Les voy a relatar un viajecito más a Ceibas, Entre Ríos, hecho en el mes de junio. Aclaro primero que ese día estuvo fantástico, como estaba esperando desde hacía casi dos
semanas, cuando comencé a preparar el recorrido. Primero quise hacer un par de
días, pero cierto desgano que me acompaña hace algún tiempo lo transformaron en
una breve visita de un día.
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Aguilucho colorado |
Les cuento que ya antes de llegar a destino se veían los
estragos que dejó la inundación por la crecida del Paraná y sus afluentes.
Vimos casillas al costado de la ruta 12. Eran los habitantes desplazados de sus
hogares, los que habitaban tierra adentro, donde el agua había anegado todo. No
quedaba otra alternativa que armar una vivienda precaria en la elevación que
había a los costados a pesar del riesgo que eso implica, ya que se ubicaban a
pocos metros del asfalto de la ruta. En algunos casos las viviendas estaban
construidas sobre un plano totalmente inclinado, por lo tanto no me imagino
como hacían sus moradores para vivir, dormir y hacer todas sus tareas
cotidianas en un ángulo de 45°.
En
la recorrida al círculo de Ceibas no vimos demasiada variedad de especies. Es
más, observamos muchas menos que otras veces. Seguramente en algo debe haber
contribuido la mayor presencia humana en los costados de este círculo. Si como
antes les conté, había casitas humildes al costado de la ruta, pudimos apreciar
muchas viviendas, un poco mejor armadas, en la cercanía del sendero que yo
llamo camino de arena de Ceibas. Lamentamos ver que esta población nueva que la
inundación trajo a este lugar antes más tranquilo, tuvo que verse obligada a
buscar leña para calefaccionarse, por lo que muchos talas que antes embellecían
nuestro paseo habían sido tristemente cortados para ir directamente al fuego
necesario para pasar el rigor de este invierno. Como es sabido, esta parcial
desforestación seguramente alejó las aves que tanto abundan en el talar, como
canasteros chaqueños, chotoy, calandrias, chincheros, monjitas, carpinteros y
tantos más. Otra triste visión fue la de los cadáveres de tantos nobles
animales que se descomponían al costado y que a cada avance de nuestro rodado
debíamos contemplar. Eran las pobres víctimas de la atroz inundación que se
veía por todos lados. A lo lejos, inmensos espejos de agua ocupaban los lugares
que antes cubrían verdes llanuras pletóricas de vida. Vimos numerosas
congregaciones de chajas. A estas aves, llamadas también gritones, se las encuentra
muy dispersas, generalmente en pareja, pero ese sábado se formaban bandadas de
cientos de individuos. En un momento vemos en el cielo no menos de
cuarenta individuos que volaban en círculos aprovechando las corrientes térmicas.
Volaban y volaban, girando acompasadamente, buscando congregarse en el aire y
disfrutando ese hermoso día, como nosotros gozábamos también desde la tierra,
contemplándolos admirados.
Otras
bandadas que daban vueltas a montones eran los tordos renegridos. Hacía rato
también que no veía tanto número de ellos. En un momento vimos a lo lejos
formarse una nube ascendente y negra. Era como si se produjera un tornado pero
contra el cielo azul. Yo los confundí con estorninos, que habitualmente suelen
hacer formas curiosas que dan vueltas. Mas no eran otros que estos bellísimos
ictéridos. El torbellino se hizo grande, muy grande y avanzó decidido hacia
nosotros pasándonos deliciosamente por encima. Una bandada de decenas pasó a no
más de veinte metros de altura sobre nuestros ojos.
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Carpintero real |
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Curutié colorado |
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Curutié colorado |
Fuimos
rápido al sector de bañados, para compensar con aves acuáticas la falta de aves
del bosque. Al llegar vimos que poco quedaba de los bañados. No solo habían
desaparecido los juncos, sino que hasta el camino había sido barrido por la
crecida y se encontraba intransitable. Solo unos pocos metros pudimos hacer y
tuvimos que estacionar el auto. Todo era una desolación. Para compensar, era
posible ver a los bichos a bastante distancia. Abundaban todo tipo de garzas.
Pudimos por fin encontrar a la monjita coronada que es un migrador C, es decir
que aparece por estos pagos en invierno. Buscamos a la bandurria mora, a la que
otros observadores vieron estos días, pero no tuvimos suerte.
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Gallineta común |
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Monjita coronada |
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Monjita coronada |
Hicimos
una parada para comer nuestras vituallas a la hora del mediodía. Lo hicimos en
el sector del camino donde abundaban frondosos talas, que por suerte no habían
sido atacados por el hacha ni el machete de los infortunados pobladores.
Mientras comíamos en silencio oíamos poderosas masticaciones, pero no eran las
nuestras, sino las de un nutrido grupo de caballos de ese campo soleado, que
sin rumbo fijo vagaban por debajo de los talas, esquivando las puntiagudas
ramas, para encontrar una hierba fresca y blanda que ingerir. Pasaban tan cerca
de nosotros que casi los pudimos acariciar. Pero ellos no interrumpieron ni un
instante su trabajosa búsqueda. Nos trataron como una parte más del paisaje,
como a otro cualquier ser vivo, caballo,oveja, chancho o vaca que anduviera por
ahí. Eso me llenó de satisfacción : que no nos temieran, que no nos respetaran,
casi que nos toleraban que estuviéramos estorbando su marcha alimentaria.
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Inambú común |
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Martín pescador grande |
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Pepitero gris |
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Piojito común |
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Tordo músico |
Terminados
nuestros bocados, caminamos un rato hasta una tranquera, de lo que debía ser un
camino vehicular. En eso vemos una rudimentaria jaula en el suelo, Era una
simple caja hecha con alambre con dos aberturas pequeñas a un costado, pero la
parte de abajo, que apoyaba contra el suelo, estaba abierta, de modo que si uno
la levantaba, todo animal que hubiera ingresado por la abertura se escaparía
inmediatamente. Alguien había esparcido granos de maíz dentro de ella. Cuando
llegamos había varios cardenales y chingolos dentro. Pero al ser tan grande las
aberturas de los costados, al acercarnos casi todos ellos volaron saliendo por
las mismas. Solo un chingolo quedó adentro, intentando salir infructuosamente
por donde no había salidas. Supusimos que encontraría la forma de escapar
pronto así que nos fuimos a seguir recorriendo. Al volver a pasar luego de unos
minutos, veo que todavía estaba adentro. No pude entonces dejarlo allí,
traspuse el alambrado que nos separaba y levanté la caja. El pájaro se encontró
libre y emprendió veloz vuelo.
La
tarde transcurrió sin mucha novedad por los alrededores de Ceibas, solo
matizado por el avistamiento de dos hermosos carpinteros blancos que picoteaban
un poste de luz.
Salimos
a la ruta e hicimos una breve,brevísima recorrida por lo que llamamos el
camino de enfrente. Todo estaba completamente seco. Parecía que la inundación
que vimos antes, de alguna forma arrastró el agua hacia ciertos sectores
dejando otros totalmente ausentes de bañados.
Como
todavía no eran las cinco de la tarde, y considerando que era demasiado
temprano para pegar la vuelta, decidimos recorrer el camino que se dirige a
Pto. Ibicuy. En el sentido hacia Buenos Aires, ingresamos por un tramo de ripio
que está en excelente estado y además es un camino muy ancho. Era ideal hacerlo
en esa especial hora del atardecer donde la luz del sol se pone oblicua. A
nuestra izquierda veíamos iluminada una gran extensión de agua que había
anegado toda la zona, dejando extensas zonas de árboles cuyas bases quedaban
completamente tapadas por el agua. Pronto la luz del sol iba desapareciendo,
permitiéndonos disfrutar una vez más de un glorioso atardecer, en este caso con
los rayos del sol iluminando un abanico de pequeñísimas nubes sobre nuestras
almas.
La
noche iba llegando paulatinamente, el cielo celeste con tonos magenta se iba
espejando en la quietud de ese lago espectral frente a nosotros. Las ramas de
los árboles, desprovistas de hojas, eran como los brazos de seres que habitaban
las aguas, y que buscaban alcanzar ese cielo y la luna blanca. Y antes de dejarnos
apoderar por la imagen de la belleza suprema vimos que esos árboles, que
estaban tan lejos de nuestra vista, contenían innumerables conos amarillentos
en sus copas peladas. Esforzamos la visión con ayuda de nuestros binoculares y
con emoción descubrimos que eran nidos de biguás ¡ Había cientos de ellos!
–hicimos silencio y a través de la vasta distancia que nos separaba
escuchábamos el bullicio lejano que provenía de ese gigantesco condominio. En
cada nido había al menos dos biguás empollando.
Fue
el final de las imágenes porque pronto cayó la noche y tuvimos que iniciar el
regreso. No sé porqué pero se me dio entonces por pensar en un concepto tan
amplio como el poder. Después de que fuera tan estudiado por algunos, y de que
sea ejercido por otros, no dejo de pensar que la idea que tenemos del poder es
una ilusión. Que el verdadero está en el mundo de los fenómenos, en la
naturaleza, y nosotros solamente somos auténticamente poderosos cuando somos
capaces de penetrar un instante en él a través de las sensaciones, con nuestros
ojos, oídos, narices y piel.
Será
hasta un próximo encuentro cercano con el poder real de la naturaleza.