jueves, 30 de junio de 2016

ENCUENTRO CERCANO CON EL PODER

Les voy a relatar un viajecito más a Ceibas, Entre Ríos, hecho en el mes de junio. Aclaro primero que ese día estuvo fantástico, como estaba esperando desde hacía casi dos semanas, cuando comencé a preparar el recorrido. Primero quise hacer un par de días, pero cierto desgano que me acompaña hace algún tiempo lo transformaron en una breve visita de un día.


Aguilucho colorado
Les cuento que ya antes de llegar a destino se veían los estragos que dejó la inundación por la crecida del Paraná y sus afluentes. Vimos casillas al costado de la ruta 12. Eran los habitantes desplazados de sus hogares, los que habitaban tierra adentro, donde el agua había anegado todo. No quedaba otra alternativa que armar una vivienda precaria en la elevación que había a los costados a pesar del riesgo que eso implica, ya que se ubicaban a pocos metros del asfalto de la ruta. En algunos casos las viviendas estaban construidas sobre un plano totalmente inclinado, por lo tanto no me imagino como hacían sus moradores para vivir, dormir y hacer todas sus tareas cotidianas en un ángulo de 45°.
En la recorrida al círculo de Ceibas no vimos demasiada variedad de especies. Es más, observamos muchas menos que otras veces. Seguramente en algo debe haber contribuido la mayor presencia humana en los costados de este círculo. Si como antes les conté, había casitas humildes al costado de la ruta, pudimos apreciar muchas viviendas, un poco mejor armadas, en la cercanía del sendero que yo llamo camino de arena de Ceibas. Lamentamos ver que esta población nueva que la inundación trajo a este lugar antes más tranquilo, tuvo que verse obligada a buscar leña para calefaccionarse, por lo que muchos talas que antes embellecían nuestro paseo habían sido tristemente cortados para ir directamente al fuego necesario para pasar el rigor de este invierno. Como es sabido, esta parcial desforestación seguramente alejó las aves que tanto abundan en el talar, como canasteros chaqueños, chotoy, calandrias, chincheros, monjitas, carpinteros y tantos más. Otra triste visión fue la de los cadáveres de tantos nobles animales que se descomponían al costado y que a cada avance de nuestro rodado debíamos contemplar. Eran las pobres víctimas de la atroz inundación que se veía por todos lados. A lo lejos, inmensos espejos de agua ocupaban los lugares que antes cubrían verdes llanuras pletóricas de vida. Vimos numerosas congregaciones de chajas. A estas aves, llamadas también gritones, se las encuentra muy dispersas, generalmente en pareja, pero ese sábado se formaban bandadas de cientos de individuos. En un momento vemos en el cielo no menos de cuarenta individuos que volaban en círculos aprovechando las corrientes térmicas. Volaban y volaban, girando acompasadamente, buscando congregarse en el aire y disfrutando ese hermoso día, como nosotros gozábamos también desde la tierra, contemplándolos admirados.
Otras bandadas que daban vueltas a montones eran los tordos renegridos. Hacía rato también que no veía tanto número de ellos. En un momento vimos a lo lejos formarse una nube ascendente y negra. Era como si se produjera un tornado pero contra el cielo azul. Yo los confundí con estorninos, que habitualmente suelen hacer formas curiosas que dan vueltas. Mas no eran otros que estos bellísimos ictéridos. El torbellino se hizo grande, muy grande y avanzó decidido hacia nosotros pasándonos deliciosamente por encima. Una bandada de decenas pasó a no más de veinte metros de altura sobre nuestros ojos.

Carpintero real

Curutié colorado

Curutié colorado

Fuimos rápido al sector de bañados, para compensar con aves acuáticas la falta de aves del bosque. Al llegar vimos que poco quedaba de los bañados. No solo habían desaparecido los juncos, sino que hasta el camino había sido barrido por la crecida y se encontraba intransitable. Solo unos pocos metros pudimos hacer y tuvimos que estacionar el auto. Todo era una desolación. Para compensar, era posible ver a los bichos a bastante distancia. Abundaban todo tipo de garzas. Pudimos por fin encontrar a la monjita coronada que es un migrador C, es decir que aparece por estos pagos en invierno. Buscamos a la bandurria mora, a la que otros observadores vieron estos días, pero no tuvimos suerte.

Gallineta común


Monjita coronada

Monjita coronada
Hicimos una parada para comer nuestras vituallas a la hora del mediodía. Lo hicimos en el sector del camino donde abundaban frondosos talas, que por suerte no habían sido atacados por el hacha ni el machete de los infortunados pobladores. Mientras comíamos en silencio oíamos poderosas masticaciones, pero no eran las nuestras, sino las de un nutrido grupo de caballos de ese campo soleado, que sin rumbo fijo vagaban por debajo de los talas, esquivando las puntiagudas ramas, para encontrar una hierba fresca y blanda que ingerir. Pasaban tan cerca de nosotros que casi los pudimos acariciar. Pero ellos no interrumpieron ni un instante su trabajosa búsqueda. Nos trataron como una parte más del paisaje, como a otro cualquier ser vivo, caballo,oveja, chancho o vaca que anduviera por ahí. Eso me llenó de satisfacción : que no nos temieran, que no nos respetaran, casi que nos toleraban que estuviéramos estorbando su marcha alimentaria.

Inambú común

Martín pescador grande

Pepitero gris

Piojito común

Tordo músico
Terminados nuestros bocados, caminamos un rato hasta una tranquera, de lo que debía ser un camino vehicular. En eso vemos una rudimentaria jaula en el suelo, Era una simple caja hecha con alambre con dos aberturas pequeñas a un costado, pero la parte de abajo, que apoyaba contra el suelo, estaba abierta, de modo que si uno la levantaba, todo animal que hubiera ingresado por la abertura se escaparía inmediatamente. Alguien había esparcido granos de maíz dentro de ella. Cuando llegamos había varios cardenales y chingolos dentro. Pero al ser tan grande las aberturas de los costados, al acercarnos casi todos ellos volaron saliendo por las mismas. Solo un chingolo quedó adentro, intentando salir infructuosamente por donde no había salidas. Supusimos que encontraría la forma de escapar pronto así que nos fuimos a seguir recorriendo. Al volver a pasar luego de unos minutos, veo que todavía estaba adentro. No pude entonces dejarlo allí, traspuse el alambrado que nos separaba y levanté la caja. El pájaro se encontró libre y emprendió veloz vuelo.
La tarde transcurrió sin mucha novedad por los alrededores de Ceibas, solo matizado por el avistamiento de dos hermosos carpinteros blancos que picoteaban un poste de luz.
Salimos a la ruta e hicimos una breve,brevísima recorrida por lo que llamamos el camino de enfrente. Todo estaba completamente seco. Parecía que la inundación que vimos antes, de alguna forma arrastró el agua hacia ciertos sectores dejando otros totalmente ausentes de bañados.
Como todavía no eran las cinco de la tarde, y considerando que era demasiado temprano para pegar la vuelta, decidimos recorrer el camino que se dirige a Pto. Ibicuy. En el sentido hacia Buenos Aires, ingresamos por un tramo de ripio que está en excelente estado y además es un camino muy ancho. Era ideal hacerlo en esa especial hora del atardecer donde la luz del sol se pone oblicua. A nuestra izquierda veíamos iluminada una gran extensión de agua que había anegado toda la zona, dejando extensas zonas de árboles cuyas bases quedaban completamente tapadas por el agua. Pronto la luz del sol iba desapareciendo, permitiéndonos disfrutar una vez más de un glorioso atardecer, en este caso con los rayos del sol iluminando un abanico de pequeñísimas nubes sobre nuestras almas.




La noche iba llegando paulatinamente, el cielo celeste con tonos magenta se iba espejando en la quietud de ese lago espectral frente a nosotros. Las ramas de los árboles, desprovistas de hojas, eran como los brazos de seres que habitaban las aguas, y que buscaban alcanzar ese cielo y la luna blanca. Y antes de dejarnos apoderar por la imagen de la belleza suprema vimos que esos árboles, que estaban tan lejos de nuestra vista, contenían innumerables conos amarillentos en sus copas peladas. Esforzamos la visión con ayuda de nuestros binoculares y con emoción descubrimos que eran nidos de biguás ¡ Había cientos de ellos! –hicimos silencio y a través de la vasta distancia que nos separaba escuchábamos el bullicio lejano que provenía de ese gigantesco condominio. En cada nido había al menos dos biguás empollando.





Fue el final de las imágenes porque pronto cayó la noche y tuvimos que iniciar el regreso. No sé porqué pero se me dio entonces por pensar en un concepto tan amplio como el poder. Después de que fuera tan estudiado por algunos, y de que sea ejercido por otros, no dejo de pensar que la idea que tenemos del poder es una ilusión. Que el verdadero está en el mundo de los fenómenos, en la naturaleza, y nosotros solamente somos auténticamente poderosos cuando somos capaces de penetrar un instante en él a través de las sensaciones, con nuestros ojos, oídos, narices y piel.

Será hasta un próximo encuentro cercano con el poder real de la naturaleza.