disfrutar esa monumental obra, nos deleitamos mirando a un nutrido grupo de golondrinas barranqueras que se posaban sobre unas esculturas metálicas con forma de arbolitos. Descansaban a solo un par de metros de nosotros por lo que,  dado lo confiadas que eran, pudimos tomarle muchas fotos.


Promediaban las cinco de la tarde. Continuábamos ascendiendo en cada curva del camino y ya de a poco iba desapareciendo la yunga. Además, en breve se terminaría la reserva y llegaríamos a los dos mil metros donde ya todo era pastizal y cardón. La última oportunidad de ver al pato de torrente era ahora. Nos detuvimos en un lugar, donde veíamos el río abajo de una barranca. La ruta daba una curva y aparecía un puente que pasaba sobre el curso de agua. Desde allí arriba podíamos ver una gran extensión del rio Los Sosa.
Y por fin se produjo el esperado avistaje: vimos pasar a dos patos de torrente macho volando, siguiendo el curso del agua. Felices estábamos en verlos, cuando a los pocos minutos vemos que uno de ellos regresa a un lugar donde el rio daba una curva. Fuimos hasta allí y vimos a la pareja, un macho y una hembra nadando juntos. Entonces comprendimos que los dos primeros que vimos pasar volando eran el macho compañero de la hembra que estaba expulsando a otro macho que invadía su territorio, o que peor, estaba interesado en coquetear con su compañera.



Es importante decir que esta especie es la única entre los patos que nada de esa forma, es decir, entre los torrentes o cursos de agua rápida. Si lo vemos notaremos que tiene una cola muy desarrollada y puede nadar perfectamente en contra de la corriente. Estuvimos un buen rato observándolos zambullirse y durante ese tiempo pude tomarle unos segundos de video.



La rueda de la fortuna es curiosa para el observador, ya que a veces le toca perder una y otra vez, pero en otras la rueda le da el premio mayor dos veces seguidas. Mientras estábamos disfrutando de la vista de este formidable pato, apareció apostado sobre una roca el mirlo de agua. Especie dificilísima de ver. Estas aves, al igual que el pato de torrente, viven exclusivamente en los espacios donde los cursos de agua corren veloces. Son únicos entre los pájaros, pues se han adaptado a buscar comida dentro del agua. Es un pájaro gris y rechoncho, con una notable mancha rufa en su garganta. Están totalmente adaptados al agua, sus plumas son impermeables. Cuando salen del agua, las gotas se deslizan por el plumaje sin mojarlo. Los mirlos de agua son muy vulnerables al deterioro de la calidad de agua a través de diversas formas de contaminación, razón por la cual esta especie está particularmente en riesgo debido a su reducida población dentro de una franja restringida en Sudamérica.



Satisfechos todos los compañeros con el registro de las dos especies difíciles pusimos marcha definitivamente hacia El Mollar, un encantador pueblo de los valles calchaquíes, al lado del Dique La Angostura, el de mayor altura del país. Nuestro lugar de hospedaje se llamaba Kakan. Con algo de esfuerzo encontramos el camino para llegar allí, entre las particulares calles de montaña de este pueblito.
Al llegar nos recibió Pupy, una señora  de unos sesenta años, quien nos recibió cordialmente instalándonos en la amplia casa. Expuso dio unas claras directivas y nos dejó la llave para que nos instalemos.
El anochecer llego como una sorpresa, tan ajetreados veníamos. Pude contemplar una hora azul de las mejores que vi en muchos años, con la vista del lago y de fondo la cadena montañosa y las luces de la ciudad de Tafí del Valle.
Cuando nos ubicamos cada uno en su cucheta tuve que efectuar un rápido procedimiento para sacar fuera de la casa a una araña de respetable tamaño que estaba con su red en el ángulo de la pared contiguo a mi cama.
Luego de unas duchas reparadoras nos fuimos a cenar a un restaurant de El Mollar. Era sencillo pero acogedor. Todos pedimos matambre a la pizza, que resulto ser un manjar. En el mismo momento pedimos que nos preparen tres docenas de empanadas para llevar a la salida del otro día. Regresamos a la casa y fue el momento de cantarle el cumpleaños a Osvaldo, a tanta distancia de su hogar pero rodeado de los afectos del grupo. Se cortó la torta y se brindó. Final de la jornada, todos a descansar para tener fuerzas al día siguiente.

viernes, 2 de noviembre de 2018

4000 KMS: DIA 2. LOS ALISOS


Dia 2: LOS ALISOS
Nos levantamos ese domingo con los cuerpos ateridos por el frio. Lentamente nos pusimos a empacar nuestros trastos, mientras las primeras luces del alba empezaban a iluminar el lugar que nos dio cobijo en la noche. Era un albergue de vetustas paredes que formaban un perímetro irregular de edificación en un amplio predio de tierra con árboles mal ubicados en el medio, pero menos mal que los respetaron al no haberlos derribado.
En la pobre cocina de la habitación calentamos la pava, preparamos café y nos tomamos el desayuno de parados. Mientras el resto del equipo cargaba el equipaje en los autos, me fui a cargar nafta a la YPF de la ruta. En esa hora tempranera de domingo, una muchacha fue la encargada de llenarme el tanque del vehículo. Mientras esto hacía no paraba de hablarme. Me comentaba todo lo referente al rally. Muy elocuente, me  explicó el recorrido que harían los competidores, me nombraba pueblos y parajes para mí desconocidos, y me advirtió que la hora programada de inicio de la carrera era a las 9 A.M. y  que la largada era… ¡frente a donde estábamos!!!!
Consulté el reloj… y vi que daban las 8 A.M. Por lo tanto era imperioso salir del pueblo cuanto antes para no toparse con todos los coches participantes en medio de la ruta.
El día se presentaba muy frio, pero con el cielo completamente despejado.
Regresé a El Chuna y ya estaban casi listos mis compañeros. En eso sentimos una seguidilla de explosiones. Era el escandaloso que llegó anoche, ahora poniendo en marcha el automóvil para dirigirse a la competencia. Nos dimos prisa para irnos cuanto antes.
Todo listo. Nos pusimos en marcha hacia el PN Los Alisos.
La ruta 9 estaba a esa hora del domingo muy tranquila, el día era espléndido. Volvimos a pasar por San José de las Salinas, luego por el pueblo de Lucio V. Mansilla, un homenaje al autor de “ Una excursión a los indios ranqueles”
Entonces mientras marchábamos pudimos ver desde la ruta la enormidad de esa geografía desierta llamada salinas grandes. Por cientos de kilómetros mirando hacia los costados de la ruta se extendía ese mar blanquecino. La vegetación se empequeñecía hasta transformarse en un enano umbral vegetal que cubría solo en salpicones de verde la superficie blanca del lugar. Avanzando en ese paisaje, después de un par de horas, cruzamos a Catamarca y pasamos por la localidad de Recreo. Luego de otras horas cruzamos a Santiago del Estero y vimos el pueblo de Frias. Lo que nos sorprendió no gratamente de esas ciudades, fue la cantidad de bolsitas que se acumulaban en los arbustos que hay a la vera de la ruta. Nos enfadó la dejadez de las autoridades municipales. Y la de los pobladores, que sabemos  sufren la pobreza y el abandono, pero que podrían con un simple esfuerzo, ya que no lo hace el Estado, retirar esas bolsas acumuladas desde hace años, simplemente para disfrutar de un ambiente más cuidado, más limpio para ellos mismos y no vivir rodeados de esa suciedad que seguramente acrecienta el estado de pobreza en el que viven.
Casi era el mediodía cuando pasamos por Concepción, ya en la provincia de Tucumán. Estábamos muy cerca de nuestro destino. Solo faltaban recorrer unos pocos kilómetros más tomando la ruta nacional 65 por aproximadamente 17 kilómetros y desde allí ruta provincial 330. Pasaríamos por Alpachiri, que es el pueblo que se encuentra a la entrada del parque.
Al atravesar ese pueblo se termina el asfalto y comienza el ripio. Bajamos la velocidad por ese motivo y además porque el camino era angosto y las casas de Alpachiri estaban muy próximas al mismo. Se hizo un alto y nos proveímos  de una botella de vino para el almuerzo. El acceso se había angostado y se hacía levemente empinado, pero siempre muy transitable.
En esas vemos que un Ford Falcon bastante achacado por los años y las duras batallas en esos ripios estaba detenido en medio del camino. Un hombre descendía de ese auto con una soga larga. Su cara estaba colorada y sus movimientos eran forzados, como para mantenerse erguido en perfecta vertical. Al ver la formidablemente potente camioneta Cherokee de nuestro amigo le hace un alto y le solicita un empujoncito, diciéndole amable y educadamente “ disculpe señor y sépame entender…estoy bastante pasado de copas como Ud verá”. Nuestro compañero le propinó el solicitado empujón y el motor del viejo Falcon por fin bramó. El beodo saludó con la izquierda en alto en gesto de agradecimiento mientras salía literalmente disparado alta velocidad por esa callecita de ripio. ¡ Borracho y todo iba a los pedos! Por nuestra parte seguimos ansiosos nuestro camino y en un momento me topé en un costado con un picaflor vientre blanco.


Continuamos la marcha y a poco de andar ¿ a que no saben a quien vemos detenido sobre el ripio, en el medio del camino, al doblar una curva?
Exacto: al mamado. Nuevamente se había apeado y estaba al costado del auto sonriendo con su cara colorada esperando el nuevo empujoncito.
Lo que recibió esta vez fueron unos olímpicos esquives, como las gambetas del Diego en el 86. Estábamos atrasados, ya lo habíamos auxiliado una vez y no podíamos estar empujando al viejo Falcon por todo el camino. Además no nos demostró prudencia al manejar tan alcoholizado, por lo tanto lo dejamos en medio del camino a la buena de Dios, en la espera de que otro lo ayude, tal vez en unas horas se le pasara un poco la mamúa.
Continuamos nuestro andar por el camino de ripio. Desde hacía un año o más veníamos hablando sobre la caída del puente que cruzaba el rio Jaya imprescindible para acceder al Parque Nacional Campo de Los Alisos. Ocurrió que un día de gran crecida el río arrasó por completo el puente de hormigón, quedando vedado el cruce en vehículos para atravesar el rio. Inclusive habíamos casi descartado visitar este lugar porque nos parecía imposible llegar con los autos. Aunque por fortuna Guille llamo al parque y  le dijeron que el curso del rio en esta época era muy bajo, lo que posibilitaría que lo atraviese con seguridad la camioneta, que era un vehículo con despeje alto.
Cuando finalmente llegamos al rio, vimos con felicidad que el cauce estaba bastante bajo y que inclusive con los autos iba a ser posible atravesarlo. Primero lo cruzó la Cherokee para ver si las piedras de mediano tamaño que formaban el fondo estaban firmes. Lo traspuso con facilidad. Luego me toco a mí pasar y por detrás de mí el de Walter. Felizmente lo cruzamos sin problemas. Gracias esto por supuesto al trabajo de los guardaparques que habían retirado las rocas grandes y habían llenado los pozos con rocas pequeñas, de modo que al pasarlo el suelo se encontraba uniforme.



Y por fin llegamos al centro operativo Santa Rosa. Nuestra caravana de tres vehículos hizo su ingreso triunfal como si hubiéramos atravesado el rio amazonas más o menos y al llegar nos encontramos a un guardaparques apoyado serenamente sobre la camioneta de parques que nos miraba arribar eufóricos.
Nos miraba y nada más, nunca se acercó a recibirnos, más bien tuvimos que ir hasta él y presentarnos. Muy corto de palabras nos dio una bienvenida forzada y nos dijo que podíamos estacionar y recorrer los senderos. Luego nos llevó hasta una sala donde tienen una muestra fotográfica de los variados ambientes del parque. Y no hubo mucho más, por lo que entendíamos que debíamos estar alterando la calma del sitio y que estos encargados no eran muy afectos a recibir al turismo, sino todo lo contrario.
Lo primero que hicimos fue ocupar una de las mesas del muy lindo lugar de camping que hay en el lugar y preparar el almuerzo. Hubo hasta salchichas calientes sobre la mesa. 

El clima era fresco pero agradable bajo el sol de ese mediodía de cielo despejado. Terminada la comida nos fuimos a caminar por el sendero que lleva al puesto Los Chorizos, un lindo camino de dificultad baja que tiene una extensión de 4,5 km recorriendo la vegetación típica de la selva montana. Ahí pude fotografiar un lindo cerquero amarillo y un carpintero lomo blanco.



 Entre otras especies pude avistar al arañero corona rojiza, tangara común, la esquiva ratona ceja blanca, los loros maitaca, hablador y alisero, birro grande, tico tico común, remolinera andina, entre otros.
A medida que las horas pasaban y los rayos del sol se tornaban más oblicuos  lentamente la luminosidad iba disminuyendo, y la temperatura descendía muy velozmente.
Cuando regresamos de nuestra caminata al centro operativo, tuve que ponerme guantes y bufanda. Guille prefirió irse al hotel ya que el frío se hacía sentir para él y sobre todo para Cathy.
La noche llegó pronto y nos llevamos los termos a las mesas del camping y mateamos con las últimas luces, hasta que todo lo gobernó la penumbra.
El cielo se llenó de ojitos azulados que nos guiñaban cómplices de nuestra esperanza de ver a una especie muy particular: la lechucita canela.
Cuando la oscuridad se hizo total, siendo casi las nueve comenzó la búsqueda. Cada paso era estudiado. Walter como siempre lideraba la avanzada. Era caminar en silencio y aguzar bien el oído.
Hicimos un breve uso del llamador para provocar una respuesta. Luego silencio total. No queríamos respirar para que no nos oyera. La ansiedad por la aparición deseada era enorme. Oscuridad, olor a selva, ligero, ligerísimo susurro del viento en la noche estrellada.
Las criaturas de la noche olfatean tu extraño ser…tomas conciencia de esta emoción, este palpitar del corazón, es esto lo que estas buscando, todo es búsqueda, no importa si aparece o no. ¿ Y ese aleteo lejano? Buscas algo en la completa oscuridad, algo que no sabes si está, pero que tal vez está, ¿no es acaso eso nuestra vida? sea con forma de ave, de persona, de ideal, de sentimiento, buscamos en la noche permanente…¡ Nunca olvidaré!!
El frío glacial subía por mis pies. Yo, que me considero resistente al frío, tuve que desistir de la búsqueda. Maldije por no haberme calzado medias térmicas. Me fui al auto para calentar un poco mis extremidades. No quería enfermarme porque recién comenzaba el viaje.
En ese calentamiento estaba cuando Martín sube al auto. ¡ Se terminó! Me dijo.
Y era que el guardaparques le prohibió , al grupo, que continuara caminando en la oscuridad. Era peligroso, afirmó. Y tuvimos que abandonar a la lechucita canela, que en algún lugar de ese bosque estuviera refugiada. Era muy entendible que con esa temperatura no apareciera.
Eran casi las diez de la noche, y emprendimos la vuelta. Encaramos por el ripio y a los 3 km estaba el rio Jaya, se escuchaba en medio del silencio el potente sonido del agua. Pero ahora estábamos en total oscuridad. El rio se oía pero no se veía. Y había que volver a cruzarlo. Si bien era cierto que lo habíamos atravesado a la ida sin problemas, algo de temor se sentía al pasarlo de nuevo en la penumbra. En la noche uno concibe todo mucho más amenazante.
Puse primera y le dí con todo. El auto entró, patinó brevemente desplazando algunas piedras pequeñas y atravesó el curso del rio. Luego pasó el otro coche. Pasado el cruce, regresamos tranquilamente a Concepción.
Allí nos esperaba Guillote en el Hotel Mirador, un lugar muy agradable a diferencia del mal recordado hospedaje El Chuna.
Con Walter, Lu y Osvaldo nos fuimos a cenar a un bolichito bien finoli que había en el centro de la ciudad. No encajábamos con la vestimenta de campo y los borceguíes cubiertos de polvo, pero allí estábamos, brindando con unas cervezas negras, por el día que disfrutamos y dándole los primeros saludos a Osvaldo por el inicio de su cumpleaños.

martes, 16 de octubre de 2018

4000 KMS .DIA 1: SALINAS GRANDES

Les cuento en estas páginas un espectacular viaje que hicimos en el mes de septiembre de este año, recorriendo el centro y norte de nuestro país. Experiencia maravillosa y que disfruté plenamente con los amigos naturalistas.

DIA PRIMERO: SALINAS GRANDES

Comenzaba el siempre prometedor septiembre, mes en el que el clima se va transformando paulatinamente, cuando en la atmósfera puede percibirse el tímido comienzo primaveral y el perezoso alejamiento del gélido invierno. Yo estaba ese día ahí, solo, en la noche de Bernal, estacionado en una oscura dársena de una estación YPF.
Esperaba la llegada del grupo, eran exactamente las cuatro de la mañana.
 Los autos pasaban como tiros por la autopista La Plata-Buenos Aires, un estacionero me contemplaba aburrido. La noche era casi helada, pero yo estaba fuera el vehículo, caminando impaciente, un poco ansioso, un poco emocionado.
Y los amigos llegaron, primero Guille con su Jeep, luego Walter con su Ford Fiesta. Empezaba el viaje, o mejor decir, empezaba el sueño a hacerse realidad, ya que todo viaje proyecta hacia adelante un conjunto de deseos y hasta de fantasías que pujan por hacerse realidad.
Abordaron el Astra Martín y Michelle y salimos los tres vehículos rumbo al norte, uno atrás del otro, como escolares tomados de la mano que se encaminan a una de esas salidas especiales a las que nos solían llevar cuando éramos niños, así íbamos de ilusionados en esa noche del 1 de septiembre.
Por supuesto dentro del auto comenzó la charla y la mateada con Martín y Michelle, la que iba a ser por demás interesante y agradable durante todo el viaje. Ya estamos muy acostumbrados a viajar los tres juntos y creo que si tuviera que hacer algún día un viaje con otros compañeros los extrañaría horrores, tanto que creo que en algún momento tendría que cerrar los ojos   (¡ No mientras esté manejando! ) para imaginar que viajan contentos y que me tiran información, mascullan sobre los lugares que atravesamos, compartimos música y mates y alguna que otra golosina.
Como siempre Wal había planificado todo el trayecto, hasta tal punto que no solo había estudiado, como siempre digo yo, en que árbol esta cada pájaro, sino que hasta se había tomado el trabajo de establecer las paradas. Nos mandó por whatsapp la foto de la estación de servicio donde encontrarnos. De modo que yo sabía que la primera parada era en San Nicolás en esa estación de GNC que tenia techo rojo y azul.
Al llegar a dicha parada, aproximadamente a las 8 a.m. hubo  que esperar un buen rato a Guille que váyase a saber por donde estaba. El frío, o al decir de mi barrio en épocas de mi infancia, el tornillo que hacia se sentía tanto que fuimos todos al bar de la estación. Allí, en un ambiente confortable, mirábamos a través de los ventanales el día que llegaba, calculando la distancia que en esa jornada nos faltaba por recorrer, mientras  yo me calentaba el cuerpo con un humeante café.
Como a la media hora cayó Guille. Ya nos habíamos encontrado así que continuamos la marcha por la Ruta 9.
El segundo lugar de encuentro fue en Rio Segundo, en la provincia de Córdoba. Atravesamos por la circunvalación la inmensidad de la ciudad de Rosario, y al cabo de unas horas llegamos a Rio Segundo, en busca de la estación de GNC prevista. Nos habíamos imaginado que a esa altura del día, casi mediodía, haríamos un alto para almorzar. Pero los problemas eran dos: el primero que en esos sitios había mucho transito de camiones y ni un solo lugar ideal para solazarnos con nuestras provisiones en mano para disfrutar el merecido almuerzo, y el segundo era el frío que casi cortaba la cara. La solución fue ingeniárselas para almorzar en el auto y en marcha para no perder el tiempo ya que habíamos planificado llegar a las salinas de Córdoba a eso de las cuatro.


Y a las cuatro llegamos a Quilino, el pueblo donde pararíamos esa noche. Bajamos para estirar las piernas. El frío golpeaba nuestros cuerpos, a pesar de estar enfundados con muchas prendas ( vale decir que yo iba equipado con calzoncillos largos, verdadero acierto para ese día). Además una llovizna comenzó a caer, finita y helada. Nos quedamos un rato esperando que mejore el clima, y en eso estábamos cuando Michelle viene con una enorme, gigantesca, tucura quebrachera en la mano. Realmente impresionaba por el tamaño, parecía muerta pero de un momento a otro movía alguna de sus extremidades. Tal vez estaba tan congelada como nosotros. Decidimos dejarla en un lugar apartado, a salvo de algún felino, y como viéramos que a lo lejos el cielo dejaba ver de a poco algunos claros celestes, emprendimos camino a San José de las Salinas distante a unos pocos kilómetros de allí, para entrar a las salinas grandes a ver si encontrábamos a un pajarito que estaba anidando en ese lugar : la monjita salinera.
En el camino de acceso a San José  de las Salinas pudimos ver, en mi caso por vez primera, al soldadito común que se movía en pequeñas bandaditas entre los árboles y arbustos típicos  del chaco seco de la ruta de acceso al pueblo y al hornerito copetón, trabajando laboriosamente en su nido. Mientras tanto, posado en un cable de luz, estaba inmóvil y vigilante un halconcito gris.


El cielo cada vez más claro, se percibía que la lluvia se alejaba. Con el agradable olor fresco de la vegetación mojada entramos al pueblo de San José de las Salinas. No fue fácil encontrar el camino de entrada a la salina, ya que al primer intento nos equivocamos y tuvimos que regresar. Me quedé personalmente encantado por la antigüedad de la capilla que está ubicada justo en el medio de ese pueblito, tan anárquico en su distribución. Al pasar por una de esas casas, se veían varios autos viejos estacionados y globos de colores decoraban el frente. Atisbando en el interior, una larga mesa con apetitosos bocados estaba dispuesta, donde los comensales reían. Muchos niños jugaban alrededor, parecía que todo el pueblo estaba en ese cumpleaños a juzgar por el vacío del pueblo en otros lados. Hasta el patrullero policial estaba estacionado allí, con los agentes del orden aprovechando los frescos sanguchitos de miga tentación irresistible de cualquier mortal.  
Finalmente dimos con el camino y llegamos hasta un lugar donde el paso vehicular estaba cerrado. Era el momento de dejar los autos y caminar, algo que deseaba vivamente ya que estaba sentado en el coche desde el amanecer.
Comenzamos el recorrido buscando la monjita salinera a la que habían visto en ese lugar.
El terreno era arenoso y fangoso, era difícil en algunos lados caminar sin que se hundiera el pie en la arena. Paulatinamente el suelo se iba impregnando de la blanca sal, era fácil darse cuenta que ese sitio era un bajo donde antiguamente hubo agua, y que tal vez en épocas de lluvia se volviera a acumular el líquido.
Había escuchado que hacía algún tiempo bastante cercano un matrimonio de personas mayores habían extraviado el camino hacia la ciudad de Jesús María donde se dirigían desde San Juan, e inexplicablemente terminaron en esta salina, muy cerca de donde estábamos. El coche se encajó en la humedad del suelo salino y no pudieron seguir. Era de noche y por eso se perdieron, tal vez confiaban que yendo derecho a algún sitio saldrían.
La tragedia se produjo cuando comenzó a despuntar el día. La temperatura, en esa jornada de enero, subió hasta los 45°. Sin agua de reserva y sin ninguna sombra, la mujer y el hombre fallecieron deshidratados en este salar que antes era conocido como Desierto de las Salinas. Terrible historia que despierta temor y respeto por estos lugares agrestes y alejados, lo que nos enseña que siempre hay que ser cautos en nuestros recorridos.
Internándonos en la salina pudimos ver esparcidos por toda la inmensidad los restos de maquinaria utilizada para extraer la sal. Vimos la cabina de un viejo camión, las ruedas de un vagón, rieles herrumbrados, por todos lados tuercas, tornillos, hierros retorcidos que no soportaron el deterioro de la sal. A lo lejos una planicie blanca se extendía ante nosotros, la vista se perdía en ese enorme salar que abarca territorios de cuatro provincias ( Córdoba, La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero) cual si estuviéramos contemplando un lejano paisaje nevado. Observando un poco hacia el norte parecía distinguirse un espejo de agua, como si hubiera un gran lago en su interior. Podía ser alguna laguna formada por las últimas lluvias o simplemente un efecto creado por la luz y la sal, lo que simplemente se conoce como espejismo.









Guille y un cactus candelabro



Pero como la búsqueda de aves nos ocupaba, consumimos esas últimas horas buscando a la monjita salinera que desgraciadamente no encontramos, sin embargo avistamos a las siguientes especies: coludito cola negra, gaucho chico, gaucho común, pepitero chico, crestudo y otros varios.
 Con la última luz nos hicimos una mateada en los autos, degustando galletitas dulces y saladas y emprendimos la vuelta hacia Quilino. De pasada encontramos un atajacaminos ñañarca, especie que todos imaginábamos encontrar y que por suerte no falló.


Teníamos que encontrar el hospedaje donde pasaríamos la primera noche. Como supondrán, algo cansados estábamos. No fue fácil llegar al hospedaje El Chuna, que de este se trataba, pero gracias a los celulares y a las instrucciones de Guille llegamos al parador. Si debemos decir algo con respecto a este alojamiento, a efectos de recomendar o no el mismo, expresaré que no se trata exactamente de un cinco estrellas. En todo caso a duras penas llegaría a la categoría de hospedaje B ( por la B de berreta). Las instalaciones muy pobres, el baño muy malo, la tapa del depósito rota, no había agua cuando llegamos ( luego solucionado), nada bonito por cierto. Pero para una noche no pedíamos mucho. Allí nos comentaba el dueño, o sea el Chuna, que el albergue estaba lleno de huéspedes porque al día siguiente se corría el rally en esa región, ¡ y el lugar de largada era justamente Quilino! En lo que fue diligente el Chuna fue en recomendarnos el lugar para cenar. Nos dijo que fuésemos a lo del Gordito José, que queda sobre la ruta, al lado de la estación YPF. Y allí fuimos. El lugar era agradable. De entrada comimos unas empanadas y luego pedimos un cabrito a la parrilla que estaba increíble. Todo eso se acompaño de un buen vino. Guille aprovechó para bromear un rato pidiéndole al dueño del lugar, o sea al gordito José, que trajera un buen plato para Michele porque estaba con antojos de un inventado embarazo, a lo que el hombre atendió en forma especial con un suculento plato. Luego nos ofreció un postre ante lo cual Guille le comentó que teníamos nuestro bien provisto dulce de batata y membrillo. Algo parece que le molestó al gordito porque secamente el dijo que su postre de mamón era el mejor y que tenía poderes afrodisiacos, tras lo cual se marchó sin decir buenas noches.            ¡ Gente de ofenderse fácil estos Quilinenses!
Como comenté el restaurant estaba cruzando la Ruta 9, que a esa hora de la noche estaba casi intransitada. Uno se paraba en la ruta y solo oscuridad se veía a ambos lados. Solo había que atravesarla de un golpe con el auto. Ahora bien, dado las copas de vino con las que había acompañado el cabrito, más el cansancio acumulado,  era necesaria la máxima atención para ver que ningún camión se cruzara, luego hacer las cuatro cuadras de ripio lleno de pozos en casi total oscuridad hasta el parador y por ultimo embocar en la estrecha entrada al mismo (ah, y no derribar la pared del estacionamiento donde había que dejar el auto). Por suerte llevé a cabo exitosamente esa difícil empresa a pesar del estado en que me encontraba.
Entramos a la habitación. Estaba helada porque a esa hora ya hacía mucho frío, pero se preveía que la temperatura rozara los cero grados esa noche. Así que dispuse la bolsa de dormir en la cama para acostarme. Apagamos finalmente la luz y en eso, siendo aproximadamente las once, escuchamos un terrible estruendo que provenía del exterior. Y lo peor era que ese sonido, que incluía explosiones, se aproximaba a nuestra habitación. Al asomarnos por la ventana vimos que era un auto de los que competirían en el rally, cuyos ocupantes se alojaban en una habitación cercana a la nuestra. El ruido ensordecedor duró un rato hasta que por fin apagaron el motor. El mismo batifondo repetirían al otro día temprano.

miércoles, 20 de junio de 2018

YUNGAS NEBLINOSAS


A principios de mayo lo decidí de golpe: ¡ me voy para Jujuy! No importa si luego no puedo ir (pensé en esos días)  yo me saco los pasajes y que el destino decida.

DIA 1

Y pudo ser nomás. El 31 de Mayo partía hacia Jujuy.
A las 4:30 hs llegué al aeropuerto. Hacía mucho frío. A esa hora decenas de personas dormían en los silloncitos del primer piso. ¿Serían pasajeros de un vuelo tempranero? Pero..¿ Tantos pueden ser?  Luego mirando las pobres ropas y sus humildes paquetes comprendí que muchas personas sin hogar  pasan las noches en el aeropuerto de la ciudad. Allí hay calefacción, baños y seguridad para dormir unas horas con cierta dignidad.
Pasé en silencio con mi valijita con ruedas por entre los sueños dolientes de tantas personas sin morada y me encaminé a mi modesta aventura.
Llegué a San Salvador de Jujuy cuando amanecía y me alquilé un vehículo. El clima no era malo, era malísimo: nubes oscuras, lluvia finita, frío, viento. Un verdadero asco. Pero ya estaba allí, y quería aprovecharlo como sea.
Me dirigí a la ciudad de San Pedro distante a sesenta kilómetros de San Salvador. Llegué en la mañana gris y descubrí un pequeño almacén abriendo sus persianas. Allí la dueña, una mujer de unos cincuenta pirulos, me saludó atenta aunque dando un amplio bostezo. Compré lo que consideré necesario: huevos, fideos, salchichas, galletas, agua, queso, mermelada y una botellita de vino. Luego caminé hasta una verdulería, que se trataba de una camioneta vieja estacionada que tenía un surtido de vegetales: compré tomates, banana, naranja…y partí. Mi objetivo era llegar al pueblo de Villa Monte, en las Sierras de Santa Bárbara. Pasé por el pueblo de Santa Clara, y  encaré el espectacular camino que lleva a Villa Monte para disfrutar ese trayecto.  


Se venía una ruta de ripio que tiene vistas de bellísimos valles y de frondosa selva. Un centenar de kilómetros me separaban de mi destino.
Pero solo logré recorrer unos quinientos metros. De golpe el coche se detuvo. El vehículo no respondía, estaba muerto. Me quedé varado en medio de un lugar desconocido. ¿ Y ahora que hago?
 Por fortuna tenía señal de celular, llamé a la rentadora y se comprometieron a enviarme el auxilio. Tuve que quedarme a esperar allí.
Lo que más lamentaba era no tener agua caliente para un mate. La lluvia caía y no podría recorrer el área, los vidrios con mecanismo eléctrico no se levantaban, el agua entraba y los asientos se mojaban. Reflexionaba sobre la gente que dormía en el aeropuerto y me dije que lo mío es pasajero, lo de esos hombres y mujeres lamentablemente no lo es.
Mientras pasaba las horas, un diminuto picaflor vientre blanco se posó cerca y me contempló un rato bastante prolongado para ser un pica. Le agradecí con una mueca el hacerme compañía y se fue para siempre. No le importaba un rabano hacerme compañía, se vé que encontraba refugio allí de la incesante llovizna.



A las tres horas de mi aletargamiento llegó el auxilio. En verdad me dieron otro auto porque el primero  no daba más. Agradecí el recambio y salí disparado, casi había perdido la mañana.
El recorrido no fue provechoso: las nubes tapaban todo mi ascenso. Cuando me detenía para ver alguna bandada, la niebla se tragaba a los seres vivos en una cortina blanca que todo lo envolvía, aves, árboles, montañas. Me acordaba del libro de Unamuno.
Eso sí, los cursos de agua cristalina que atravesaba me fascinaban. Descendía cada tanto a mojar mi rostro con esa agua fría que provenía de lejanas regiones.
El camino fue sinuoso y sobre todo solitario. Por la niebla total que había, tuve que imaginar los valles, los vuelos de las rapaces. Presentía que luego de ciertas curvas transitaba en cornisa. Así serpenteando llegué al pueblo de El Fuerte. Atravesé cursos de agua donde viuditas de río saltaban sin cesar de roca en roca, mientras los guaipos se mantenían ocultos en los pastizales.



Ví cantidad de pavas de monte yungueñas y esperaba ver a la chuña de patas rojas, pero no puede encontrarla.


Continué y llegué a Villa Monte y a la Reserva Las Lancitas. Unos kilómetros más y estaba en mi destino: Ecoportal de Piedra. Allí me recibió Carlos, y luego de una breve charla me dijo que me tocaba la cabaña agreste.
“¡Buenísimo!- dije- ¿ Y donde está?”
Pensaba que me iba a indicar como dirigirme con el auto, pero mi sorpresa fue grande cuando me dijo: “ Arriba, en la montaña”
“¡Perfecto! ¿ Y como llego?"- pregunté
“ Subiendo a pata por un camino , son diez minutos de subida, más o menos, el equipaje te lo llevo yo”
Seguidamente se apareció con una especie de cuatriciclo con cabina antivuelco. Me fui buscar mi valija y al volver veo que tironeaba con fuerza de algo que estaba sobre el vehículo, que no distinguí bien al principio, hasta que me acerqué y veo que se trataba de una corpulenta perra ovejero alemán llamada Leila. Este hermoso ejemplar estaba a bordo ¡ y no se quería bajar del vehículo! Me contó Carlos que le encantaba viajar como acompañante. Entre quejas y refunfuñeos el animalito se bajó. 


Subimos al carro ( porque al final fui en el vehìculo) y empezamos el ascenso.
El camino estaba barroso, el tractor patinaba cada tanto pero la pericia de Carlos hacía fácil lo que se veía complicado.

Llegamos por fin a la cabaña. Eran pasadas las seis de la tarde. El frío calaba profundamente. Lo primero que hice fue encender un buen fuego. Había leña y una salamandra que en pocos minutos me entregó su calor reparador.




La noche llegaba y yo estaba exhausto, pero me dediqué a explorar un poco el monte y sobre todo a sobrecogerme en mi propia soledad. Esforcé el oído y solo la lluvia pertinaz escuchaba, a lo lejos los últimos pájaros de despedían. Todo quedó envuelto en tinieblas, yo, en la compañía de mi propio ser, me sentía extrañamente conmovido en ese cerro, con la lluvia pegándome en la cara. Me volví al fuego de la salamandra, me preparé la cena y comí rodeado por fin de la madre naturaleza. Pronto caí rendido y apagué la luz hasta el otro día.

DIA 2.

Desperté muy temprano y lo triste era que escuchaba el viento filtrarse por los recovecos y la lluvia golpetear las chapas de la cabaña. Entendí de golpe que el clima no cambiaría y por lo tanto debía seguir entre la humedad y la niebla. Me incorporé y me preparé un buen fuego y un suculento desayuno, como para compensar en la intimidad de la cabaña la inclemencia del exterior. Le puse los plásticos a mi equipo y me fui a recorrer el montecito, casi todavía de noche. Como a la hora aparecieron las primeras señales de vida: cerquero de collar, tangará cabeza celeste, loro maitaca, trepador gigante. De un momento a otro, al amanecer, se pasa mágicamente de un silencio total al concierto de tantos pájaros.







Luego descendí por el camino hasta la ruta. En ese trayecto encontré una monterita cabeza rojiza, luego los hermosos arañero corona rojiza, arañero grande, choca común, pitiayumi y muchos más que no identifiqué.



Llegué a la ruta pasando por las otras cabañas de Ecoportal de Piedra y luego caminé hasta donde funciona la administración y pude fotear un al picaflor vientre blanco en el comedero.


Decidí entonces aprovechar el día recorriendo toda la zona, me fui con el auto hasta el río Santa Rita a buscar al hocó oscuro. A pesar de mi recorrido no pude verlo. Sin embargo me deleité viendo este curso de agua tan caudaloso y me quedé casi una hora entre sus piedras disfrutando como siempre hago de los ríos de montaña y su particular sonoridad. Más tarde encaré hasta el pueblo de Palma Sola donde podía encontrar al pato crestudo llegando a una pequeña represa. 
No encontré al pato ni a la pequeña represa, así que sin guía y sin destino me fui a recorrer otro lugar, entré de nuevo a la ruta, que a esta altura ya estaba asfaltada y me fui a buscar a la chuña de patas negras al ambiente chaqueño que hay hacia el oeste. Hay que salir del pueblo y girar a la izquierda en el primer camino largo que se encuentre, donde hay una casita que era una antigua estación fitosanitaria. Luego se sigue ese camino con dirección al mirador y ya se está en ambiente chaqueño. Los árboles de las Yungas desaparecen y hay un paisaje de arbustos secos y espinosos. Recorrer ese camino es muy lindo por las subidas y bajadas y por las vistas de los cerros ya más pelados de vegetación. No encontré a las chuñas de patas negras, pero cuando me bajé pude ver la mayor cantidad de brasitas de fuego que observé hasta el día de hoy. Eran innumerables y salían de todos lados.




Ya era casi el mediodía y opté por volver sobre mis pasos para el sur. Hice unos cuantos kilómetros y llegué hasta la zona de El Fuerte, a buscar al loro alisero. En el camino me encontré con maracaná de cuello dorado, tucanes, taguató en gran número siempre posados a la vista, las pavas de monte yungueñas muy vistosas y al llegar a un lugar donde hay hornos de ladrillos me encontré a la soberbia chuña de patas rojas.









Luego atravesé la Reserva Las Lancitas avistando variedad de especies. Llegué de nuevo a la región de El Fuerte donde el rio atravesaba el camino. Me quedé un largo rato para esperar al loro alisero que dicen que suele parar por allí. Pero el día se terminaba y no pude verlo, finalmente me volví con las últimas horas de luz.





Llegué a la cabaña ya que el frío se sentía fuerte otra vez. Mientras encendía la salamandra me preparé un mate con galletas. Luego de que la noche cerrara me animé al monte con linterna en mano buscando a la lechuza negra que suele andar por allí. Pero nuevamente la búsqueda fue en vano. Entiendo que hacía demasiado frío para que la lechuza asomase. Sobre todo por la falta de insectos voladores que suele cazar.
Por lo tanto dí por finalizada la jornada de búsqueda y me volví a disfrutar de una última noche en el monte. Me senté en un sillón y leí un buen rato hasta que el sueño me ganó. Luego de la cena me asomé a la noche una última vez buscando alguna estrella que iluminara en la oscuridad. No había ninguna pero la luna se dejaba adivinar entre las nubes cargadas que pasaban. Cerré la puerta de la cabaña y me dormi.

DIA 3.

Me fui bien temprano de Ecoportal. Carlos vino a buscarme con el todo terreno a las siete.
Para variar el día empezaba gris y lloviznoso. Tomé la ruta hacia Calilegua. De repente mientras iba por el asfalto, este se terminó y pasó a ser ruta de tierra. Detuve el auto y miré el camino. Tres días de lluvia lo habían reblandecido, por lo que no me quise aventurar en ese clima tan adverso y opté por tomar la ruta hacia San Pedro y de allí por la 34 hasta Libertador.
Pasé por esta ciudad, a la vera del ingenio Ledesma, que emanaba blancas nubes de sus chimeneas. La ciudad estaba inundada por un olor muy fuerte, como de melaza, lo que sin duda provenía del ingenio. Mala señal para la salud de los habitantes de la ciudad.
Cuando llegué al PN Calilegua casi era el mediodía. Empecé a subir y enseguida me acordé de mis experiencias de un par de días atrás. Todo era niebla. Pasé el camping, que tenía las mismas precarias instalaciones que vi cinco años atrás. Pasé por el primer mirador del rio San Lorenzo. Luego todo se cubrió de nubes y el camino, despúes de toda la lluvia caída, era barroso y resbaladizo. Teniendo en cuenta la casi nula visibilidad, y los precipicios que hay a los costados, decidí con gran disgusto bajar, despidiéndome de los ambicionados avistajes de varias especies. Y en especial de recorrer el rio Jordán y las zonas aledañas a San Francisco, y de paso visitar y almorzar en ese pueblo de altura.
A cambio de eso consumí mis vituallas a la vera del camino cerca de uno de los senderos de la zona pedemontana. Vi un trepador colorado, un agutí, arañero ceja grande y en lo alto y entre la bruma un aguilucho ala corta. No puede localizar al burgo ni al bailarín yungueño.





Vi pasar por el aire Yapú y Loro hablador y casi a las seis me fui a Salvador ya que al otro día me volvía y quería recorrer a la mañana el parque Yala.
Un infierno embocar las rutas de acceso a la ciudad con lluvia y niebla, pero al final llegué al hotel que había reservado desde Calilegua, el Munay. Dejé el auto, me dí una ducha reconfortante. Ya era de noche y me puse a recorrer la antigua ciudad de San Salvador. Debo decir que me agradó caminar sus calles, a pesar de que ya caía una lluvia helada que congelaba el rosto. La temperatura debía haber descendido notablemente, pensé. Que mejor entonces que terminar la noche con una cena en un lindo restorancito de la ciudad, y volviendo temprano al hotel para iniciar al otro día la última jornada.

DIA 4.

A las seis arriba, desayuno buffet en el hotelito y rápido a la ruta para recorrer los pocos kilómetros que nos separan de la bella localidad de Yala.
El frio era intenso, salí bien abrigado y con las últimas provisiones a tiro en el asiento trasero.
A poco de ascender por las montañas de este parque provincial me encontré con un paisaje propio no del norte sino del sur patagónico: todo estaba nevado. Continué la subida y una suave nevada me sorprendió. Las imágenes de este lugar tapado de blanco quedarán por siempre en mi recuerdo. 






Salí a caminar con mi cámara en mano para ver si algún animalito se aventuraba a salir con semejante clima.
Para mi sorpresa pude encontrar mucha actividad bajo las motas de nieve. Había fruteros yungueños, cerquero cabeza castaña, monteritas rojizas, curutie blanco, carpintero lomo blanco.




Cerca del mediodía hice un alto para matear, comer algo y combatir así el rigor del clima. Mientras esto hacía un formidable cóndor pasó a pocos metros de mi cabeza, tratando de descubrir algo para alimentarse. Fue un momento intenso, ya que nunca había tenido tan cerca a este emperador de la cordillera.
Terminé de comer alguna fruta rodeado de algunos caballos que lentamente se acercaron a este solitario visitante parado al costado del camino. Por lo tanto ellos terminaron la ración que me sobraba. Disfruté finalmente de una cerveza en esas alturas, rodeado de tanta naturaleza: aves, mamíferos, tupida vegetación, ríos de montaña que a lo lejos se oían correr encajonados, una cerveza bien fría gracias a la temperatura externa, pero que acompañó con su amargor el empalagamiento de mi espíritu en esos momentos únicos de la existencia.
Y así finalice mi viaje. Si tengo que hacer un balance, podría maldecir mi suerte porque nunca me podría haber tocado un peor clima, lo que me impidió recorrer lo que quería y seguramente ver más especies.
Pero podría también bendecir mi fortuna por el contacto que tuve con las Yungas en esos momentos tan misteriosos de nubes y nieblas, del disfrute de la soledad, que no es otra cosa que verme cara a  cara con la tierra, de encontrarme primero con mi mismo y poder luego trascender  y proyectarme hacia el monte hasta confundirme con él. Pensé que en esto consiste mi verdadera libertad, poder escaparme, aunque sea un rato, de mi mismo.